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Por qué hay más terroristas suicidas

Los atentados kamikazes que hacen temblar a la sociedad israelí son respaldados por el 78% de la población palestina

El 16 de abril hará nueve años -parecen siglos- desde que el primer atentado suicida en la historia del conflicto israelo-palestino destrozó el aparcamiento de un café de Cisjordania. Ese día, Sahar Tamam Nabulsi, de 22 años, llenó una furgoneta Mitsubishi blanca de bombonas de gas para cocinar, colocó un ejemplar del Corán en el asiento del pasajero y, en nombre del grupo militante Hamás, embistió a dos autobuses: murieron otro palestino y él, y resultaron heridos ocho israelíes. Días después, el Jerusalem Post seguía llamando al atentado, casi con timidez, un 'suicidio aparente', e indicaba que la investigación seguía abierta. Hoy día, por supuesto, no habría que darle tantas vueltas. Pero entonces nadie podía imaginar los 107 atentados suicidas que iban a cobrarse 347 vidas más hasta ayer.

Desde 1993 y hasta la mañana de ayer, 107 atentados suicidas se han cobrado 347 vidas
Desde que comenzó la lucha en septiembre de 2000 han muerto 1.200 palestinos y 400 israelíes
El coste total de cada cinturón de explosivos está entre 1.600 y 4.800 euros
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El palestino que comete atentados suicidas ha evolucionado desde que Nabulsi estrenara el papel. El de hoy es más letal y necesita menos coacciones. Antes era fácil de describir: varón, entre 17 y 22 años, soltero, sin formación, con malas perspectivas de futuro, fanáticamente religioso y, por tanto, susceptible a la promesa islámica de un puesto de mártir en el paraíso que incluye los cuidados de hermosas vírgenes celestiales de ojos negros. El terrorista actual ya no se ajusta a ese perfil.

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Hoy es Izadin Masri, el hijo del próspero dueño de un restaurante, de 23 años, quien se suicidó y mató a 15 personas en la pizzería Sbarro de Jerusalén el pasado mes de agosto. Es Daoud Abu Sway, de 47 años, padre de ocho hijos sin convicciones políticas ni religiosas conocidas, que detonó una bomba delante de un hotel de lujo en Jerusalén en diciembre, se mató e hirió a otros dos. Es, incluso, una chica. Ayat Ajras, de 18 años, era una estudiante magnífica a la que le quedaban unos meses para graduarse y casarse. El 29 de marzo mató a dos personas y murió ella misma ante un supermercado de Jerusalén. Los voluntarios tardan menos tiempo en brotar que sus jefes en atarles un cinturón de explosivos alrededor de la cintura y enviarles a matar y morir.

Entre los palestinos se ha vuelto normal, incluso noble, que hombres y mujeres prometedores se suiciden en busca de venganza y de la dignidad que creen que les va a proporcionar. 'Lo que antes era más una decisión individual de un pequeño grupo se está convirtiendo en algo mucho más corriente', explica Jerrold Post, un psiquiatra norteamericano que ha estudiado los atentados suicidas en Cisjordania. La mayoría de los palestinos han empezado a considerar que los suicidios-homicidios son su última y mejor esperanza. En junio, una encuesta realizada en la franja de Gaza llegaba a la conclusión de que el 78% de la población aprobaba los atentados, un número mucho mayor que el que apoyaba las conversaciones de paz (60%).

Últimamente, los palestinos celebran los suicidios con anuncios en la prensa que parecen crueles invitaciones de boda. 'Las familias Abdel Jawad y Asad, y sus parientes de Cisjordania y la diáspora declaran el sacrificio de su hijo, el mártir Ahmen Hafez Sa'adat', dice un anuncio del 30 de marzo relativo a un chico de 22 años que mató a cuatro israelíes a disparos. Los niños palestinos juegan a 'ser el mártir', un juego en el que el protagonista se entierra en una tumba poco profunda. Y la tarea de cometer los atentados va acompañada de primas establecidas y prestaciones de salud para la familia superviviente. ¿De qué otra forma podía soñar una chica o un chico palestino con que su imagen apareciera en llaveros y camisetas? 'La fábrica de suicidas funciona a toda máquina', afirma Daniel Pipes, director del Foro sobre Oriente Próximo, con sede en Filadelfia. 'Éstas son las ventajas de haber construido una infraestructura'.

En otro tiempo, en los años inmediatamente posteriores a aquel primer atentado de 1993, era difícil reclutar a terroristas suicidas. Los jefes intermedios de Hamás y la Yihad Islámica, los grupos radicales que monopolizaban las bombas hasta hace poco, buscaban a jóvenes prometedores en las mezquitas o en las multitudes que se amotinaban en los puestos de control israelíes. Una vez escogidos, los candidatos eran sometidos a un intenso adoctrinamiento espiritual y una formación terrorista, y se les observaba todo el tiempo en busca de indicios de miedo o vacilación. Cuando alguno flaqueaba, se prescindía rápidamente de él.

Hasta hace poco, la mayoría de los palestinos pensaba que tenían alternativas a esa clase de militancia practicada por Hamás. Después de los acuerdos de paz de Oslo en 1993, que otorgaron a los palestinos un autogobierno limitado y la perspectiva de un Estado independiente, las encuestas mostraron durante varios años que una gran mayoría apoyaba el proceso de paz con Israel y sólo una minoría defendía los atentados suicidas. Por tanto, a la hora de buscar candidatos, los fundamentalistas se veían circunscritos a los seguidores más fieles de su doctrina, que sostiene que cualquier paz con Israel es anatema. Aun así, tanto Hamás como la Yihad Islámica tenían que engatusar -algunos dirían lavar el cerebro- a los jóvenes y hacerles creer que las recompensas del paraíso eran mucho mayores que las perspectivas de la vida en la Tierra.

Sin embargo, con la ruptura del proceso de paz a mediados de 2000 y el comienzo de la última Intifada ese mes de septiembre, los aspirantes a mártires empezaron a acudir voluntariamente a Hamás, sin necesidad de persuasión. 'No necesitamos ningún gran esfuerzo, como pasaba antes', explicaba a Time hace unas semanas Abdel Aziz Rantisi, uno de los máximos dirigentes de Hamás. Los informativos de televisión les hacen el trabajo. 'Cuando uno ve los funerales y los asesinatos de civiles palestinos, los sentimientos se hacen muy intensos', explicaba.

Y no sólo entre los fundamentalistas. El pasado mes de diciembre, el movimiento del líder palestino Yasir Arafat, Al Fatah, que es el grupo nacionalista que constituye la base de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), se incorporó a la actividad de los atentados suicidas. Desde entonces, las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa, una rama de Al Fatah, ha participado al menos en 10 de tales atentados, algunos en colaboración con Hamás o la Yihad Islámica. Los activistas de la Brigada, en general, no son fanáticos religiosos. 'Dentro de la sociedad palestina se ha creado, el año pasado, un amplio mecanismo de aprobación social que permite que incluso las personas menos religiosas cometan suicidio', dice Ehud Sprinzak, politólogo en el Centro Interdisciplinar de Herzliya, en Israel. 'Existe una desesperación tremenda. La vida no tiene sentido'.

Realizar un atentado con éxito se ha ido haciendo cada vez más fácil en el último año y medio. Como ahora los candidatos a terroristas son voluntarios, su compromiso está ya asegurado, y no necesitan adoctrinamiento. Cada misión necesita cinco o seis niveles de apoyo, y entre los activistas que participan en la preparación -y que no se suicidan- hay personas de reconocimiento, vigilantes, conductores, técnicos de explosivos, electricistas y herreros. En ocasiones, la Autoridad Palestina de Arafat ha intentado mantener controlados a los militantes y ha deshecho de forma esporádica algunas redes terroristas para apaciguar a los israelíes. Sin embargo, durante los casos más recientes de violencia, Arafat se ha mantenido al margen y las células han tenido más libertad para actuar.

La mayoría de las bombas actuales son de triperóxido de triacetona (la sustancia que se halló en las zapatillas de Richard Reid, el sospechoso de llevar una bomba en los zapatos). Este explosivo es sencillo de fabricar, aunque muy volátil. Varias docenas de palestinos han muerto mientras elaboraban las bombas. Hamás, que a veces fabrica dispositivos para otros grupos, cuenta con cuatro o cinco fabricantes principales que preparan los explosivos -según creen los israelíes- y unos 25 activistas que fabrican otras piezas de las bombas, a menudo en pisos alquilados y garajes, para evitar ser capturados. El coste total de cada cinturón de explosivos está entre 1.500 y 4.300 dólares (entre 1.600 y 4.800 euros), dependiendo de la calidad, según los activistas de Hamás. Los que fabrican las bombas combinan acetona y fosfato con agua en un gran cuenco y ponen la mezcla a secar en las azoteas o los balcones. Después emplean un molinillo de café para deshacer la masa en polvo. Empaquetan el material en bolsas pequeñas o, preferiblemente, trozos de cañería, que en la explosión se rompen y se convierten en metralla. El chico de 22 años que detonó la bomba junto a la discoteca Dolphinarium de Tel Aviv, el pasado mes de junio, levantó las manos al estallar -de acuerdo con testigos presenciales-, al parecer para que los brazos no impidieran que la metralla saliera disparada del cinturón. Un fabricante de bombas que está entre los más buscados por Israel ha empezado a introducir en los explosivos veneno para ratas, seguramente para multiplicar el número de víctimas, aunque la técnica no ha tenido todavía éxito, según los servicios de información israelíes.

Después de un atentado, la organización responsable suele distribuir a los medios un vídeo que muestra las últimas y triunfalistas palabras del terrorista. La organización paga el funeral, que incluye un entoldado ante la casa de la familia en el que los vecinos pueden tomarse un café y ofrecer sus condolencias. Hamás paga a los supervivientes de sus terroristas una pensión permanente de 300 a 600 dólares mensuales (entre 330 y 660 euros), además de financiar la atención sanitaria y la educación de sus hijos. El presidente iraquí, Sadam Husein, también subvenciona un pago único a las familias, que antes era de 10.000 dólares y ahora ha pasado a 20.000 (entre 11.000 y 22.000 euros), en una muestra de solidaridad.

Oriente Próximo no ha inventado los ataques suicidas. Pero las acciones palestinas son alarmantes por su gran empuje. Dice Bruce Hoffman, especialista en terrorismo en Rand Corp.: 'Esos grupos han conseguido lo que no suelen lograr las organizaciones terroristas, que es transformar sus campañas casi en movimientos de masas, no depender de un núcleo inquebrantable de luchadores, sino de personas normales, dispuestas a dar un paso al frente para llenar las filas de los terroristas'. En Oriente Próximo, la noción del terrorista suicida resulta especialmente intoxicante. Otras regiones sufren también guerra y rabia, pero el islam ofrece posibles razones y recompensas para el 'martirio'. Entre los musulmanes, el martirio borra todos los pecados y garantiza al terrorista un sitio en el cielo para 70 familiares.

Hamás, en particular, ha fomentado la aceptación popular de los atentados suicidas con la elaboración de justificaciones para ambos lados. Algunos clérigos musulmanes moderados dicen que los atentados son contrarios a las enseñanzas del profeta Mahoma, que condenaba el suicidio. Pero otros alegan que, si la muerte sobreviene por un acto de defensa propia, la cosa es distinta. 'La persona que comete suicidio es una persona que huye de la vida. El islam lo prohíbe', explica a Time Musa Abu Marzuk, el número dos de Hamás, que reside en Damasco. 'El mártir no huye de la vida. Está construyendo el futuro para sus hijos'.

Matar a israelíes, prosigue este argumento, es un acto de defensa propia nacional, porque ocupan el territorio de los palestinos, les niegan sus derechos nacionales y, para imponer su dominio, matan con frecuencia a civiles. Esta lógica fue suficiente para que los 57 países islámicos reunidos este mes en la Conferencia Islámica de Kuala Lumpur eximieran a los palestinos que cometen los atentados de su definición de terrorismo. Explica Marzuk: 'El término terrorismo no debe aplicarse a unas personas cuya tierra está ocupada'. ¿Y si las víctimas de quienes luchan contra la ocupación son civiles? 'No debe haber ninguna distinción entre un ocupante de uniforme y otro vestido de civil', afirma. 'Si un hombre vestido de civil, con un arma, se apodera de mi casa, mi tierra y mis derechos, ¿cómo puedo decir que es un civil y que no tiene nada que ver con ello?'.

Para los palestinos, el argumento más convincente en favor de los atentados suicidas es quizá que están dando resultado. Si el objetivo era dar poder a los desposeídos y sacudir los cimientos de la sociedad israelí, los atentados han demostrado ser muy eficaces. Seguramente, los palestinos estarían encantados de luchar contra los israelíes en una guerra convencional, un ejército contra otro, pero no tienen verdadera fuerza militar. No tienen carros de combate, ni fuerza aérea, ni artillería; sólo un puñado de milicias armadas con ametralladoras y -si se cuenta el arsenal ilegal de Hamás- unos cuantos morteros y cohetes. Israel, en cambio, posee uno de los ejércitos más modernos y poderosos del mundo. La asimetría produce un recuento de bajas muy desigual. Desde que comenzó la lucha en septiembre de 2000 han muerto alrededor de 1.200 palestinos, frente a 400 israelíes. Esa disparidad espolea el deseo de asustar y castigar al enemigo con las bombas. 'Igual que ellos tienen reactores y misiles, nosotros tenemos bombas humanas capaces de infligir pérdidas al enemigo y restaurar un poco el equilibrio', dice Marzuk.

Desde luego, las redes terroristas han comprendido que sus acciones, junto con las medidas de represalia de los israelíes, atraen una enorme atención hacia la causa palestina. 'Desde que comenzaron las operaciones, hemos oído a Naciones Unidas hablar del Estado palestino, la retirada de Israel y el derecho a la repatriación de los refugiados', dice Marzuk. El valor de los atentados suicidas se ve reforzado por la aparente inutilidad de cualquier otra opción. Samir Rantissi, coordinador de la Coalición Israelo-Palestina para la Paz, condena los ataques a civiles, pero cree que son consecuencia de una frustración cada vez mayor. 'Desde hace 35 años, los palestinos han probado todos los métodos, absolutamente todos, para hacer frente a esta ocupación intolerable. Hemos intentado vivir con ella. No sirvió de nada. Hemos intentado manifestarnos contra ella. No sirvió de nada. Hemos intentado tener canales secretos de negociación, que desembocaron en Oslo, y supusimos que llevarían a un Estado palestino. No sirvió de nada'.

Hay discrepancias sobre cómo contener los atentados suicidas. ¿Deberían eliminar la infraestructura de apoyo, o dar a los voluntarios más motivos para vivir que para morir? Por ahora, Israel se ha centrado en los suministros para los atentados, los jefes militantes y los fabricantes de armas que organizan las misiones. Ahora bien, a medida que aumenta el número de posibles suicidas, la necesidad de infraestructura disminuye. No hace falta reclutar gran cosa cuando los voluntarios abundan. Y se ha demostrado que los fabricantes son sustituibles. Por ejemplo, las fuerzas israelíes consiguieron asesinar a un gran fabricante de Hamás el 22 de enero. Este trastorno produjo una ligera disminución de los atentados. Pero la capacidad de fabricación de la organización se repuso en cuestión de un par de meses, reconocen los servicios de seguridad israelíes. 'Estas operaciones no se pueden detener, de ninguna manera', afirma Marzuk. 'Nada, ni la política ni las barricadas militares, puede impedir que una persona que decide ser un mártir lleve a cabo su acción'. Desde luego, eso es lo que ha ocurrido con las medidas tomadas por Israel.

Mientras tanto, los israelíes seguirán viviendo en el temor constante de sufrir daños físicos y pérdidas terribles por los atentados, mientras que los palestinos sufren las consecuencias de las vengativas represalias emprendidas por Israel. Y las madres como Ibtisam Daragme contemplarán las efigies de los hijos a los que creían conocer. Hijos que, en sus vídeos del martirio, sujetan Kaláshnikov y llevan uniformes de combate. El hijo de Ibtisam, Mohammed, de 19 años, saltó por los aires en Jerusalén el 2 de marzo, después de colocarse junto a un grupo de mujeres con cochecitos de niño que esperaban a sus maridos para salir de una ceremonia de bar mitzvah. Mató a nueve personas e hirió a más de cincuenta en nombre de las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa. Hace dos semanas, una vecina fue a dar el pésame. Dijo que le gustaría haber sido la madre de Mohammed para que su hijo pudiera ser un mártir. Ibtisam empezó a llorar desconsoladamente, y otro de los hijos hizo salir a la mujer. Como explica Ibitsam: 'Las madres palestinas comparten la tristeza de las madres israelíes. Una madre es una madre. No podemos hacer nada. Sólo derramar lágrimas'.

© TIME.

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