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Columna
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Los curas

Rosa Montero

En primer lugar quiero pedir disculpas por el título de esta columna. Porque hay curas maravillosos, como Chema Caballero, ese tipo que ha montado en Sierra Leona un centro de reinserción para los niños excombatientes, que son doblemente víctimas del horror porque fueron convertidos en demonios. Sí, muchos religiosos y religiosas de a pie son unas personas excepcionales, y en realidad debería haber titulado el artículo Los obispos, porque es cuando subimos por la escala jerárquica cuando se empieza a jeringar la cosa. Pero es que me tiene tan quemada la Santa Madre Iglesia últimamente que no he podido evitar regodearme con el uso de 'los curas', una generalización de antiguo sabor anticlerical; y es que, si los prelados católicos se empeñan en ser tan sumamente vetustos en todo, ¿por qué yo no voy a poder ser también tradicional?

Dice sabiamente mi amigo Mendicutti que lo que debemos hacer es ignorar a los obispos; pero el problema es que la Iglesia sigue teniendo un poder terrenal exasperante y unas prebendas de verdadero escándalo, y no se puede ignorar a quien te pisa. Por ejemplo, es la Iglesia y su influencia inculta y tenebrista la que está impidiendo que se pueda desarrollar la investigación con células embrionarias, condenando a infinidad de enfermos a la muerte y al dolor (los científicos están masivamente a favor de la investigación y la postura de la Iglesia viene a tener tanta base racional como su oposición al preservativo). Por no hablar de los turbulentos manejos económicos de nuestros prelados, desde Gescartera hasta el millón de euros que el obispo de Bilbao invirtió en el paraíso fiscal de Jersey (lo cual podría permitir el escaqueo de Hacienda). Además de las exenciones fiscales de que goza la Iglesia, que son de por sí exorbitantes: contribución urbana, renta y patrimonio, sucesiones...

Y encima ahí están la pastoral de los obispos vascos y la carta de los curas, que me parecen penosas, sobre todo porque jamás han dicho nada cuando, por ejemplo, los párrocos vascos se niegan a oficiar funerales por las víctimas de ETA. Si eso no es de un partidismo precisamente muy poco pastoral, que venga Dios y lo vea. O mejor no, que Dios no venga: porque a lo peor los obispos le tienen comprado o amenazado y les apoya.

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