Ejemplo de sabiduría vital
Después de ese estupendo Luces y sombras de una larga vida (Planeta), donde el pensador Enrique Miret Magdalena (Zaragoza, 1914) refiere de forma tan amena los avatares de su rica existencia, este teólogo seglar dotado de una viva imaginación, publica ahora un volumen que bien puede considerarse un 'arte de saber vivir'. Con un estilo muy particular, espontáneo y sencillo, Miret responde a la difícil pregunta formulada en el título: qué nos falta a los hombres y mujeres de hoy -con la mirada puesta en España- para alcanzar esa quimera que denominamos 'felicidad'. La felicidad a la que se refiere el autor es la clásica, defendida por Epicuro o Aristóteles, aquella cuyo lema es la justa medida en todo, el goce y el disfrute sin temor de cuanto la vida tiene de placentero; pero, también, la aceptación responsable de sus retos y el ejercicio de la entereza, necesaria a fin de enfrentarse al dolor cuando acontece. La adquisición de una vida feliz, como todo propósito noble y excelente, exige un esfuerzo; y posee un haz particular y un envés social, pues la dicha de cuantos habitan en nuestro entorno inmediato es tan importante como la propia.
¿QUÉ NOS FALTA PARA SER FELICES? UN NUEVO MODO DE PENSAR Y DE VIVIR
Enrique Miret Magdalena Espasa Calpe. Madrid, 2002 274 páginas. 15,34 euros
El autor de Amor y sexualidad (Plaza & Janés) o El nuevo rostro de Dios (Temas de Hoy) apuesta por el realismo que tienen en cuenta los límites humanos, desdeña las utopías tanto como las ideologías salvadoras, sean del color que sean; tampoco cree que la educación del carácter o del alma se resuelva mediante torturas ascético-religiosas, sino con medios que, en apariencia tan comunes a todos, son también los más escasos; y es que el vivir cotidiano y sus problemas exigen la aplicación del simple sentido común, la razón y el juicio. Desde esta perspectiva, Miret esboza un análisis crítico de la sociedad actual, plagada de carencias. Su personalidad emprendedora y su talante de hombre veraz le impiden permanecer impasible frente a la desigualdad de nuestras sociedades ultraconsumistas, donde sólo cuenta el éxito económico. Salvar los principios y los valores -que nunca desaparecen sino que se transforman-, aprender a estimar lo bueno y a desestimar lo malo (hoy parece un pecado decir: 'No debes hacer' esto o lo otro), superar el temor a la búsqueda de lo correcto e incluso a la amonestación merecida y, sobre todo, fomentar el elogio público de lo bien pensado y lo bien hecho son retos insoslayables. Pero existe un flagrante error fundamental que destaca como el mayor enemigo de la felicidad: pensamos poco, o pensamos mal. No otra es la enfermedad crónica de España, ya diagnosticada por el gran filósofo Ortega y Gasset, de quien Miret se sabe deudor. Harto escaso es el culto a la razón que se profesa en este país, siempre enzarzado en lucha esperpéntica entre 'hunos y otros'. Más razón vital, pues, más imaginación, más tacto en lo personal y lo social: a ello deben dirigirse los esfuerzos de nuestros gobernantes, apoyados por los ciudadanos, quienes deben dejar a un lado su 'yoísmo' ancestral así como su apatía y participar en lo que debe ser la democracia: pero algo tan lógico constituye ahora la utopía.
Por lo demás, este libro es
también un homenaje a otras tantas obras inmortales de esos magníficos autores a los que Miret admira casi desde niño. El catálogo de lecturas recomendadas abarca textos tan antiguos como las Upanishadas o la Bagavad-Gita, el aleccionador Cohelet bíblico, la Didajé, el Tao-Te-King o las enseñanzas de Confuncio y Mencio; los maestros clásicos de la felicidad como Epicteto o Marco Aurelio; pensadores cristianos desde san Agustín y santo Tomás hasta Kempis, Pascal, Maritain o Blondel. Miret elogia a los pensadores y juristas de la Escuela de Salamanca, hoy casi olvidados: Domingo de Soto y Francisco de Vitoria, cuya meditación acerca de problemas sociales de su tiempo tan aplicable es a la actualidad. Admira a Vives, santa Teresa y Cervantes, a Unamuno y Zubiri... Miret lo ha leído todo con pasión, desechando lo confuso (ciertos filósofos actuales, epígonos del hermético Heidegger), lo absurdo, que entorpece la lucidez de la mente. Es una delicia seguirlo en sus exultantes recuerdos de agradecimiento por tantas horas de apacible conversación con esos amigos locuaces que habitan en los libros. Con todo, el mejor ejemplo de felicidad es el de quien, llegado a la cima de la vida, pone tanto cariño en agradecer.
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