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Reportaje:

El ocaso de Neguri

Sí, hay un ambiente muy pesimista, como de catástrofe'. Acodado junto al ventanal del bar Tamarises, obligado punto de encuentro de las gentes de Neguri, el hombre que porta uno de esos apellidos rotundos de gran alcurnia recorre lentamente con la mirada las aguas del Abra bilbaína para detenerse al otro lado de la orilla, en un punto indeterminado del brumoso paisaje de grúas, instalaciones industriales y espacios abandonados de la margen izquierda.

Es un gesto inconsciente, un reflejo cotidiano que las grandes familias industriales y financieras vizcaínas llevan repitiendo desde hace cuatro generaciones. Cuestión de perspectiva y de vasos comunicantes entre dos mundos radicalmente separados. Cómodamente instaladas en sus, en otro tiempo, lujosos fortines, las gentes de Neguri llevan siglo y medio inspeccionando la otra orilla, sólo que esa mirada, que no encuentra ya en lontananza el monstruo rugiente, volcánico, de los Altos Hornos, está ahora preñada de nostalgia y de fatalismo. 'Es una situación horrible. Emilio Ybarra y los otros consejeros del banco son unas bellísimas personas, grandes caballeros que han hecho ganar mucho dinero a los accionistas. ¿Quién podía pensar que estos hombres podían caer en picado?', comenta, escandalizado, nuestro hombre del Tamarises.

En el corazón físico de esta aristocracia nadie parece dudar de que la expulsión del BBVA es el tiro de gracia a esta clase privilegiada que busca ahora culpables entre su partido, el PP, y en el Gobierno de Aznar
Corren versiones de encuentros poco amistosos entre Ybarra y sus antiguos consejeros. Ampuero le dijo en el Club Marítimo: 'Emilio, nos has vendido'
El terrorismo de ETA, que ha visto en los habitantes del barrio de Neguri una fuente inagotable de recursos, se ha ensañado con este grupo social
Lo que deshizo la unión entre las familias y dio paso a la etapa caracterizada como la del 'sálvese quien pueda' fue el secuestro y asesinato de Javier Ybarra en 1977
Tal y como hizo con los pasados Gobiernos socialistas, la oligarquía vasca ha llegado a una relativa simbiosis con el nacionalismo
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Mito y realidad de un clan en la larga marcha de la fusión entre el BBV y Argentaria

Han pasado ya bastantes semanas, pero la antigua oligarquía de Neguri no acaba de creérselo. Su último bastión, el banco que crearon hace 150 años para consolidar un poder económico y político imponente, ha pasado a manos extrañas, manos plebeyas podríamos decir, abusando de los viejos clichés.

Por vez primera en la historia no hay un Ybarra ni un Ampuero en el Consejo de Administración del BBVA, y las grandes familias de los barones, condes y marqueses siderúrgicos se encuentran excluidas de la dirección del banco. Algunas de ellas, los Icaza, Lezama Leguizamon, Aresti, Muguruza, acaban de ser arrastradas por la caída en desgracia del ex presidente del banco Emilio Ybarra, su último campeón en las finanzas. Todo un escándalo si se tiene en cuenta que hasta hace no demasiado tiempo había gente que creía que los consejos de administración del banco eran vitalicios y hereditarios, como tantas otras cosas en el universo privado de esa particular sociedad.

El tiro de gracia

Aunque el barrio de Neguri, corazón físico de esta aristocracia, representa los restos de un naufragio acaecido décadas atrás, nadie parece dudar de que la expulsión del BBVA, su banco por antonomasia, es el tiro de gracia a esta clase privilegiada para acreditar simbólicamente la desaparición de la todopoderosa oligarquía vasca que transformó y manejó a su antojo buena parte de la historia social, económica y política de España. Algunos de los lustrosos apellidos de Neguri buscan ahora culpables en su propio partido del PP y en el actual Gabinete de José María Aznar, mientras retiran de su pedestal al Ybarra que ha roto con su secular posición dominante en la gran banca. 'Esto ha sido una operación de castigo contra Neguri. No han dudado en sacrificarnos con tal de controlar el banco', afirma un miembro de una de las familias defenestradas del Consejo de Administración del BBVA. 'En el PP había gente verdaderamente obsesionada con la idea, totalmente falsa, de que Neguri no ha colaborado lealmente con el partido, y que, por el contrario, lleva demasiado tiempo contemporizando con el nacionalismo y pagando a ETA. Estaban convencidos de que como Pedro Luis Uriarte y otros consejeros son, o han sido, nacionalistas, el banco estaba en manos nacionalistas'.

En general, en estos ambientes, los argumentos esgrimidos por la actual dirección del banco, las cuentas cifradas en paraísos fiscales que investiga el juez Baltasar Garzón, son juzgados poco consistentes. Piensan que todos los bancos utilizan dinero negro pero que, en esta ocasión, la que gente de Francisco González [actual presidente del banco] ha utilizado esas irregularidades pa-ra hacerse con el control aunque después hayan nombrado a Román Knörr y a Susana Rodríguez para no dar la impresión de que han roto completamente con lo vasco. Entre los nietos y bisnietos de aquellos grandes capitanes de empresas que trajeron la industrialización a Vizcaya hay también opiniones divergentes. 'Bueno, ese dinero era un pellizco muy suculento, bastante tentador, ¿no? ¿Por qué creían que el Gobierno de Madrid iba a permanecer inmutable viendo que el PNV, que sigue vinculado estratégicamente con ETA, tenía un montón de gente en el consejo y en las altas esferas del banco? Esos fondos, ¿no habrán servido igualmente para cubrir pólizas antisecuestro y, en la práctica, para pagar a ETA?', insinúa el propietario de uno de esos apellidos ilustres de Bilbao.

Pocos comprenden la actitud de Emilio Ybarra de mantener ocultos esos fondos procedentes de la fusión con el Banco de Vizcaya. Piensan que hubiera sido más lógico haberlos hecho aflorar entonces para evitar problemas tras la fusión con un banco público como Argentaria. Nadie se explica tampoco por qué Emilio Ybarra aceptó fusionarse con Argentaria en unas condiciones que no respetaban la supremacía financiera del BBVA y su mayor capacidad de gestión. Es ahí donde reside la incógnita mayor que nadie ha conseguido desvelar en todos estos años. 'Emilio llevó esa fusión personalmente, primero al margen y luego en contra del propio consejo. Estaba tan empecinado', dicen, 'con la operación que amenazó con dimitir cuando el consejo le dijo que no'. La pregunta que vuelve ahora a cobrar fuerza es qué le llevó entonces a Emilio Ybarra a aceptar que el pez chico (Argentaria) se comiera al grande (BBV). Ninguna de las respuestas posibles -'o le engañaron, o le chantajearon'- contribuyen a rehabilitar al ex presidente del BBVA, y no faltan quienes, vista la aparente docilidad de los afectados, su falta de respuesta, se preguntan si por debajo del pulso librado en la cúpula del banco no ha habido una razón más poderosa, un argumento tan contundente y políticamente explosivo que ninguna de las partes en disputa quiere abordar públicamente.

A falta de una explicación plausible, las sospechas circulan intensamente en los muy elitistas Club de Golf y en el Marítimo, en el más democratizado Club de Tenis Jolaseta, obligados puntos de encuentro de la sociedad negurítica. '¿Hay un documento, algo, que pruebe los supuestos pagos a ETA?'. '¿Es cierto que los americanos han encontrado esa conexión en el barrido informático sobre los paraísos fiscales que llevaron a cabo tras el 11 de septiembre?'. Bajo la retórica solidaria hacia el principal afectado -'es muy lamentable toda esta mezquindad dirigida a hacer leña del árbol caído'-, corren por Neguri versiones de encuentros poco amistosos entre Emilio Ybarra y sus antiguos consejeros. 'José Domingo Ampuero le dijo a la cara en el Marítimo: 'Emilio, nos has vendido', 'Cuando llegó Emilio, varios consejeros palmearon las mesas en señal de reprobación'.

Son versiones apócrifas acogidas con incredulidad entre quienes por su posición familiar deberían estar al tanto de semejantes desplantes. 'Por supuesto que los consejeros están muy enfadados con Emilio porque dicen que ellos no sabían nada, pero le aseguro que si él entra ahora mismo aquí, todos nos levantamos para darle un abrazo. Otra cosa es que, luego, en privado, comentemos lo que comentemos'. De buenas a primeras, el prohombre financiero Emilio Ybarra ha pasado a ser un mal gestor, sin más cualidades profesionales que su reconocida pasión por el trabajo. Es incluso probable que si el ex presidente del BBVA pretendiera hoy reingresar en el Club Marítimo encontraría en su camino la fatídica bola negra, o el círculo negro, que permite a cualquier miembro de la junta directiva del club ejercer el derecho de veto.

Desguace general

Nuestro hombre del Tamarises sigue con la mirada perdida en la otra orilla. Lo que se divisa tiene poco que ver con la actividad incesante, frenética, con la sucesión ininterrumpida de fábricas alineadas a lo largo de 14 kilómetros. Del desguace general de los años setenta queda la discreta acería compacta, con capital extranjero y sede social en Luxemburgo, que ha reemplazado, es un decir, al gigante telúrico de Altos Hornos; quedan los restos, temblorosos por la competencia coreana, de los Astilleros de la Naval de Sestao; queda lo que queda de la Babcock Wilcox. Por supuesto, las grandes fortunas de Neguri siguen bien presentes en el entramado empresarial vizcaíno y español, de forma que los apellidos Ampuero, Zubirías, Lipperheide, Ybarra, Delclaux o Castellanos... están estrechamente unidos a firmas como Cementos Lemona e Iberdrola, al Grupo Correo y Tubos Reunidos, a Vidrala, a Metrovacesa, al Grupo Recoletos, a las multinacionales de los seguros y a las grandes consultoras. Pero, descontada su posición dominante en determinados grupos de comunicación, puede decirse que han perdido casi completamente el control del capital y la gestión, el poder, además, por supuesto, del liderazgo económico, político y social que ostentaron durante generaciones.

Quebrada la capacidad de recambio generacional en un mundo empresarial mucho más complejo -'para qué nos vamos a engañar, nos hemos convertido en gente poco competente'-, Neguri es hoy un concepto mucho más difuso, carente de su antigua significación; un concepto que encuentra sentido como enclave geográfico de un esplendor periclitado, como etiqueta nostálgica de una sociedad todavía muy pudiente, pero desprovista de brillo, fuerza y capacidad, condenada por la historia.

Tampoco el espectáculo que se vislumbra desde la otra orilla guarda entera semejanza con el pasado de gloria. La primera línea de edificaciones frente al mar formada por los palacetes de estilo inglés o francés, de los Lezama Leguizamon, Ampuero, Aldecoa, Ybarra, Galíndez, Arriluce, Echevarrieta..., ha quedado parcialmente desfigurada, aunque el palacete acastillado de los Lezama sigue aportando su impronta majestuosa a un lugar no exento, tampoco, de algún adefesio arquitectónico. Parte de los viejos palacios, algunos ya derrumbados y sustituidos por apartamentos de lujo, han pasado a ser sedes sociales de grandes empresas, al tiempo que los profesionales selectos y la alta burguesía nacionalista se codean hoy, linde con linde, con los descendientes de la extinta oligarquía vasca y española.

El mito de Neguri (en euskera, lugar de invierno) nació con la aurora del siglo, en un terreno abonado para los nardos del que pronto empezaron a brotar extravagantes palacios de estilo inglés o francés, en un derroche lujuriante que, en su máximo esplendor, duraría medio siglo. Situado a pocos kilómetros de Bilbao, entre Las Arenas y el pueblo costero de Algorta, la alta burguesía vizcaína encontró allí el enclave ideal de residencia que le permitía contemplar a distancia la pujante actividad de sus industrias y ahorrarse los humos y la visión deprimente de la vida en las barriadas obreras pobladas por masas de desheredados que acudían a las industrias y a las minas de Vizcaya. En los palacetes levantados frente al mar, sobre grandes jardines diseñados en ocasiones por los mismos jardineros de Versalles, los grandes señores convertidos en marqueses, condes y barones merced a su fidelidad a la monarquía de la Restauración prodigaban sus recepciones con vajillas de Sajonia y de Sevres bajo la dirección de los chefs franceses, muy particularmente de monsieur Alejandro Careriviere, bordelés cocinero de la Sociedad Bilbaína que impuso su gusto exquisito a varias generaciones de neguríticos.

Se ha dicho, y con razón (Gregorio Morán, Los españoles que dejaron de serlo), que posiblemente no ha habido otro lugar en el mundo en el que la división de clases haya sido tan geográfica como en Bilbao. Pero es igualmente cierto que los hacedores de este primer imperio de Neguri, capitalismo en estado puro, tuvieron verdadera impronta empresarial, se enriquecieron y crearon intensamente, participaron de una cultura del trabajo mucho más próxima a la de las escuelas presbiterianas que del catolicismo acendrado que practicaban. Con ideas inglesas y libros franceses promocionaron un Bilbao pujante de gustos exquisitos y refinados que hizo nacer la revista Hermes y la tertulia Le Lion d'Or, el fructífero centro cultural de la Sociedad Bilbaína, la Ópera Abao, el Athletic de Bilbao, la Sociedad Filarmónica y la Comercial de Deusto, vivero hasta hace poco de la clase empresarial española, por el que han pasado gran parte de los personajes de las finanzas españolas y de la política vasca, desde Mario Conde hasta el ex lehendakari Carlos Garaikoetxea y el secretario general del sindicato nacionalista ELA-STV, José Elorrieta.

Eran unas mil personas situadas alrededor de un tronco compuesto por ocho o diez familias que, como proclamó el escritor fascista Rafael Sánchez Mazas, sostuvieron la política nacional española en Vizcaya durante los siglos XIX y XX. Según Sánchez Mazas, personaje estrechamente vinculado a Neguri, la política en Vizcaya siguió siendo 'una cuestión de familias', mientras en el resto de España 'la política se iba convirtiendo en una política de individuos'. El exponente más claro de esa intervención no está tanto, aunque también, en los apellidos de los políticos que ejercieron el poder en esas épocas como en la complicidad establecida entre esas familias para evitar que los resultados electorales cuestionasen su dominio. Enemiga de las incertidumbres electorales, la oligarquía vasca se confabuló en un pacto conocido como La Piña que les comprometía a hacer lo necesario, incluida la compra masiva de votos, con tal de cerrar el paso al socialismo y al nacionalismo vasco.

La Arcadia feliz

A esa sociedad oligárquica se le sumó en las primeras décadas del siglo pasado una burguesía nueva apoyada en los partidos emergentes. Es el caso de Ramón de la Sota, hombre clave en el desarrollo del nacionalismo vasco, que hizo su fortuna exportando hierro al Reino Unido burlando el bloqueo alemán durante la Primera Guerra Mundial. Y también el de Horacio Echevarrieta, republicano que cultivó amistades tanto dentro del partido socialista como entre los militares relacionados con Marruecos, país en el que desplegó parte de su negocio. Las diferencias políticas no impidieron que todos unidos echaran por tierra la ley Alba de 1916, que acarreaba una merma de sus beneficios.

En su libro Las cenizas del esplendor, el escritor Antonio Menchaca, que ha reflejado como nadie aquella atmósfera de la sociedad de Neguri, pone en boca de su protagonista la marquesa de Avendaño el siguiente comentario: 'Era una Arcadia feliz ignorante de que vivía sobre un barril de pólvora, pese a que su silueta se adivinaba detrás de los humos, en la otra margen, en aquel territorio ignoto de minas y fábricas'.

La guerra civil mermó considerablemente a las familias de la oligarquía, algunos de cuyos miembros, encarcelados desde el primer momento de la contienda, fueron asesinados en represalia por los bombardeos sobre Gernika y Bilbao. Pero la victoria del franquismo, al que apoyaron casi en bloque, les devolvió plenamente sus poderes en aquella España autárquica que les convirtió en beneficiarios principales de la política proteccionista aplicada a la siderurgia, la energía y la banca.

Nació entonces un segundo imperio de Neguri que también irradió su modelo al resto de España, un imperio de menor iniciativa, carente del ingenio y la audacia de los pioneros, representado por una sociedad encerrada en sí misma, hipócrita y de doble moral, poblada de personajes grises, católicos y reaccionarios que abandonaron las referencias culturales vasquistas y la función de mecenazgo de sus antepasados. Un ejemplo altamente elocuente de la hipocresía y la doble moral reinante la aportó el gobernador civil de la provincia el falangista Jenaro Riestra en el discurso que pronunció en marzo de 1951, con motivo del medio centenario del nacimiento del Banco de Vizcaya. 'Es indudable', dijo, 'que si el dinero se administra como cual merece en calidad de depósito pasajero para más altos fines, puede ser un gran medio de acercarse a Dios (...). Pueden ser los grandes bancos un instrumento del que Dios quiera valerse para que muchos hombres puedan encontrar el camino cierto de su vida'.

Anclados en sus tres grandes poderes: el Banco Bilbao, el Banco Vizcaya y la Universidad Comercial de Deusto, donde los jesuitas continuaban aleccionando a los hijos de la alta burguesía en las virtudes del capitalismo y en la doctrina de las élites -'no basta con ser muy bueno, hay que ser el mejor en la situación más imprevisible y aprovechar a fondo las oportunidades'-, Neguri era tan falsamente virtuosa que Blasco Ibáñez decía sentir verdaderas náuseas. Cuando el proceso de liberalización económica en España empezó a ponerles en aprietos, los grandes hombres de empresa vascos utilizaron sus poderosos resortes en la Administración para trasladar sus ruinosas empresas siderúrgicas al hospital del Instituto Nacional de Industria. La depresión iniciada en 1974 les llevó a redoblar sus actividades en el campo de la especulación financiera e inmobiliaria, en un momento en el que, muerto Franco, carecían de interlocutores entre la nueva clase política. 'Parecían marcianos, no entendían lo que pasaba ni en España ni en Euskadi, eran el último núcleo franquista', comenta uno de los hijos rebeldes de la sociedad negurítica. Los desarmes arancelarios impuestos para la entrada en la UE quebraron definitivamente el viejo imperio industrial, y rápidamente la pérdida de su función social dejó al descubierto su condición de privilegiados. El terrorismo hizo el resto.

ETA en Neguri

El primer aviso inquietante se produjo en 1973 con el incendio, provocado por ETA, que destruyó el Club Marítimo, máximo emblema de Neguri, un edificio singular de estilo belle époque, y preciadas maderas que guardaba los recuerdos de largas décadas de esplendor. Reconstruido a base de cemento y acero, el nuevo Marítimo ilustra hoy tanto el temor a la agresión como el propósito de resistencia. Pero lo que deshizo la unión entre las diferentes familias y dio paso a la etapa caracterizada como la del sálvese quien pueda fue el secuestro y posterior asesinato, en 1977, de Javier Ybarra y Bergé. Las diferentes familias y sus representantes en los bancos Bilbao y Vizcaya no se pusieron de acuerdo sobre la conveniencia de pagar a ETA y los hijos del secuestrado apenas lograron reunir 50 de los 1.000 millones de pesetas fijados como rescate. La herida sigue estando a flor de piel. Consciente o inconscientemente, todos están todavía bajo el efecto del aquel trauma y las relaciones entre ellos siguen estando envenenadas. El pánico llevó entonces a algunas familias a vender sus mansiones por un precio inferior incluso al que pagaban por el impuesto municipal y muchos miembros de la segunda y tercera generación abandonaron Euskadi. El terrorismo, que ha visto en Neguri una fuente inagotable de recursos, se ha ensañado ciertamente con este grupo social, aunque los coches bomba que coloca periódicamente en la calle dedicada al arquitecto por antonomasia del barrio, Manuel María Smith Ibarra, pueden ahora perfectamente alcanzar a una persona de ideología nacionalista.

Democratización de un barrio

Después de tantos titubeos, el mundo de Neguri se ha democratizado considerablemente, bastante más que los círculos de la alta burguesía andaluza, madrileña o catalana, y ha terminado por aceptar el estatuto de autonomía, aunque es verdad que la ikurriña no entró en el restrictivo Club de Golf hasta finales de los ochenta y que lo hizo de tapadillo y por compromiso, entre las protestas de algunos socios. 'Yo también me abrazo con el lehendakari, por supuesto, pero la verdad es que no es lo mismo que hacerlo con un político español como yo', indica una persona muy significada de ese grupo social.

Tal y como hizo con los pasados Gobiernos socialistas, el mundo de Neguri ha llegado a una relativa simbiosis con el nacionalismo vasco que se refleja, quizá, en la aparente cesión de las presidencias de Confebask, de la Ópera de Bilbao o del Athletic. Es una relación forzada, cargada de desconfianzas, que la tirantez extrema actual entre el PP y el PNV está poniendo a prueba. Revitalizado económicamente gracias al despegue de los últimos años y a la incorporación de la burguesía nacionalista ascendente, el barrio de Neguri muestra hoy un paisaje humano bien diferente. Aunque las generaciones jóvenes no participan ya de la endogamia pasada, los vínculos matrimoniales entre apellidos de alcurnia siguen primando en algunos casos, al igual que la búsqueda de la diferencia, bajo un panorama general de informalidad y campechanía que en algunos casos resulta más ficticia que auténtica. En el caso de Neguri, muchos se reconocen en los tópicos: la obsesión por el dinero, el afán por rebañar el plato, el clasismo, el tonto sentimiento de superioridad... 'Lo que queda de antiguo Neguri sólo existe en los funerales, y eso porque son gratis. Es un mundo más bien siniestro, de falsas amistades, en el que la navaja puede salir a relucir siempre que haya un paquete de acciones de por medio', dicen los críticos más ácidos.

Como ya no tienen otra manera de distinguirse del resto de los mortales, llaman mecánico al chófer; dicen guiar por conducir, y convidar por invitar. El dinero es el único elemento que permitiría hoy envidiar a la sociedad negurítica. 'Todo lo que queda ahora', dice Antonio Menchaca, 'es el esplendor de las cenizas'.

Vista del barrio de Neguri. Al fondo, el palacio de la familia Lezama Leguizamon.
Vista del barrio de Neguri. Al fondo, el palacio de la familia Lezama Leguizamon.SANTOS CIRILO

Dos orillas, dos miradas

LAS DOS ORILLAS, las dos miradas, llevan ahí entrecruzándose desde principios del siglo pasado. La burguesía comercial, naviera, bancaria (creó el Banco de Bilbao en 1857) e industrial, que despegó con fuerza gracias a que la explotación de las minas de Somorrostro dejó de ser comunal en 1841 y a que los aranceles proteccionistas cubrieron todo el País Vasco, entró en su apogeo en las dos últimas décadas del siglo XIX. Víctor Chávarri, el gran pionero -'con media docena de hombres como él, España se habría salvado fácilmente del atraso industrial', se escribió como epitafio en el semanario socialista La Lucha de Clases-, pensó que merecía la pena transformar en la misma Vizcaya el mineral de hierro que se exportaba fundamentalmente al Reino Unido. Dicen las crónicas que Víctor Chávarri se echó a llorar en la hermosa vega de Barakaldo el día en que decidió que aquél era el lugar más idóneo para albergar los Altos Hornos. La difusión en el Reino Unido y en otros países del sistema Bessemer de producción siderúrgica, sistema que precisaba un material de hierro rico en hematites, multiplicó la demanda de este mineral, que en Vizcaya se encontraba abundante y a flor de tierra. La adquisición en el extranjero de buques de casco de hierro y a vapor hizo el resto, y así, en pocas décadas, esa burguesía industrial, presente también en los sectores energéticos e inmobiliarios, acumuló unas riquezas inconmensurables.

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