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Columna
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Del Norte, sin norte

Andrés Ortega

El pasado 16 de mayo, poco antes de iniciar su actual viaje a Europa, George W. Bush agradeció los servicios prestados durante 220 días a los Awacs de la OTAN que, desde una base de Oklahoma, se dedicaron a patrullar los cielos de Estados Unidos, mientras los radares volantes de la hiperpotencia oteaban los de Asia Central. En eso ha quedado la primera activación de la historia del artículo 5 de la OTAN al considerar el ataque terrorista del 11-S como un ataque contra todos, aunque no viniera de un Estado, sino de una organización terrorista. En la guerra del Golfo de 1991, cuando Sadam Husein atacó Turquía, la OTAN como tal prefirió no darse por enterada, pero hoy el régimen de Irak está en el punto de mira de Bush. ¿Con o sin los aliados?

En noviembre, en Praga, se decidirá una ampliación de la Alianza que la puede diluir, pues pasarán años hasta que estos nuevos miembros puedan aportar gran cosa a la OTAN, aunque refuercen su propia sensación de seguridad. Esa ampliación rodeará Kaliningrado, pero no incluirá a Rusia. Es un decir, pues mañana, en la cumbre Rusia-OTAN, en una base militar cerca de Roma, el enemigo de antaño queda como cuasi miembro. Con todo, el cambio de la Alianza es tan grande que puede perder su esencia en el proceso. Esta OTAN se convierte en la Gran Alianza del Norte: basta mirar a un mapa para ver que da la vuelta al hemisferio. Vista desde el Sur, debe resultar turbadora. Sin embargo, cuanto más grande es esta Alianza, más vacío se puede quedar este gran cascarón.

Aunque siempre ha mandado en la Alianza, tampoco es seguro que, pese a las buenas palabras, a Estados Unidos le interese tanto ya la OTAN. Las experiencias de las guerras de Kosovo y de Afganistán han llevado a los que mandan en EE UU a ver las alianzas de otro modo. Bush quiere aliados, especialmente en lo que llama y considera que es una guerra contra el terrorismo, aunque los europeos consideren a esta Administración poco de fiar y, en el fondo, no estén todos de acuerdo con esta visión. Bush ha venido a Europa a decir a sus aliados que se preparen para 'nuevas obligaciones' en esta guerra. La OTAN, que como todas las grandes organizaciones puede pervivir incluso cuando pierde su sentido, no parece el instrumento más adecuado para la lucha contra los terrorismos, que son plurales. Perdido el enemigo, la lucha antiterrorista no puede ser su nuevo norte.

¿Seguirán los europeos, o preferirán construir su propia seguridad con sus medios e instrumentos, como al menos intentan para vigilar ese patio trasero que son los Balcanes? El secretario general de la OTAN, George Robertson, pone a los europeos ante la tesitura de 'modernización o marginalización'. Puede haber terceras vías. Incluso algunos think tanks británicos como el Centre for European Reform rompen el tabú de no duplicar los elementos de la OTAN al proponer una 'duplicación constructiva', que implica gastar algo más y mejor.

Si los aliados europeos no siguen, la Administración de Bush lo hará por su cuenta. Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa, el responsable del Pentágono, no puede ser más claro: 'Las guerras pueden beneficiarse de las coaliciones (...), ciertamente, pero no deben combatirse mediante comités', para añadir, en Foreign Affairs, que 'la misión debe determinar la coalición, y no la coalición la misión'.

Para entender la política exterior de esta Administración dominada por intereses petroleros y grupos de intereses, incluidas las industrias de armamento, como se ha señalado en otras ocasiones, hay que seguir el rastro del petróleo. De ahí (no sólo por Afganistán, sino en varios stanes -Tayikistán, Kazajistán- asociados a la OTAN) la nueva presencia militar de EE UU en Asia Central, donde hace un año no había soldados estadounidenses, mientras las inversiones se han convertido en billonarias y Washington mira para otro lado a la hora de hacer amigos de dudosa calidad democrática.

aortega@elpais.es

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