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Tribuna
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Los verdaderos objetivos de Bush

Permítaseme empezar por la prueba más reciente y, en mi opinión, más positiva. El presidente acaba de firmar un tratado que compromete a Estados Unidos y Rusia a reducir el número total de armas nucleares estratégicas activas de unas 6.000 a una cifra situada entre 1.700 y 2.200 para el año 2012. No hay un calendario de reducción anual, y es posible que muchos de los misiles sean simplemente 'almacenados' en lugar de destruidos. Pero en un mundo lleno de odios explosivos, de proliferación nuclear y de florecientes mercados negros de todo tipo de armas, debe darse la bienvenida a cualquier avance en la dirección correcta, por nimio que sea. El tratado también puede tener efectos secundarios beneficiosos. Da consistencia a la supuesta amistad entre los presidentes Putin y Bush, y, si se lleva a cabo, ayudará considerablemente a limpiar los numerosos y peligrosos basureros nucleares rusos, y quizá a mejorar la seguridad de sus instalaciones nucleares y las condiciones de trabajo de sus científicos y técnicos. Según los rumores, la buena voluntad mutua que se ha creado conducirá también a la cooperación ruso-estadounidense en el sector petrolífero, lo cual proporcionará beneficios a una de las industrias favoritas del presidente Bush y disminuirá la dependencia estadounidense y europea de los caprichos de los jeques de Oriente Próximo.

Otro aspecto positivo del programa de Bush son sus objetivos en educación e integración racial. Se siente claramente a gusto con gente de todos los colores, y ha encontrado la ocasión de nombrar a negros y a hispanos para altos cargos como los de Colin Powell y Condeleeza Rice y para otros menos llamativos pero también vitales en el Gobierno y los tribunales. En sus numerosas visitas a colegios de primaria, busca la oportunidad de 'hacerse la foto' con alumnos y profesores negros, y se refiere con cariño y respeto al hecho de que su esposa sea bibliotecaria profesional. Tras el 11 de septiembre se reunió con religiosos musulmanes y exhortó a la opinión pública a no asignar una culpa colectiva por los atentados terroristas. Confía en las iglesias de todas las confesiones y en los colegios públicos y privados para educar a la generación más joven contra las drogas y a favor de una ética del trabajo y un sentido de la responsabilidad comunitaria.

A algunos lectores esto puede parecerles un elogio superficial de virtudes superficiales, pero fue necesario un Konrad Adenauer para que la democracia occidental fuera 'respetable' en la Alemania derrotada, anteriormente imperial y posteriormente nazi. Y un Charles de Gaulle para que la pérdida de Argelia fuera aceptada por la mitad nacionalista de Francia. También fue necesaria la restauración de la monarquía borbónica para hacer posible la transición pacífica a la democracia en España. Y yo predeciría que Bush, simplemente por ser un conservador profundamente convencional, ayudará con su ejemplo a hacer avanzar la causa de la igualdad y la integración racial en Estados Unidos.

En cuestiones económicas, el presidente Bush y muchos de sus asesores más cercanos son ejemplos estelares de un capitalismo empresarial con tan poca supervisión jurídica y limitación ecológica como sea posible y con una estrecha cooperación entre los sectores público y privado. Es un sistema que, en numerosas discusiones sobre las economías asiáticas y latinoamericanas, se ha descrito como 'capitalismo de amiguetes'. En este caso los amiguetes son, entre otros, empresarios que mantienen amistad desde hace tiempo con la familia Bush, miembros del Gobierno del primer Bush, numerosos ejecutivos de la industria petrolífera, de varios bancos de inversiones y diversos ejecutivos de Enron recientemente caídos en desgracia. Es gente que cree sinceramente en la 'globalización' como extensión pacífica al resto del mundo de su capitalismo de amiguetes. En su opinión, los imperios territoriales europeos del siglo XIX y primera mitad del XX exigían unas administraciones civiles y militares que no sólo eran caras, sino que además provocaban el resentimiento, profundo y justificado, de las poblaciones colonizadas. La globalización mediante empresas multinacionales evita el gasto y la animosidad inherentes al gobierno directo. Millones de personas que se mantenían fuera de la economía monetaria reciben unos empleos en el sector industrial y de servicios que les ofrecen unos medios de vida ligeramente mejores que en el pasado y proporcionan beneficios mucho mayores a los propietarios, para quienes las nóminas son mucho más bajas que en sus industrializados y sindicalizados países de origen. No está claro hasta qué punto es consciente este grupo de capitalistas de cuánto está contribuyendo a las protestas contra la globalización en todo el mundo su destrucción concomitante de las economías locales precapitalistas y los desastres ecológicos anexos a muchas explotaciones madereras, mineras, pesqueras y petrolíferas. En cuanto al calentamiento del planeta, no creen que las pruebas estén todavía muy claras.

En relación con las políticas financieras y fiscales, el presidente George W. Bush sigue el ejemplo de Ronald Reagan, a cuyas ideas financieras el primer presidente Bush se refirió una vez como 'economía vudú': reducir los impuestos sobre la renta y de sociedades, especialmente para los ricos, cuyas actividades empresariales 'crean' riqueza nacional; librarse del superávit y aumentar el déficit nacional para que cuando los demócratas del 'recauda y gasta' vuelvan en un futuro lejano a la presidencia no puedan 'malgastar' más dinero en servicios sociales; aumentar los presupuestos militares de forma que las industrias de suministros civiles y militares prosperen y el pueblo tenga una falsa sensación de seguridad gracias a escudos nucleares que supuestamente protegerán a Estados Unidos frente a cualquier enemigo futuro. Lo que papá Bush no sabía cuando hizo el comentario del 'vudú' es que los ricos de todo el mundo han financiado la extravagancia estadounidense invirtiendo su propio capital en Estados Unidos.

Otro ideal de Bush es alcanzar un máximo de secretismo en la rama ejecutiva del Gobierno. Mucho antes de que el 11 de septiembre le diese legítimas razones de seguridad para retener información en casos concre

tos, el presidente Bush seguía una política de no cooperación con las comisiones del Congreso que intentaban consultar y publicar según el calendario establecido los papeles presidenciales de la época de Reagan. Después, cuando estalló el escándalo Enron, se negó a entregar al Congreso el nombre de los empresarios a los que había consultado el vicepresidente Cheney (uno de los empresarios más prósperos del equipo de Bush) para preparar la política energética del Gobierno. La reciente revelación de que los ejecutivos de Enron manipularon los precios de la electricidad en su propio beneficio durante la crisis energética que tuvo lugar en California el año pasado le ha empujado aún más a proteger el 'privilegio ejecutivo' para impedir que se revele la influencia de Enron sobre este Ejecutivo.

El ideal de secretismo se aplica todavía con más firmeza a los aspectos judiciales de la 'guerra contra el terrorismo'. Los portavoces de Bush se niegan a revelar a cuántas personas se mantiene encarceladas sin cargos, pero bajo la sospecha -especialmente si son musulmanes y extranjeros- de 'ayudar' de algún modo al terrorismo. En respuesta a las fuertes críticas manifestadas incluso por sectores jurídicos conservadores, su Gobierno ha anunciado que en los propuestos juicios militares a los sospechosos de terrorismo estará presente la prensa, se les proporcionará la defensa de abogados competentes, etcétera. Pero, al mismo tiempo, si el secretario de Defensa o el juez encargado de la causa creen que durante el juicio se puede revelar información 'reservada o clasificable como reservada', pueden decretar el secreto del sumario. Además, aun cuando un acusado sea declarado inocente, puede seguir indefinidamente encarcelado si el Gobierno considera que es potencialmente peligroso. Tales reservas convierten la justicia en una farsa, pero Bush y su archiconservador fiscal general Ashcroft las anuncian sin el menor titubeo.

Además de esta propensión al secretismo, mantiene la muy visible práctica denominada 'unilateralismo', que ilustra actos como el rechazo del Protocolo de Kioto, el anuncio de que se retiraría del tratado ABM tanto si Rusia se mostraba de acuerdo con la mutilación propuesta como si no, y la reciente 'negativa a firmar' el tratado para crear un tribunal internacional permanente encargado de juzgar los casos de genocidio y crímenes contra la humanidad. Más recientemente se ha aplicado en un campo en el que supuestamente Estados Unidos estaba de hecho comprometido con la cooperación internacional activa: la creación de un mundo sin fronteras para el comercio. El Gobierno de Bush impondrá fuertes aranceles al acero importado para proteger a un sector que desde hace décadas recibía advertencias de su obsolescencia técnica en comparación con los productores de acero japoneses y europeos. Está denegando también el acceso a los mercados estadounidenses a los productores caribeños de azúcar y frutas, que no tienen otra cosa que venderle al mundo. Independientemente de todas las contradicciones de principio, para el presidente Bush los intereses económicos de la empresa estadounidense a corto plazo y la preocupación por los votos en las elecciones al Congreso de noviembre superan en importancia a todos los compromisos existentes, por no hablar de la sencilla pero anticuada virtud de decir la verdad.

Finalmente (espero que mis lectores perdonen mi obsesión por la supervivencia de la vida civilizada en la Tierra), está la cuestión de la verdadera política nuclear del presidente. El tratado de reducción de misiles y los múltiples anuncios de que la guerra fría ha terminado no deberían oscurecer el hecho de que el mayor beneficio que Estados Unidos va a obtener del tratado es que libera recursos nucleares para la creación de armas nucleares 'tácticas' y para el proyecto del escudo antimisiles. Se habla mucho de la necesidad de evitar que determinados países adquieran 'armas de destrucción masiva', pero no se dice una sola palabra del desarme nuclear de las potencias nucleares existentes, todas las cuales asumieron la obligación, en el Tratado de No Proliferación Nuclear, de negociar una eliminación gradual, pero total, de sus propios arsenales nucleares.

Gabriel Jackson es historiador estadounidense

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