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Columna
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Nos vamos volviendo viejos

Impulsada por la ONU, estos días se celebra en Madrid la II Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento. La reducción de la tasa de natalidad y la mayor longevidad de la población configuran un escenario de envejecimiento demográfico común a todos los países desarrollados, aunque con distinto ritmo e intensidad en función de cada país. Más que el tamaño de la población, el cambio que reviste consecuencias mayores es el cambio en la estructura por edades de las sociedades desarrolladas. El problema no es tanto que la cantidad total de población crezca menos o incluso disminuya, sino que su composición se modifica, con un importante incremento de las cohortes de edad más ancianas.

Esta modificación de la estructura demográfica característica de finales del siglo XX y principios del XXI ha sido descrita como una tendencia a un triple envejecimiento de la población: a) un envejecimiento general, medido a través del porcentaje que representan los mayores de 65 años dentro del conjunto de la población; b) un envejecimiento del envejecimiento, es decir, una cada vez mayor longevidad de los grupos de población de edades superiores a los 65 años; y c) un envejecimiento de la población activa. El declive del porcentaje de población joven en edad de trabajar y el aumento de la población mayor de 65 años configuran una nueva estructura demográfica que repercute en múltiples dimensiones de la vida social y económica, especialmente en la composición del mercado de trabajo y en la orientación de los sistemas de protección social.

La reciente cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea, celebrada en Barcelona en marzo también abordó estas cuestiones, decidiendo la adopción de medidas destinadas a desincentivar las jubilaciones anticipadas y a ampliar la vida laboral de los europeos más allá incluso de los 65 años. No conozco en detalle las medidas concretas que se pueden adoptar, pero me temo lo peor. El debate sobre el envejecimiento y su impacto sobre el mercado de trabajo ha caído en manos de instituciones como la OCDE o los servicios de estudios de diversas entidades financieras, cuya única obsesión parece ser la de hacer cuadrar las cuentas de un Estado que se quiere cada vez más mínimo, ofreciendo como única alternativa la sustitución del sistema público de pensiones por un sistema de capitalización privado. Mucho me temo que cuando en estos ámbitos se habla de 'desincentivar' las jubilaciones anticipadas y de prolongar la vida laboral se mantiene el mismo paradigma flexplotador vigorosamente denunciado por Bourdieu: reducir al máximo cualquier medida de solidaridad social e incentivar al máximo todo lo que se acomode a la ley de hierro del capitalismo y a su exigencia de que el progreso sea individual y la miseria también (Ramoneda). Por eso, conviene recordar el importante dato dado a conocer recientemente por el departamento de estudios de Caixa Catalunya: uno de cada tres hogares españoles, exactamente el 34,2% del total, tiene como ingreso principal la pensión de un jubilado de 65 o más años. No creo que la constitución de una sociedad decente y estable pueda lograrse por la vía de la sistemática precarización de jóvenes y mayores.

Elías Canetti escribió: 'En una vida muy prolongada uno podrá tomarse más tiempo, siempre que los medios empleados para semejante prolongación no estén demasiado contaminados por los minutos y segundos tradicionales. Quizá habría que probar una nueva división del tiempo'. Sin duda nos hallamos ante un asunto cuya importancia radica en que sus raíces se hunden en la línea de fractura del modelo económico y social hasta el momento vigente. Estamos ante un problema que implica una discontinuidad, una ruptura, en la evolución de nuestra sociedad. En la medida en que estamos ante una situación totalmente nueva, las soluciones tradicionales producto de un modo de pensar tradicional, van a mostrarse del todo inadecuadas para facilitar una respuesta satisfactoria a los intereses sociales en juego.

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