El hombre 'post'
Lo más característico de la posmodernidad es que todo lo ve degradadamente post. Es fácil ahora ser actual si se piensa en un ámbito contiguo a lo más actual pero que desdice el presente con un plus de decadencia. En esa decadencia se encuentra el relente de su extraña novedad, y, desde la moda al sexo, las nociones asumen un aire melancólico. Francis Fukuyama, el célebre japonés que copió de Hegel, como otros japoneses copiaron de la tecnología, la idea de fin de la historia, ha escrito un nuevo libro. Un libro en todo posmoderno.
Su obra El fin de la historia y el último hombre ha encontrado, en opinión del propio autor, un grave obstáculo para perdurar. Y el obstáculo sobreviene desde donde menos se esperaba. No de la filosofía, ni de la política o de la economía. Ni siquiera de otra postulación histórica. El tropiezo no es del orden de la civilización, sino de la misma naturaleza. Fukuyama, conservador por formación y tradición, constata que los nuevos avances de la genética y la farmacología son motivo bastante para temer una alteración de la naturaleza humana. Y si la naturaleza humana se altera, si el hombre se convierte en otra cosa, ¿cómo sentenciar su fin? ¿A qué modelo de humanidad se aplicaría la tesis del fin de la historia? ¿ A la humanidad previa a la clonación, la manipulación genética y los psicotropos de infinitas variedades o a toda la humanidad también posterior?
Para Fukuyama, la contemporánea pretensión de diseñar niños o clonarlos, cambiar conductas mediante neurofármacos o alargar la vida hasta límites sin experiencia afecta no ya a la existencia humana, sino a la naturaleza de la existencia. En los discursos del materialismo histórico, el marxismo se extasiaba ante los elementos que hacían perdurar en el hombre de ahora o en el del siglo I unas emociones semejantes. Nos estremecemos con las pasiones, los miedos o los celos de hace veinte siglos sin que las muchas peripecias de la especie los hayan borrado. La naturaleza humana parecía inalterable y la revolución se satisfacía únicamente con la lucha por perfeccionar su condición.
Ahora, no obstante, en Our Posthuman Future: Consequences of the Biotechnology Revolution, Fukuyama alerta respecto al ingreso en un espacio moral desconocido y probablemente fuera de control. Su temor a las consecuencias devastadoras le impulsan a demandar la intervención de los poderes públicos -él, que fue estandarte liberal- y a urgir una mayor reflexión ética sobre el futuro -él, que había clausurado el porvenir-.
¿Clausurado el porvenir? Ahora se evidencia que mientras la ciencia no llegue a su fin no habrá fin de nada de nada. Numerosos científicos han recogido en sus últimas obras los debates sobre el fin o no de la ciencia en el umbral del siglo XXI. ¿No queda nada ya fundamental por descubrir? ¿No habrá una nueva visión del mundo y su destino? ¿Seguiremos con la misma experiencia del tiempo, el espacio, la velocidad, el amor? La corriente que ha respondido positivamente sólo espera excrecencias que en adelante aparecerían completando ornamentalmente el conocimiento fundamental.
Fukuyama, sin embargo, considera 'poshumana' a la entidad científica y moral que se conforme a partir de las crecientes prácticas trastornadoras de la biotecnología. Fin, pues, del fin de aquella historia. Principio de una historia más allá de nuestra realidad. El argumento histórico continúa en los capítulos interpretados por nuevos protagonistas humanos nacidos -si Dios y el Estado no lo remedian- de la temeraria experimentación. La dignidad humana, los valores, la capacidad de juicio y la voluntad, el coro completo de las virtudes y vicios del alma lo contempla Fukuyama en trance de descomposición. Aproximadamente diez años después de haber fundado con plomo la tesis de 'el último hombre' llega la fundición. No para anunciar, como en los buenos tiempos, el resurgir luminoso de un hombre nuevo, sino de un ser que, de no evitarlo desde ahora, poseerá el rostro deletéreo de lo post.
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