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Columna
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Desgobierno empresarial

Jesús Mota

Con frecuencia no se relaciona con la debida intensidad la situación económica general que revelan los indicadores macroeconómicos con la posición de las empresas que viven en esa situación. La crisis argentina está castigando intensamente a las empresas españolas que operan en el país austral; pero no está muy claro que las direcciones de las empresas estén transmitiendo a sus inversores y, de paso, a la opinión pública, la gravedad de ese deterioro. Más bien sucede lo contrario, que los gestores reconocen apresuradamente el impacto sobre las cuentas que están obligados a reconocer porque las cuentas no les permitirían mayor optimismo, pero mantienen un pesado silencio sobre otras consecuencias, tan graves o más que las primeras. Jugar al escondite sería el símil adecuado en este caso.

El gobierno de las empresas españolas carece de normas generales, reglas de detalle y respeto institucional

Pongamos, por ejemplo, el caso de Repsol, una de las grandes de España y, no conviene olvidarlo, una de las empresas privatizadas por el Gobierno del PP. En la junta de accionistas celebrada a finales de abril, el presidente, Alfonso Cortina, informó a los accionistas de los principios estratégicos que gobernarían la empresa durante el próximo ejercicio. Una de las apuestas estratégicas de Repsol, como se dice en el lenguaje impresionista mayoritario, era el gas natural. Apuesta sensata, dicho sea de paso, puesto que es la energía con mayor rentabilidad potencial para la industria durante los próximos diez años.

Semanas después, Repsol anuncia que vende en Bolsa una parte del capital que controla en Gas Natural. Exactamente el 23%. La explicación oficial es que se necesita reducir la deuda. La venta reduce la participación al 24%, similar a la que tiene la Caixa.

La venta plantea varios problemas financieros. Uno de ellos es que el pasivo de Repsol se beneficiará sin duda de la venta, pero el activo queda notablemente mermado. Dicho de otra forma, los acreedores salen beneficiados, pero no los inversores. Después de la venta del 23% de GN, la empresa no tendrá el mismo valor para el accionista. Pero lo más significativo de la secuencia temporal es el papel que se hace jugar a los accionistas; se mire como se mire, no fueron informados con exactitud de la situación financiera de la compañía -consecuencia en parte de la crisis argentina- y, con la fervorosa apuesta por el gas natural, se les ofreció una versión inexacta de la estrategia empresarial próxima.

El caso de Repsol no es naturalmente el único. Recuérdese el caso de las cuentas del BBVA en Jersey, conocidas por los presidentes Emilio Ybarra y Francisco González, sin que las juntas de accionistas, donde están representados los propietarios del banco, fueran informadas por ninguno de los dos; y así podrían exponerse multitud de ejemplos. Lo cual lleva a corroborar de forma inevitable que el gobierno de las empresas españolas carece de imperativos de obligado cumplimiento, reglas de detalle y respeto institucional. Nadie se extraña de que presidentes de compañías silencien datos sustanciales para tomar decisiones sobre la sociedad ni se escandaliza de que las normas de buen gobierno sean ignoradas sistemáticamente en cada junta o, incluso, consejo de administración.

El desgobierno empresarial no termina en el ninguneo a los accionistas, denunciado desde tiempo inmemorial, pero que se creía (al parecer ingenuamente) mitigado por el desarrollo de la Bolsa, la sofisticación de los mercados y la abundante afluencia de capital extranjero a los negocios españoles. Se extiende a otras cuestiones capitales, como el nombramiento de los consejeros independientes -cada vez menos consejeros y menos indpendientes-, representantes en teoría de los pequeños accionistas, pero designados casi siempre por los presidentes de las empresas (información en página 37) como piezas de apoyo politico al equipo directivo. ¿Y que decir de las retribuciones de consejeros y directivos, decididas con frecuencia en la más espesa oscuridad por los mismos que se benefician de ellas o influendo en comisiones de retribución que no están formadas con la debida independencia?

Las empresas españolas viven en una paradoja permanente: los mercados en los que operan son más sofisticados y abiertos cada día que pasa; pero el gobierno de las empresas se rige por prácticas del paleolítico empresarial. La contradicción acabará por hacer crisis en algún momento.

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