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CARTAS AL DIRECTOR
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Nuevas tecnologías universitarias

Abundando en el tema tratado en esta sección el pasado 12 de mayo, bajo el título Nuevas tecnologías, expondré mi caso y propondré una hipótesis para explicar los fallos informáticos en la Administración.

Por razones que nadie ha sabido explicarme, el programa de nóminas de la Universidad de La Laguna (pública) me retuvo durante 8 meses del año pasado un 11,21% de IRPF (cuando me corresponde un 17,71%). Una azarosa combinación de bytes descontrolados, que han provocado el enésimo fallo en un programa diseñado con el último tramo del intestino grueso, me condena a un verano a base de bocatas de sardina en la playa más cercana y provoca una posible sanción a un organismo público por practicar retenciones ilegales.

Creo que la razón de este tipo de situaciones es que existen dos estándares para los productos de software: el del mercado particular y las empresas, por un lado, y el de la Administración, por otro.

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Nadie que pague de su bolsillo un paquete informático dejará de reclamar si éste no cumple sus expectativas; ninguna empresa puede permitirse el lujo de decirle a un cliente que, por un fallo en el programa de facturación, tiene que cobrarle unos euros de más; pero la Administración es distinta.

La Administración está sometida a un doble proceso de descomposición: la propagación, por parte del Gobierno de derechas e importantes grupos de presión, de la idea de que lo público no funciona y lo privado sí, y la dejadez de funciones más absoluta entre buena parte de los gestores públicos, que, lejos de tratar de regenerar la imagen de las instituciones que les pagan la hipoteca del adosado, se escudan en que nada funciona a su alrededor para evitarse el esfuerzo de hacer que algo funcione.

En este contexto, se produce una perfecta simbiosis entre los pícaros del microchip, que suministran a la Administración programas incapaces de superar cualquier control de calidad mínimamente serio, y los gestores que no gestionan nada, para quienes el programa que comete constantes fallos se convierte en un deus ex machina que los exime de unas responsabilidades que no están dispuestos a asumir.

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