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EL OCASO DE NEGURI

Mito y realidad de un clan en la larga marcha de la fusión entre el BBV y Argentaria

El Gobierno de José María Aznar tomó posesión el domingo 5 de mayo de 1996. Doce días después, el 17, nombró a Francisco González presidente de Argentaria, el primero en empresas de participación pública. González, al asumir el cargo ese mismo día, anunció la privatización total. Quedaba entonces un 26% en manos de Patrimonio del Estado.

El BBV solicitó al banco de inversión Bankers Trust una propuesta de novios para un matrimonio de conveniencia. En España, BT tenía como presidente a Juan Villalonga. BT realizó el estudio y consideró que Argentaria era la mejor candidata.

Emilio Ybarra y Pedro Luis Uriarte pusieron, pues, a Argentaria en su punto de mira. Entre el 28 de mayo -mientras Villalonga preparaba las maletas para asumir la presidencia de Telefónica, hecho que se produjo el 7 de junio- y el 16 de julio, BT diseñó en Londres la operación, y adquirió el 4,43% del capital de Argentaria en Bolsa.

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El verano de 1996 pasó. Y casi cuando se apagaba el de 1997, el vicepresidente y ministro de Economía y Hacienda, Rodrigo Rato, enterado de movimientos en la banca, llamó a Ybarra. El Gobierno, le dijo, veía con preocupación cierta movida en ciernes. Lo mejor era no menear el mapa bancario. Ybarra dio instrucciones a BT a primeros de septiembre de 1997, el día 3, para vender el paquete. El 27 de enero de 1998, BT terminó de deshacerse de las acciones de Argentaria. Ybarra se encontró con unos beneficios de 134,4 millones de dólares. Ordenó transferirlos a la cuenta de una sociedad llamada Sharington, en la isla de Jersey, que gestionaba un trust, el T.532.

El programa estratégico de Ybarra y Uriarte pasaba por una cuenta de resultados robusta con crecimientos espectaculares. Había que coger mayor dimensión. Uriarte habló con Ricardo Lacasa, consejero delegado del Banco Popular. Se puso al habla con Ángel Corcóstegui, del Banco Central Hispano. Y con el Banco de Sabadell. Rascó debajo de las piedras aquí y en el exterior. No salía nada.

A mediados de 1998, Aznar intentaba moderar su comportamiento ante el acercamiento de Xabier Arzalluz a Herri Batasuna. Un hombre, un negociador nato, comenzó a hablar con Uriarte. Su nombre: Manuel Pizarro. La idea: propulsar la fusión BBV-Argentaria. Uriarte, que en mayo de 1996 había tenido a Argentaria en la mira, estaba feliz. En cambio, quien ahora parecía reticente era Ybarra.

Pero Ybarra entró finalmente a escena a finales de agosto. Y a primeros de septiembre de 1998 jugó la partida mano a mano con Francisco González. Era como si los dos presidentes hubieran desplazado a sus dos intermediarios, Pizarro y Uriarte. Pero Uriarte, claro, era de la casa.

Ybarra pisó el acelerador y prácticamente llegó con González a un acuerdo de fusión. El presidente del BBV se mostraba generoso y estaba dispuesto a compartir el poder con González. Pero, mira por dónde, ahora Uriarte estimaba que a Ybarra se le había ido la mano. Hubo reproches de entrega del BBV a González. Ybarra consultó a altos ejecutivos. Preguntó, incluso, sobre el cambio de sede social, de Bilbao a Madrid. Uriarte, según se demostró, tenía el apoyo de los coroneles.

El 15 de enero, el Banco Santander y el Central Hispano anunciaron su fusión. Desmoralización terrible en las filas del BBV. Otra vez Botín llevaba ventaja

El BBV -igual que el San-tander- necesitaba dimensión. Entre otras razones, para diluir el enorme peso que ocupaban en sus balances las actividades en América Latina. Uriarte sostenía que lo mejor era fusionarse con una entidad europea.

Unos días más tarde, en el hotel Beatriz de Toledo, Ybarra hablaba a sus huestes en la convención anual de directivos. Había gran expectación. Los coroneles del BBV estaban bajo el síndrome de Botín. El BBV, el primer banco por beneficios, había sido desbancado. Y lo peor: por Emilio Botín.

Ybarra dijo que el BBV no se precipitaría, que la cuenta de resultados sería el primer objetivo, pero admitió que la fusión Santander-BCH influiría en su estrategia.

Uriarte apostó por fusionarse con la entidad italiana Unicrédito, pero no lo consiguió. Se rindió, pues, ante la fusión con la idea de que siempre podía modificarse desde dentro. Entre sus bazas estaba una fusión del BBVA con Unicrédito.

Mientras la tregua declarada por ETA vivía sus postrimerías, Ybarra y González desempolvaron en septiembre de 1999 su acuerdo virtual alcanzado nueve meses antes y paralizado por la resistencia. Esta vez fue la vencida. Los consejeros protestaron. La entrega, dijeron, se había consumado.

Ybarra intentó apagar con dinero el fuego de las críticas, compensando, en marzo de 2000, la futura rebaja de retribuciones de él y de los antiguos consejeros del BBV en el banco fusionado con unos fondos de pensiones financiados con cargo a las cuentas secretas extracontables.

Pero la prueba de fuego del clan de Neguri sobrevino más tarde, en los últimos meses de 2001. La hora de Ybarra comenzaba a sonar en octubre de aquel año. Ideó un golpe de Estado, sin éxito. La mayoría, después de entonar el himno a la resistencia, abandonó a Ybarra e intentó hacerse un lugar al sol bajo el poder de Francisco González. El sueño, como se ha podido comprobar, duró pocos meses.

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