Hijos de sí mismos
Esta novela cuenta la fragmentación de una familia estadounidense al final del siglo pasado. Últimamente la novela norteamericana parece estar ciñéndose a personajes cada vez más ajustados a la idea de que el individuo es el último reducto de la narración. Ya no estamos en tiempos de la novela social de Dreiser o del tráfago urbano de Dos Passos; sin embargo, la noción de que una novela es un mundo o un conjunto de personajes que reflejan un mundo aún parecía resistir. La novela de Franzen habla de una familia, cinco individuos desquiciados que sólo son lo que son, que existen por sí y para sí y que por eso están perdidos en el mundo. El mundo está mal hecho y debe ser corregido en todos nosotros, pero estamos hechos de correcciones y desquiciados por ellas.
LAS CORRECCIONES
Jonathan Franzen Traducción de Ramón Buenaventura Seix Barral. Barcelona, 2002 736 páginas. 23 euros
Lo que paradójicamente permite a esta novela erigirse en un estado de conciencia de la realidad, en una representación del centro de una crisis de enorme calado social, es la falta de trascendencia de sus personajes. Franzen se ha valido de una serie de planteamientos literarios excelentes. El primero: su concepción de la narración; de una parte, la novela tiene deuda con la gran novela social norteamericana; no hay una creación de clima social como el que presentaban esas novelas, pero sí hay una síntesis de ese clima en la presencia, el modo de ser y de manifestarse, de cada uno de los cinco personajes; además, esta novela tiene una deuda expresiva con los escritores posmodernos, particularmente en lo que se refiere al tratamiento de lo grotesco, a ese modo de construir escenas de anclaje real incuestionable por medio de la exageración misma de lo real para obtener una doble lectura simultánea -real y caricaturesca- del mundo que se narra.
Un segundo planteamiento es la utilización muy atenta -en cierto modo una síntesis de la novela realista y la posmoderna- de la minuciosidad en la descripción; para ello se vale del método de dar un acentuado relieve a los detalles, con lo que la novela se llena de gestos, ademanes, actitudes y objetos llenos de intención a pesar de su aparente nimiedad, lo cual origina un solidísimo entramado expresivo cuyo ordenado y paciente despliegue va dando cuerpo, peso y medida a la novela. Es el peso universal de los detalles lo que emana de la novela porque el criterio de Franzen no es enumerativo sino intensivo; es decir: se trata de hacer con ello tejido vital.
El tercero es el empleo del
tiempo. Aunque todo se resuelve en unos cuantos meses, la cronología no viene determinada por el paso del tiempo, sino por el paso de los personajes. La necesidad de ser de cada uno de ellos determina la elección de los momentos clave que los identifican, que los crean, que los generan; pero esos momentos clave se ordenan de acuerdo con la posición vital de cada uno, no de acuerdo a la linealidad de la anécdota aglutinante. Las cosas suceden porque los personajes son la manera en que se comportan ante lo que les preocupa, no porque el tiempo los alinee para existir paso a paso.
Hay algo curioso en estos personajes; la relación familiar les hace aparecer a todos como hijos de sí mismos, no como padres e hijos que se suceden. La familia, cuando se une, lo hace por costumbre u obcecación, no por convicción. Lo que llama la atención en ellos es la incapacidad de hacer nada por nadie salvo ciertos gestos que muchas veces son sólo producto de cicatrices de convivencia. Su atención está puesta siempre en lo accesorio, no en lo fundamental. Y cuando se encuentran con una situación decisiva, están tan preparados para no reconocerla como tal que se encierran en la desfiguración de esa misma situación. La dureza de estos mediocres es tan terrible y desoladora como su propia mediocridad. Por eso se deprimen, porque su incapacidad les deprime, pero no lo saben, sólo lo intuyen y no pueden asumirlo, enfrentarse a ello. Viven en un mundo de constantes correcciones, no de afrontamientos, y merodean alrededor de su depresión. Observen esta audaz y ejemplar imagen: 'Podía ser que la luz fútil en una casa, con tres personas en el sótano, cada una por su lado y a lo suyo, y una sola persona en la planta baja -un muchachito con la vista clavada en un plato de comida fría-, fuera como la mente de una persona deprimida'.
En novelas generacionalmente anteriores dominaban ideas como la del fracaso, la perdición, el destino, la frustración... La diferencia de Las correcciones con sus antecedentes de gran fresco social es que aquí lo que genera el conformismo es la decepción. Todos son seres que se han decepcionado a sí mismos y que luchan por ocultarlo: es la única verdad que no pueden aceptar porque es la que les explica. Pero son unos personajes formidablemente creados. Las escenas de Gary afirmándose en casa de sus padres, por ejemplo, poseen una inmensa fuerza y son poderosamente sugerentes gracias a que hemos visto antes las escenas de su derrota ante su propia familia: esa capacidad de construir una novela haciendo que todo lo que continúa sucediendo venga a ser iluminado por lo que antes ha venido sucediendo es propio de un verdadero creador.
Porque, después de todo, la
novela no es un gran fresco social, pero sí un retrato inducido de la mediocridad como contribución decisiva a la decepción del siglo. Para ello se vale de la admirable relación de la exterioridad de sus cuidadísimos personajes con la interioridad de las cosas y las situaciones que los rodean. Y sucede que los sentimientos han sido banalizados, el egoísmo se convierte en un cáncer del individuo, pero el sufrimiento sigue existiendo imperturbable; no lo alteró la grandeza en otros tiempos y no lo modifica ahora la pequeñez. La decepción es completa, sólo queda el engaño como sustituto del éxito para el individuo enfangado. Y la familia sigue, a pesar de todo, espejo de las correcciones, como un último y no agradecido asidero.
He aquí lo que entiendo por una novela de aliento. Y lean sin miedo, su extensión no es un obstáculo, su intensidad tampoco. A pesar de su aspecto, posee humor, se toma y no se deja, como todo aquello que de verdad merece la pena y está dicho con limpieza y eficiencia. Y, para que no falte de nada, la traducción es valiente y está bien resuelta.
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