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CIRCUITO CIENTÍFICO
Columna
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Un científico esquizofrénico

El suplemento dominical de EL PAÍS del 17 de febrero de 2002 informaba sobre la misteriosa vida del premio Nobel de Economía de 1994 John Forbes Nash con el subtítulo El cerebro de un científico esquizofrénico. Este artículo me ha movido a escribir estas líneas sobre este asombroso caso de una persona que se acerca a la psicosis, una esquizofrenia paranoica, penetra en ella, y ha podido volver de ese mundo misterioso de ensueños y fantasías que caracteriza esa enfermedad.

Lo primero que se me ocurrió es que realmente tenemos dos vidas, o mejor, vivimos dos realidades distintas. Una es la realidad cotidiana en la que nuestra capacidad lógico-analítica funciona con mayor o menor acierto, nuestra capacidad de razonar y enfrentarse al mundo domina totalmente nuestra vida consciente. La otra, oculta, yo diría inhibida, es la que vivimos en los ensueños, en nuestra fantasía, que es inconsciente en la mayoría de los casos y que parece estar dominada, sometida, casi totalmente por la consciencia.

Sin embargo, es a esta segunda realidad, a la que difícilmente accedemos, a la que debemos nuestra creatividad como seres humanos, tanto en las ciencias como en las artes. John Nash fue capaz de vivir ambas con plenitud en diferentes periodos de su vida. Cuando estuvo durante décadas viviendo en esa segunda y misteriosa realidad se le tuvo por loco, por enfermo mental. Y esto nos hace preguntarnos si la enfermedad mental no es otra cosa que una realidad a la que, cuando accedemos, nos resulta tan atractiva que nos impide volver. Creo que fue Michel Foucalt quien dijo que el enfermo mental era alguien que tenía el valor de adentrarse en una realidad distinta a la nuestra, valor que nos falta a la mayoría de los humanos.

No es sólo el caso de los enfermos mentales los que son capaces de acceder a esa segunda realidad. El chamán, curandero y adivino, de pueblos denominados 'primitivos' es un especialista en técnicas del éxtasis, que lo transportan a esa realidad en la que presuntamente se encuentra con seres espirituales, como las almas de los difuntos o figuras religiosas con las que dialoga.

Los antropólogos que han descrito la así llamada 'mentalidad primitiva' ya llamaron la atención sobre la realidad de estos humanos que no han conocido ninguna civilización y que viven en un mundo que es como un ensueño permanente, unidos estrechamente a la naturaleza animal, vegetal o inanimada, sin contradicciones y, al parecer, más felices. Lo que Lucien Lévy-Bruhl llamó participation mystique con la naturaleza.

Y en nuestra civilización occidental, al igual que en otras, ha existido siempre la figura del místico que, asimismo, utilizando determinadas técnicas como el ayuno, la penitencia, el sufrimiento, el aislamiento o la privación de alimentos y bebidas, ha sido capaz de acceder a una realidad que tiene unas características completamente distintas a nuestra realidad cotidiana. El tiempo y el espacio desaparecen como tales, las contradicciones son superadas (recordemos la coincidentia oppositorum de Nicolás de Cusa), el ser humano experimenta una felicidad sin límites, el yo se diluye al unirse con la divinidad, la energía cósmica o la nada, se encuentra con seres espirituales, con la divinidad o con antepasados ya fallecidos, dialoga con ellos y parece ser que accede asimismo a conocimientos que normalmente no están al alcance de nuestra consciencia normal.

Es muy probable que en todos estos casos el ser humano se retrotraiga a épocas más antiguas de la humanidad, podríamos decir a su infancia, ya que es también la realidad en la que vive el niño de corta edad. Muy probablemente es la añoranza de este periodo la que se refleja en los mitos de un pasado mejor, en el que el ser humano vivía en el paraíso de la inconsciencia. Sólo cuando comió del árbol del Bien y del Mal se le abrieron los ojos, se hizo consciente y esta realidad quedó relegada, inhibida, sólo accesible al niño, al místico, al creador o al enfermo mental.

El caso de John Nash nos enseña una inteligencia extraordinaria que no se contentó con la realidad cotidiana de nuestra (¿aburrida?) consciencia, sino que quiso penetrar ese campo misterioso de la 'otra' realidad, mucho más apasionante y divertida en la que no sólo disfrutamos de una 'inconsciencia' feliz, sino que, además, gozamos con intuiciones que nos abren los ojos a conocimientos de acceso normalmente difícil en condiciones normales. Lo que nos falta por saber es si fue la inteligencia de John Nash el denominador común que le hizo no sólo acceder a esa segunda realidad, sino volver de ella, y conseguir el Premio Nobel de Economía en 1994, o todos sus méritos provienen precisamente de haber accedido a esa segunda realidad trascendente en la que se encuentran chamanes, místicos, artistas, científicos y enfermos mentales.

Lo que no deja de sorprender es que, a pesar de considerar la consciencia el avance más importante que el cerebro ha experimentado en la evolución, tengamos que volver a la inagotable fuente de la inconsciencia para tener esas intuiciones que nos hacen adquirir nuevos conocimientos y que, sin duda, es el origen de descubrimientos científicos y creaciones artísticas.

F. J. Rubia es catedrático de Fisiología Humana en la Universidad Complutense de Madrid. Autor del libro El cerebro nos engaña.

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