Le Pen acusa al presidente Chirac de organizar un gigantesco 'fraude electoral'
El líder del Frente Nacional afirma que las papeletas están retocadas para favorecer a su rival
El tribuno Jean-Marie Le Pen no estaba de buen humor esta mañana. A la implacable luz del día tiene casi todos los 73 años que atestigua su carné de identidad, y que los resplandores mediáticos de la noche o de la distancia difuminan en su favor. El mentón se le desploma en una catarata de plegamientos jurásicos, y la mirada sólo reluce con la ira. No ha debido de recibir buenas noticias antes de llegar al paquebot, su sede electoral, para dar la última rueda de prensa antes de la justa de mañana, donde sabe que va a quedar segundo en su pugna por la presidencia francesa con el gaullista Jacques Chirac.
El líder del Frente Nacional, contrariamente a sus mejores hábitos, ha leído mucho en lugar de perorar en la campaña. Irritado e irritable, lee la enésima condena del establishment, al que, como novedad, acusa hoy de 'preparar un grandioso fraude electoral'. Interrumpe entonces la lectura, para extraer, resuelto, del bolsillo dos papeles rectangulares: son papeletas. Y, con la indignación victimista de las mejores ocasiones, afirma que una de ellas, la que pone Chirac, es de mejor materia y de un blanco inmaculado, mientras que la suya tira a grisácea y carece de aquella nobleza de fabricación. Ninguno de los periodistas de las primeras filas distinguimos una de otra blanca palidez. Le Pen afirma que todos los medios de comunicación franceses: prensa, radio y televisión, están en su contra -lo que es escrupulosamente cierto- y que no han hecho sino verter un mensaje de odio, de manipulación, de mentira sobre su persona y su partido. Por ello, 'Francia es hoy un sistema totalitario', en el que unas élites se comportan como 'terroristas' con la sociedad, a la que someten a 'un lavado de cerebro', y, temerosas de que eso no baste, llegan en estas horas decisivas 'a enviar a los que saben militantes del FN sólo papeletas de Chirac' para dificultar el ejercicio del voto. Igualmente, asegura, que en numerosas alcaldías se impedirá la presencia de interventores de su partido que, tradicionalmente, dice, son acogidos en otras elecciones 'con lapos e insultos de la peor especie'.
'Reencarnación de Hitler'
'Mientras yo recogía las 500 firmas -necesarias para ser candidato y obtenidas de entre los que desempeñan un cargo por elección- se me trataba con cierto respeto, pero en cuanto he pasado a la segunda vuelta, me he convertido en una reencarnación de Hitler. Pero no me importa ese homenaje de la canalla, porque en mi tierra, Bretaña, sabemos que las más bellas rosas nacen del peor estiércol'. Al hablar, la cólera, que crece, le hace brotar un surtidor intermitente de saliva que llega a medio camino de la primera fila.
La rueda de prensa es de lo más escueta. A la pregunta de EL PAÍS sobre con qué porcentaje mínimo consideraría haber conseguido un éxito, casi pierde los estribos: 'Caballero, esa pregunta no tiene ningún interés'. En primera vuelta Le Pen sacó un 16,9%, a lo que cabría adicionar el dos y pico de su Judas particular, Bruno Mégret, que le abandonó en 1999. Total, 19%. El ultra no quiere que se le pueda encasillar en una cifra, como temiendo que la perspectiva haya empeorado estos últimos días. Requerido de nuevo, admite que un 25% sería excelente, puesto que demostraría que tiene 'una productividad de voto mucho mayor que la de Chirac, si contra todo este compló de los medios' llega a tanto. Pero parece entonces llamarse a sí mismo a la prudencia: 'Todos los votos que saque por encima del 16,9% serán un éxito'.
Interrogado sobre sus reservas de voto para superar el 19% de la extrema derecha, allí donde pueda rebañar tribus adicionales de agraviados, Jean-Marie Le Pen responde que sus 'reservas están en el corazón y en la conciencia de los franceses'. Y, seguramente, considerando que ese lugar es demasiado proceloso, continúa. 'La izquierda está llamando a votar a Chirac tapándose la nariz; pero, como tendrían que ponerse una escafandra para votar al supermentiroso, ahí tengo también una reserva de sufragios. Sobre todo, mi voto está en el fraude que se prepara contra mi candidatura'.
Habitual traje cruzado, oscuro como su humor, corbata a franjas estilo Orden de Malta, Le Pen no revienta hoy de satisfacción como, en este mismo escenario, la noche de la primera vuelta. Los periodistas franceses que no son numerosos, casi no preguntan quizá temiendo hasta la contaminación atmosférica. El ambiente decae, Le Pen inquiere si hay más asuntos a debatir, y un acólito, desde las bambalinas de una gruesa maceta, le hace una seña como quien pide tiempo en un partido de baloncesto, y el líder abandona rápidamente el estradillo, tratando tan sólo de obtener la atención de los medios audiovisuales con sus papeletas pasteurizadas.
Bruno Gollnisch, la cara profesoral y algo meliflua del Frente Nacional, departe unos minutos con la prensa. El catedrático de 52 años que, apropiadamente, está casado con una japonesa para que nadie pueda llamarle xenófobo, dice que se va a presentar una reclamación en toda regla a la Comisión de Control Electoral por el asunto de los boletines de voto, y la actitud de 'ciertos medios'. Es éste un final de campaña sin ángel. El gran malabarista del victimismo es posible que tema que vaya a ser él, de verdad, la víctima de este 5 de mayo.
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