_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Oxígeno para ETA

Fernando Savater

Una de las cosas que hacen sonreír con amargura, mientras contemplamos las imágenes del último Aberri Eguna o leemos las declaraciones que se hicieron en sus diversos escenarios, es recordar las condenas rituales contra el frentismo que ya estamos acostumbrados a oír. ¿Frentismo en el País Vasco? ¿Se imaginan ustedes la que se armaría si en la misma fecha del Aberri Eguna celebraran un acto multitudinario y pacífico los partidos constitucionalistas en cualquier rincón de la Comunidad Autónoma Vasca, enarbolando a la vez ikurriñas junto a banderas españolas, proclamando la necesidad de mantener la unidad del Estado como garantía frente al terrorismo disgregador y denunciando la actual marginación de sus símbolos políticos o culturales, así como la frecuente deslealtad a las instituciones vigentes de las autoridades nacionalistas? Sería considerado una provocación intolerable, una incitación a la peor discordia civil, una demostración de que el franquismo sigue vigente o regresa a pasos agigantados. Y eso sin contar que no habría escoltas policiales suficientes para resguardar a quienes así manifestaran públicamente sus ideas democráticas. Estoy seguro de que los propios interesados se estremecen ante la posibilidad de llevar tan lejos su audacia. Bastante hacen con mantener en el Parlamento y en las instituciones que se lo permiten actitudes discretamente disidentes del régimen nacionalista, sintiéndose un poco culpables por soñar a veces con ganarle en las urnas la más alta magistratura autonómica. ¿Frentismo en el País Vasco? No me hagan ustedes reír...

El lehendakari Ibarretxe ha comentado que, tras el congreso de los socialistas y la aprobación de los presupuestos, se ven signos de 'normalidad' en la política vasca. Y tiene razón, porque ya está asumido que en el País Vasco lo normal es la aceptación por tirios y troyanos -sea con entusiasmo o con resignado oportunismo- de la hegemonía nacionalista en todos los campos políticos, educativos o sociales. Las actitudes contrarias al nacionalismo o ajenas a él se toleran (cuando se toleran, claro, porque ya sabemos que hay quien las persigue a sangre y fuego) siempre que paguen el precio de una relativa invisibilidad, que no incurran en estridencias de mal gusto y a la espera de que, aunque sea a regañadientes, colaboren en el mantenimiento del orden nacionalista felizmente reinante. Fuera de esto, todo es llanto, crujir de dientes y Mayor Oreja. Sólo dos veces en los últimos años, tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco y antes de las pasadas elecciones de mayo, salió el País Vasco relativamente de esa 'normalidad' a la que ahora por lo visto regresa y vieron los nacionalistas su hegemonía pacíficamente cuestionada. Los aspectos chocantes de tal normalidad no suelen ser discernidos por algunos de nuestros visitantes ilustres: Pasqual Maragall, por ejemplo, asistió en Orio a una manifestación tras la siniestra ejecución de Juan Priede y dio cauce en este periódico a las reflexiones que le suscitó (Orio, en EL PAÍS del 29 de marzo de 2002), pero entre ellas no figuraba asombro ante la pancarta sólo en euskera que encabezaba la marcha (el asesinado no era euskaldún... y aunque lo fuese) ni por la exclusión de cualquier representante del Partido Popular vasco entre las autoridades que la llevaban. Se pregunta en su artículo Maragall: '¿Qué haría el terrorista si aquellos a quienes pretende redimir se declaran de acuerdo con aquellos a quien pretende derrotar?'. Nunca lo sabremos, porque a los terroristas se les hacen llegar mil guiños de que los nacionalistas están con ellos de acuerdo en todo menos en la violencia y a las víctimas se les hace notar perentoriamente que no se les tiene ninguna simpatía, salvo cuando están hospitalizadas o muertas. Vamos, lo normal.

¿En qué medida contribuye a retomar la 'normalidad' el congreso de los socialistas y la derrota de la línea representada por Nicolás Redondo? Creo que se equivocan los medios de comunicación que presentan a la actual dirección del socialismo vasco como submarinos del nacionalismo radical o vendidos a su causa. Por poner un ejemplo, estoy convencido de que Odón Elorza es tan 'proetarra' como yo; ni siquiera creo que goce de especial inmunidad ante nuestros euskokillers: después de todo, su mentor Ernest Lluch no decía cosas más atinadas que él ni menos filonacionalistas y le mataron igual. No, lo malo es que sin ser nacionalistas parecen haber interiorizado la normalidad hegemónica del nacionalismo. Se diría que han llegado a la conclusión de que para seguir siendo socialistas en el País Vasco hay que resignarse a la ropa de camuflaje nacionalista, hay que mimetizarse con el paisaje. Basta para ello, por el momento, desmarcarse enérgicamente del PP e intentar recuperar su antiguo estatuto de 'gente maja', añorada consideración que es imposible alcanzar si se mantiene un antinacionalismo incómodamente militante. Durante largo tiempo, por ejemplo, los concejales socialistas fueron con más o menos dificultades 'gente maja', que se movían con relativa normalidad por sus localidades, trataban a todo el mundo y no necesitaban llevar escolta ni vivir fuera, como los concejales populares... que era a quienes se mataba. Pero después vino el asesinato de Froilán Elespe y cundió el desánimo y las dimisiones, porque nadie puede seguir siendo 'majo' con dos escoltas pisándole los talones. Ahora, el modelo a seguir de majeza socialista es, por ejemplo, Denis Itxaso, asiduo invitado del programa de ETB-1 Firin faran, donde critica a Carlos Totorica o Rosa Díez por su falta de proyecto 'ilusionante' y confraterniza amable con Martxelo Otamendi, nuestro hombre en Idaho. Con un poco de esfuerzo y la comprensión nacionalista, siempre inclinada a recibir en su seno a los hijos pródigos mientras le sean rentables, pueden volver a intentar reintegrarse en la 'normalidad'... aunque probablemente ETA ya ha decidido que nada vuelva a ser igual. Los concejales, por el momento, no se fían y siguen dimitiendo; en cambio, los populares, resignados ya desde hace mucho a no ser 'majos', aguantan mejor el tirón.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Se discute ahora sobre una hipotética ilegalización de Batasuna, para unos una medida antiterrorista necesaria y para los nacionalistas una perversión de la democracia, amén de un balón de oxígeno para ETA. Es curioso, pero no recuerdo ninguna medida enérgica policial, legal o política contra ETA (incluyendo el pacto antiterrorista) que haya contado de entrada con el apoyo de los nacionalistas: siempre han desconfiado, protestado, diciendo que sólo iban a empeorarse las cosas o que pagarían justos por pecadores. En eso no ha cambiado el PNV, aunque sí en otros aspectos: ¡qué se lo pregunten a Emilio Guevara, primer mártir de la vocación peneuvista de diálogo tras las pasadas elecciones! Como entre tantas ignorancias también padezco la jurídica, ignoro si es constitucionalmente factible ilegalizar a Batasuna. De lo que estoy seguro es de que tal medida no equivaldría a prohibir ideas políticas, sino la utilización de instituciones creadas para la democracia con fines de guerra

civil encubierta. Hace 20 años fue una buena idea intentar canalizar por medio de un partido legal (aunque fuese 'atípico') las ansias del radicalismo independentista, para alejarles de la violencia. Pero las buenas ideas no siempre funcionan históricamente y ya vemos cuál ha sido el resultado de ésta. No parece inoportuno probar ahora otro camino.

En cualquier caso, no vendrá por ahí el balón de oxígeno para ETA (ni tampoco desde luego la cancelación mágica de sus crímenes). Hay cosas más relevantes, aunque apenas se hable de ellas porque los asuntos vascos confirman el taoísmo: los que menos saben parlotean y los que saben no abren la boca. Los medios de comunicación se entretienen con lo que dijo aquí Arzalluz o allá Ibarretxe, pero despachan en pocas líneas -cuando lo mencionan- que el pasado fin de semana se reunieron en Elorrio más de 20.000 jóvenes radicales, en un mitin de dos días que contó con arengas sublevatorias, charlas hagiográficas sobre etarras y un fin de fiesta a cargo de Arnaldo Otegi. Esas chicas y chicos (con observadores llegados de otras partes de España y América Latina) han nacido, han crecido y se han educado en las libertades de un país democrático, no bajo la represión franquista. Según el editorial de Gara (2 de abril de 2002), su encuentro representa 'un ensayo general de esa Euskal Herria en libertad por la que lucha una parte importante de esta sociedad'. Es decir, el proyecto totalitario que pretende imponerse por la violencia a tantos vascos amedrentados y tantos otros españoles que viven en la inopia. Veinte mil jóvenes en torno al banderín de enganche terrorista, en el que se habrán enrolado más de uno y más de 10 este fin de semana. Aquí está el verdadero balón de oxígeno para ETA, sin esperar a que se ilegalice nada. Y ahora, las preguntas: ¿es todo esto culpa exclusiva del Gobierno Aznar? ¿El nacionalismo que desde hace décadas educa e informa en el País Vasco no tiene nada que decir? ¿Qué piensa hacer -y no sólo decir- la flamante nueva Ejecutiva socialista, tan majos ellos?

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_