¿Por qué votan a Le Pen?
El odio a los extranjeros, la delincuencia y el hartazgo de los políticos clásicos definen al electorado de la ultraderecha
El pasado 21 de abril, Jean-Marie Le Pen fue el candidato a la presidencia que mayor porcentaje de votos obtuvo -23,34% frente al 18,21% de Jacques Chirac o el 15,58% de Lionel Jospin- en Marsella, ganando en siete de las ocho circunscripciones en que está dividida la ciudad. Antes, en otros dos escrutinios -1988 y 1995- ya había llegado en cabeza a la primera vuelta. Ahora, en la región, su victoria es aplastante: gana en 94 ciudades de un total de 119.
'Marsella es un punto crucial en nuestra estrategia, está en el centro de una zona que nos es favorable y nos abre las puertas al dominio de todo el sur', explica Jacky Blanc, la cuarentena bien cumplida, consejero regional y responsable del aparato de seguridad del Frente Nacional (FN). Para él, es lógico que Le Pen haya escogido la ciudad mediterránea para su único mitin entre las dos vueltas. 'Cuando viene aquí se siente como en casa. Y creo que quería premiar a los militantes por el hecho de haberle situado por tres veces por delante en la elección presidencial'.
'Estoy cansado de que mi Ayuntamiento construya mezquitas con mis impuestos'
Para Karim, que asiste a la reunión de los seguidores del FN en el Palacio de Deportes, 'hay que votar a Le Pen porque es el único capaz de acabar con tantos emigrantes ilegales y con tanta delincuencia'. Sin duda, por la sorpresa que supone escuchar a una persona de origen magrebí criticar a los forasteros, Karim se apresta a superar la confusión: 'Mis padres nacieron en Orán, pero yo soy francés. Soy musulmán, no católico'.
No todos los que ocupan la mitad del Palacio de Deportes -unas 8.000 plazas en total, protegidas por 700 policías- demuestran idéntica confusión.
'Yo voto Le Pen porque estoy harta de que me roben, de que haya tanta miseria en la calle, pero no quiero que gane: me basta con acojonar a los otros candidatos'. Marie, propietaria de una tienda en Niza, sabe que 'el programa de Le Pen es inaplicable, pero él escucha las preocupaciones de la Francia de los de abajo, de los pequeños'. La multitud que recibe a su líder rugiendo '¡Le Pen presidente!' es probable que no comparta el escepticismo de Marie, pero sí responde a ese perfil de ciudadano de a pie. 'Estoy cansado de que el Ayuntamiento utilice mis impuestos para construir mezquitas', dice Alexandre Calvet, jubilado, venido de la localidad vecina de Aubagne, regida por los comunistas. Lleva en el pecho las medallas militares que obtuvo como soldado en Argelia. A su lado, Martial Lorenzi, la cincuentena cumplida, en el paro, asegura que 'en Francia todo se hace para ayudar a los extranjeros, ellos lo tienen más fácil, mientras que un sin domicilio francés no cuenta con asociaciones que le protejan. Y ellos, cuando el empresario no quiere renovarles el contrato, denuncian al patrón por racista'.
'Nosotros y ellos', 'los franceses y los extranjeros'. Un mundo maniqueo, de buenos y malos, en el que si no estás conmigo estás contra mí. 'Jean-Marie Le Pen habla el lenguaje del pueblo, es el único de entre todos los políticos al que se le entiende', dice Gérard Colonna, que comparte el análisis del jefe cuando éste habla de 'los trabajadores arruinados por el euromundialismo de Maastricht'. Hoy, Gérard cree en dos únicos símbolos: 'Le Pen, porque siempre hace lo que dice, y el Olympique de Marsella, porque me permite ganar'.
Pierre lleva el cráneo rasurado. Aún no ha cumplido los 40 y dice: 'He venido, aunque no soy del FN, porque lo que he oído estos últimos días, las mentiras de todos los demás, su incapacidad para mirar la realidad de frente, hacen que hoy esté aquí y aplauda a Le Pen. ¡Hay que salir de Maastricht, Francia tiene que recuperar su independencia, se nos debe respeto!'. El hombre se irrita cuando reclama ese mejor trato.
El historiador François Furet, especialista en totalitarismo, explicaba hace años que la base social del fascismo 'es el vagón de metro en una hora punta'. Y eso parece deducirse de las reuniones de Le Pen: católicos integristas, nostálgicos de la monarquía y algunos grandes propietarios forman parte del viejo núcleo duro; racistas de todo pelaje, partidarios de la Argelia francesa y distintas variantes del fascismo son la base de combate del FN; parados, tenderos y obreros en precario son el grueso de la mayoría silenciosa que vota Le Pen, una mayoría esencialmente masculina. En Marsella, casi uno de cada cuatro habitantes, muchos de ellos hijos de emigrantes corsos, argelinos, sefardíes, italianos o españoles. 'Nosotros hemos querido ser franceses, hemos adoptado la lengua, los valores republicanos, pero, ¿dónde está hoy la libertad?, ¿y la igualdad?, ¿y la fraternidad? Muchos árabes no hacen nada por adaptarse, quieren vivir en Vitrolles como si no hubiesen salido de Argel. Hay que acabar con eso. El 80% de los delincuentes son extranjeros. 'Hay que echarles', sostiene un hombre que sólo acepta identificarse como un parado.
Ayer, en Marsella, mientras Le Pen animaba a los suyos y lanzaba guiños a izquierda -'fue Chirac quien le preparó una trampa a Jospin'- y a derecha -'los señores Balladur, Madelin o Bayrou comparten muchas de mis ideas y podrían ser mi primer ministro'-, unos miles de marselleses desafiaban la lluvia y desfilaban por el centro de la ciudad en nombre de la democracia y contra Le Pen. 'El cielo está con nosotros; Dios, con Jean-Marie', había constatado.
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