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Tribuna:EL FUTURO DE LA CAPITAL
Tribuna
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Soñar Madrid: la seguridad

La autora liga el problema de la falta de seguridad ciudadana a la escasez de servicios sociales municipales en la capital

Francisca Sauquillo

Dije no hace mucho (ver EL PAÍS del pasado 7 de marzo) que Madrid se ha convertido en una ciudad embarullada, insolidaria e inhóspita. Y es lamentable porque, hasta no hace muchos años, era el mejor de los lugares para vivir y un orgullo para sus vecinos. Por eso creo que es preciso volver a hacerlo posible.

Uno de los problemas de esta ciudad, con el que me siento además particularmente sensibilizada, es el de la falta de seguridad ciudadana, unido en cierto modo a la escasez de servicios sociales municipales.

Y cuando me refiero al concepto de seguridad no estoy pensando en esa afirmación sospechosamente totalitaria de 'cuanta más policía, más orden', como si la paz y el orden público no fuesen posibles sin la presencia amenazante de la autoridad, sino al convencimiento de que la seguridad es cosa de todos.

'El Samur carece de un servicio ambulatorio de atención al indigente como el que existe en la ciudad de París'
'Dejar el orden público sólo en manos de las fuerzas policiales es aceptar ser ciudadanos débiles'

Dejar el orden público exclusivamente en manos de las fuerzas policiales es aceptar ser ciudadanos débiles, necesitados de protección. En cambio, comprender que estar encerrados en casa bajo siete candados tal vez proporcione tranquilidad, pero roba la libertad (las jaulas, aunque sean de oro, siguen siendo jaulas), y que la seguridad consiste en sentirse tranquilo también en la calle, aunque sea durante la medianoche, es la convicción a la que hay que llegar. Ello representa la madurez ciudadana que los madrileños tenemos, aunque se empeñen en no reconocernos.

Seguridad significa estar convencidos de que van a levantarme si me caigo, que van a auxiliarme si alguien me agrede y que van a asistirme y a ayudarme si sufro un desmayo.

Saber, en definitiva, que no estamos solos. Transmitir a los vecinos de la ciudad estos principios con campañas de concienciación ciudadana en los que se expresen estas ideas con lemas como 'Madrileño solidario', 'En Madrid nadie está solo' o 'Tu vecino es tu amigo' sería una buena manera de empezar.

Después cabe reforzar esas propuestas con una acción iniciada en los más pequeños y ampliada a toda la población, algo que sin duda daría sus frutos de manera rápida. Madrid no fue nunca una ciudad insolidaria ni sus vecinos fueron jamás ariscos y egoístas. Hay que impedir que terminemos por cruzarnos de brazos ante modos y costumbres ajenos que pretenden que hagamos propios.

Cualquier política municipal para la ciudad de Madrid debería contener, entre sus postulados ideológicos, un principio que se antoja esencial: dejar a los madrileños en paz. Ello supone que no se encuentren ante el portal de su casa, cada mañana, una zanja que abre la acera, imposibilitando el tránsito peatonal; significa sentirse libres de temer el hundimiento del edificio de viviendas propio, o de un incendio y estar desasistidos en caso de producirse; pero también es regular el ulular continuo de las sirenas que agreden y contaminan acústicamente la ciudad de modo constante, y quiere decir otras muchas cosas más, como utilizar racionalmente los medios existentes en cuestión de higiene cuidando de no regar mientras llueve a cántaros ni recoger basuras en pleno mediodía, colapsando el tráfico.

Significa, en definitiva, respetar la mayoría de edad de los vecinos de la ciudad, sin obligarles a estar en la permanente zozobra por incomodidades absurdas o decisiones improvisadas o necias, como no conocer si una u otra calle de la capital estará cortada sorpresivamente, si su corazón superará el susto del vaciado de contenedores de vidrios en la madrugada, con semejante estrépito, o si sus hijos volverán a casa magullados por una carga policial porque han bebido de un botellón en la calle, como hemos hecho todos en nuestra juventud, aunque no queramos recordarlo ahora.

Todo ello se incluye también en el más amplio concepto de seguridad ciudadana, el que más interesa a los vecinos. La otra seguridad, la que se refiere a los delitos y faltas, a la existencia de inmigrantes o de españoles que delinquen, a los hurtos, robos y agresiones, es competencia policial, como siempre fue y lo sigue siendo en todas las ciudades del mundo. Madrid no es diferente a otras grandes ciudades en estos aspectos de la delincuencia, pero ni los policías municipales son fuerzas especiales preparadas para emular a los geo ni el Ayuntamiento de Madrid puede olvidar que tiene otras misiones que cumplir, aunque subsidiariamente también deba colaborar en impedir este aspecto de la inseguridad ciudadana.

No cabe convertir Madrid en una ciudad insegura porque no se sea capaz de convencer a los vecinos de la solidaridad que deben demostrar y la ineludible necesidad de la convivencia.

En estos días, avergüenzan las noches de Madrid tomadas por la policía. Y es que se desconfía de los ciudadanos, como si fuesen menores de edad o limitados de entendimiento: ¿es que acaso se cree que los jóvenes no comprenden que los mayores tienen que descansar, y que los mayores no comprenden que es natural que los jóvenes se diviertan?

La autoridad tiende a considerar a los ciudadanos faltos de saber y gobierno. Pero así como nadie erradicó jamás la prostitución, sino que tan sólo la trasladó de lugar, de igual modo nadie conseguirá que los jóvenes dejen de divertirse ahora a su modo.

Como mucho, lograrán lo conseguido: echarlos de grandes plazas para que inunden las pequeñas calles. Pero ahora se han empeñado en una batalla perdida de antemano: no los meterán en casa a medianoche, como cenicientas, ni se dejarán de rebelar, afortunadamente. Porque tampoco es esa clase de seguridad la que necesita Madrid.

La seguridad ciudadana tiene demasiados aspectos como para dejarlos todos en las únicas manos de los cuerpos de policía. El mismo Servicio de Ambulancias Municipales de Urgencia (Samur), que tan buena labor realiza, carece de un servicio ambulatorio de atención al indigente, como el que existe en París, por ejemplo, con tan admirables resultados.

Aquí ha de realizarlo una ONG. Y los intentos de crear policías de barrio han fracasado porque la seguridad no se mide por el número de pistolas en la calle, sino por la cantidad de vecinos decididos a estar prestos a socorrer al prójimo.

La labor municipal debe encaminarse, también, a la prestación de servicios sociales, con especial atención a la asistencia domiciliaria de las personas mayores, de los impedidos y de cuantos vecinos viven solos y, con demasiada frecuencia, desamparados.

También en estos casos las ONG están obligadas a cumplir una función que debería ser prioridad municipal. Pero mientras el presupuesto municipal tenga más querencia a facilitar el tráfico mediante túneles y pasos elevados que a prestar seguridad a los vecinos, Madrid se hará cada vez más metrópolis y menos hogar, más autopista y menos camino vecinal, más madriguera y menos ciudad.

Preferir la injusticia al desorden es una cobardía. Y sentirse inseguro entre casi cuatro millones de vecinos, una necedad de la que sólo puede culparse a quienes no consiguen transmitir que Madrid es, o debe ser, la mejor ciudad para vivir.

Hay que educar para convivir y ello no consiste en prohibir, impedir ni obligar. Cualquiera que sea el municipio que construyamos entre todos después de las próximas elecciones habrá de considerar que los madrileños no son seres disminuidos ni desconocen el significado de vivir en una gran ciudad, con sus ventajas y sus inconvenientes.

A sus vecinos, Madrid no les viene grande. A su Ayuntamiento de hoy, seguramente.

Francisca Sauquillo es diputada del Grupo Socialista en el Parlamento Europeo.

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