Gozoso disparate
Desde que debutara, en Chronos, el mexicano Guillermo del Toro ha venido demostrando su afilada capacidad para dar la vuelta, desde lo fantástico, a algunos de los más acendrados subgéneros del inmenso territorio de lo irreal. Lo pueblan vampiros torturados en su debú, insectos que trasmutan en humanoides, en Mimic y fantasmas vindicativos en El espinazo del diablo, un extraño western gótico que es sin duda la más insólita revisión del conflicto de la guerra civil española jamás abordada por cineasta alguno.
Le toca el turno ahora a un filme que, igual que Mimic, hay que situar en la órbita de los trabajos alimenticios; es decir, encargos, que aquí incluso son la secuela de un producto de éxito, ese Blade, cazavampiros inmortal que, en una nueva vuelta de tuerca, Del Toro revisa en clave compleja.
BLADE II
Director: Guillermo del Toro. Intérpretes: Wesley Snipes, Kris Kristoferson, Ron Perlman, Leonor Varela, Norman Reedus. Género: fantástico. EE UU, 2002. Duración: 115 minutos.
La nueva versión es un cruce del 'más difícil todavía', con una insólita relectura de las andanzas vampíricas: ¿qué pasaría si los propios licántropos sufrieran la agresión de otros que, como ellos mismos, pero de forma infernalmente más asesina, se alimentaran de su sangre?
Con esa premisa, más el espíritu de cómic sanguinolento que presidía las andanzas de Wesley Snipes desde la primera película, Del Toro vuelve a las andadas. Y el resultado es un gozoso, desvergonzado, tan hiperviolento como en el fondo inocuo divertimento que, marca de la casa, no escapa ni de la revisión genérica -es notable el mecanismo mandibular que se inventan director y guionista para los vampiros cazavampiros- ni de un lirismo que, de súbito, se apodera de la acción, una gentileza del más inesperado y personal de los cultores del maltratado fantástico contemporáneo.
Es rigurosamente desaconsejable para espíritus sensatos; el resto, no obstante, disfrutará con ella como un camello deshidratado a la vista de un oasis.
Babelia
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