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Sharon es un socio de Europa

Xavier Vidal-Folch

¿Y si fracasa, en todo o en parte, la actual misión pacificadora de Colin Powell? La alternativa es: más energía. Lo es incluso para que el secretario de Estado triunfe. Los ministros europeos de Exteriores se congregan hoy en Luxemburgo. Les corresponde enhebrarla.

Los dioses ciegan a quienes desean perder. Las imágenes del pogromo que Ariel Sharon decretó en Palestina empiezan a volverse, como un bumerán, contra su política de hechos consumados. Los lectores y televidentes europeos no minimizan los terribles atentados antijudíos a cargo de terroristas palestinos, aunque subrayen la carga de desesperación que entraña el hecho de que los perpetren jóvenes suicidas.

Les impresionan tanto o más -quizá injustamente, porque toda vida vale una vida y todo crimen es execrable- las recuas de prisioneros palestinos brazos en alto, el asedio con tanques y muertos a la sede de la Autoridad Palestina en Ramala, a la basílica de Belén, al campo de Yenín.

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La discriminación de sentimientos y solidaridades quizá tenga que ver con la asimetría de poder militar entre el más equipado Ejército de la zona y unos policías y milicianos fervorosos, pero descuajeringados. La asimetría entre un frío poder de Estado (no se olvide, democrático, aunque militarizado) frente a la poderosa impotencia de los desahuciados (aunque estén dotados de una organización autocrática).

Al añadir a la emotividad que suscitan esas imágenes y sus correspondientes relatos periodísticos la destrucción de las infraestructuras palestinas pagadas por los europeos y la humillación diplomática de ningunear a las autoridades de la Unión Europea (UE) en sus intentos de mediación y reconducción del conflicto -frente a las facilidades prestadas a las de EE UU-, el Gobierno de Sharon ha cometido un grave error de cálculo. Ha empezado a convertir a lectores y televidentes europeos en opinión pública en proceso de articulación.

Ha olvidado que Europa se mueve despacio, a pasos tectónicos, pero que una vez inicia una andadura, resulta difícil detenerla, como evidenció la movilización ciudadana por los Balcanes, desde el sitio de Sarajevo hasta la liberación de Pristina. Ya se han celebrado nutridas manifestaciones callejeras de protesta. El Parlamento Europeo -sede de tantas pequeñas miserias, pero también caja de resonancia de todas las causas, las perdidas y las recuperables- está en ebullición.Las opiniones de los Quince presionan a sus Gobiernos. Se abre, incontenido, un clamor multiforme reclamando sanciones.

Ocurre que para empezar la andadura se necesita la previa identificación de la causa del problema. A diferencia de los norteamericanos, los europeos no la atribuyen a los enormes déficit democráticos de la Administración Arafat, ni a su tolerancia o connivencia con los radicales violentos, ni a sus inveteradas corruptelas. Sin olvidar todo lo anterior, la imputan principalmente al belicismo de Sharon, a su mofa del proceso de paz, a su intento de destruir al adversario y convertirlo en enemigo público número uno.

Hasta hoy, la Unión se ha mostrado ineficaz en su política hacia el Oriente Próximo. Es cierto que en los últimos años ha dado grandes pasos en su intento de articularla, desde el nombramiento de un enviado especial permanente (1996), en la persona del diplomático Miguel Ángel Moratinos, hasta el despliegue de míster PESC, Javier Solana (cumbre de Sharm el Sheik, comité Mitchell), pasando por innumerables gestiones orientadas a influir en la política exterior de Washington, la realmente dirimente.

Pero la velocidad de los acontecimientos ha desbordado la prolija construcción del consenso, de las decisiones y de los mecanismos europeos. Hasta que llega el punto de saturación, el que ahora se adivina.

Aunque eso sucede con cierta sordina. Los tanques israelíes funcionan, y funcionan muy bien, pero muchos de ellos son de fabricación alemana, y Alemania está ya retrasando de facto, sin airearlo a voces, el envío de suministros y repuestos. Suceso tremendamente simbólico, porque Alemania -pese a la ruptura que pretendió el canciller Gerhard Schröder respecto a la generación que vivió la guerra- venía siendo entre los Quince el Estado menos proclive a enervar actitudes de exigencia frente a Israel, por la siempre viva vergüenza del holocausto judío a cargo del nazismo.

En la actitud de cautela se le venían juntando la Holanda de poderoso lobby proisraelí; el Reino Unido, volcado en su estrecha alianza transatlántica, y, recientemente, la Dinamarca derechista/populista surgida de los últimos comicios.

Si de la tímida reacción de Berlín aflora, como parece, una corriente profunda contagiable a los otros miembros del club de la pasividad, la Unión está a las puertas de componer una nueva unidad de criterio, más activa, sobre el Oriente Próximo. Superaría así su división interna, precisamente el primer factor que ha posibilitado su ineficacia y las humillantes afrentas del general Sharon. El segundo factor, business is business, trae cuenta del temor a que una política de dureza con Israel acabara perjudicando a quien la emprende, pues los Quince le venden el doble que EE UU y ostentan un superávit comercial de 5.000 millones de euros, excluido el comercio de diamantes.

Pese a ello, se abre ahora paso la posibilidad de dinamizar la acción diplomática y de mediación con una política exigente, en la que la UE explore y enarbole la posibilidad real, y creíble, de imponer sanciones. Esta vía arranca de una génesis: el pueblo judío es corazón y entraña de Europa; todos somos Kafka, Menuhin, Roth. El Estado de Israel no es un hecho histórico separado de Europa, sino creación suya, y su futuro no puede imaginarse al margen de ella. No es una entidad lejana cualquiera, sino un socio, a título pleno, de la UE. En efecto, la Unión mantiene con él importantes acuerdos científicos desde 1975. Y un Acuerdo de Asociación euromediterráneo negociado en el primer desarrollo de la Conferencia de Barcelona (1995) -en el marco de un diseño regional-, que, tras su lenta ratificación, entró en vigor el pasado mes de junio.

Por lo mismo, el Estado asociado ha de comportarse como tal socio responsable. Los tratados bilaterales que le vinculan, como todos, reconocen derechos y le imponen deberes. Por eso, la vía hacia una política de rigor está abierta. Una estrategia que seguramente debiera ser gradual, sin necesidad de apelar de entrada a la mayor, la seguramente inconveniente ruptura diplomática o la denuncia traumática del Acuerdo de Asociación (por otra parte, posibilitada por su artículo 82, con efectos a seis meses vista).

Inconvenientes de momento -como la inmediata exigencia de reparaciones a cuenta de las infraestructuras pagadas por los europeos y destruidas por el Ejército israelí- porque redundarían en truncar el diálogo que se pretende con el hijo descarriado. Así, lo que cancillerías y expertos comunitarios evalúan ahora mismo es una estrategia de small sanctions, sanciones modestas complementarias de la presión diplomática.

Hay espacio para ello. Sin voluntad exhaustiva, de entrada todos los Estados proveedores de la industria de Defensa podrían seguir el ejemplo alemán. Y como tal Unión, los Quince tienen competencia, a imagen de la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, encabezada por Mary Robinson, para enviar una comisión propia que investigue las eventuales violaciones de los derechos humanos.

Eso es algo permitido por la cláusula democrática del Acuerdo de Asociación (artículo 2: 'Las relaciones entre las partes, así como todas las disposiciones del presente acuerdo, se fundamentan en el respeto de los principios democráticos y de los derechos humanos, que inspira sus políticas interiores y exteriores y constituyen un elemento esencial del presente acuerdo'; en relación con el artículo 79: 'Si una de las partes considera que la otra parte no ha cumplido alguna de las obligaciones derivadas del presente acuerdo, podrá tomar las medidas apropiadas', que comunicará al Consejo y sobre las que se abrirán consultas bilaterales si la otra parte lo solicita).

La UE puede también, más modestamente, convocar el Consejo de Asociación, el organismo encargado de gestionar el acuerdo, para plantear ante él el conflicto, puesto que dicho Consejo, de composición bilateral, se reúne anualmente, 'y cada vez que sea necesario' (artículos 67 y siguientes), adoptando sus decisiones mediante consenso. En caso de desacuerdo, cada parte nombra un árbitro, y los dos árbitros, a un tercero; la junta de los tres árbitros adopta sus decisiones por mayoría.

Una medida menos vistosa, pero seguramente muy efectiva -porque el Gobierno israelí puso mucho empeño en su negociación-, sería abordar el Acuerdo de Cooperación Científica y Técnica, publicado en 1999, cuya vigencia puede denunciarse con un preaviso de 12 meses (artículo 12). Este acuerdo otorga al Estado asociado -en condiciones similares a Suiza- una participación prácticamente equivalente a la de los Estados miembros en el 'quinto programa marco de investigación' comunitario.

A algunos les parecerá una minucia técnica, pero Israel pugnó, con tino, para acceder a ese estatuto, que, a cambio de la respectiva cuota, le permite beneficiarse de los mejores programas de investigación... y extraer buenos dividendos de sus tradicionales capacidades técnicas (aplicaciones civiles de tecnologías de defensa), así como estar al corriente de lo que realizan sus socios/competidores.

Finalmente, está lo más sencillo, la exigencia del cumplimiento de las reglas de acumulación de origen. El Acuerdo de Asociación establece la liberalización comercial de los productos provenientes de Israel y posibilita la 'acumulación bilateral' de su origen (productos elaborados en Israel que incorporan elementos o materiales procedentes de la Unión), pero 'no permite aún la acumulación diagonal', es decir, la incorporación a los productos israelíes de elementos originarios de otros socios (como Palestina). Estas preferencias comerciales (sustantiva reducción de aranceles) entraron en vigor en fecha adelantada a la de junio de 2001.

En mayo de 1998, Bruselas, mediante escrito instado por el entonces vicepresidente, Manuel Marín, reveló que Israel violaba el sistema al exportar como propios los productos fabricados por los colonos en los asentamientos ilegales ubicados en los territorios autónomos (anexionados en 1967 y que no forman parte del territorio de Israel, de acuerdo con las resoluciones de Naciones Unidas), así como productos elaborados por palestinos de la franja de Gaza y de Cisjordania.

La Comisión denunció entonces violaciones en el comercio de flores cortadas, zumo de naranja, fresas, berenjenas, cítricos, zapatos y otros productos del cuero, que suponían y suponen ingresos fiscales indebidos a la Hacienda israelí, en buena parte desviados de su destino correcto, la palestina. El expediente duerme en el baúl de los recuerdos, del que sólo salió efímeramente el 24 de julio pasado, en un comité aduanero bilateral de menor cuantía. El alcance de esta trampa es cuantitativamente menor -quizá del 2% del comercio de exportación-, pero la exigencia de cumplimiento encarnaría la virtud política de recordar al ocupante que su ocupación es ilegal.

De modo que entre la escasa eficacia de la acción diplomática en solitario, que al cabo limita con el grado de complicidad posible de Washington en cada momento, y los grandes aspavientos rupturistas en la inane línea retórica más propia de la Liga Árabe, la UE dispone de una tercera vía, gradual, modulable y reversible: la de hacerse respetar presionando donde duele. Porque Israel es un socio estrecho de Europa. Pero la conducta de su líder desmerece esa condición.

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