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VISTO / OÍDO
Columna
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Nacer, morir

Los profesionales de la ética están ahora confusos (aunque no lo sepan) acerca de la vida y la muerte: los conceptos y las situaciones han cambiado, la idea de Dios, y ellos tratan de pensar por sí mismos, sin las viejas muletillas de catequesis. La negación del suicidio por los jueces ingleses a una víctima inmovilizada la ratifica el tribunal de Estrasburgo, y a mí me pone los pelos de punta. La vida es de cada uno y del enjambre social del que es responsable por sí mismo. Nadie lo es de su principio, tan simple como un preservativo roto, tan imprevisible como el resultado de una carrera de espermatozoides, de una inconsciencia de alcohol o drogas; o de la clase de supersticiones que tenga cada uno ante el aborto mezcladas con las leyes de cada país, que administran esa vida según cálculos demográficos, necesidades de mano de obra o influencias de cada religión.

En la muerte hay alguna capacidad de decisión, aunque dependa de ese azar al que se quiere llamar dios: un error médico, el alcohol de un conductor, la bala disparada contra otro, el mosquito que pica. Pero aún se conserva la capacidad propia de irse: a menos que la invalidez lo impida. Los Estados y organizaciones caritativas, la bondad natural o el afecto que cada uno pueda tener, ayudan a los inválidos a vivir o a desenvolverse; no sé por qué no han de ayudar a morir a uno que considera que no tiene otra salida. No deseo a nadie que tenga que decidir dar el veneno al ser querido, o sólo desenchufarle de la vida artificial. Su conciencia, su sensación de culpa, le pueden perseguir toda su vida.

Todos estos éticos que dictaminan sobre embriones o células madre, o fecundaciones fuera de su vaso tradicional, influyen en Gobiernos que tienen en vigor la pena de muerte o la ejercen en la práctica clandestina. O los hacedores de guerras, incluyendo el terrorismo; no puedo comprender a los suicidas de Allah, y menos aún a los exterminadores de Sharon.

Estoy leyendo casi al tiempo a dos Singer maravillosos, judíos, naturalmente. Uno es Isaac Bashevis, que cuenta el judaísmo respetuoso de la vida, pacifista, sacrificial, de su infancia en Amor y exilio; el otro es Peter, en Una vida ética (Taurus), antología de sus escritos: salvar y quitar la vida humana, liberación animal, Darwin 'para la izquierda'. Es un verdadero pensador. Sólo que es de izquierda, o sea, libre: y eso es molesto para los otros.

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