La poética y moderna espiritualidad de Alonso Cano se expone en Madrid
La Fundación SCH muestra hasta finales de mayo 45 obras del maestro granadino
Se ha dicho muchas veces que el barroco español fue un mero instrumento de propaganda contrarreformista. Que el Siglo de Oro fue una mezcla de dogma religioso y decadencia. Todo cambia, y los historiadores han ido revisando las cosas: Quevedo, Gracián, Velázquez o Alonso Cano expresan la lucha entre decadencia y modernidad y anuncian, con su amor a la belleza, el cambio de paradigma, la llegada de la Ilustración. Esas ideas inspiran la exposición de 45 obras de Alonso Cano inaugurada ayer en la Fundación SCH de Madrid (calle Marqués de Villamagna, 3).
Santos, vírgenes, imágenes bíblicas, reyes, ánimas del purgatorio, angelitos voladores... No hay duda: las 45 obras de la muestra Alonso Cano, la modernidad del Siglo de Oro español, expuestas en Madrid desde hoy hasta el 26 de mayo, son obras religiosas y encargos políticos. Pero hay algo que las aleja del mero proselitismo y del trabajo al dictado. Los reyes Sancho I y Ramiro III, por ejemplo, aparecen atontados, enanizados. Se diría que las ánimas del purgatorio gozan bastante su situación. Hay vírgenes que parecen auténticas Lolitas...
Según el comisario, Ignacio Henares, catedrático de Historia del Arte en Granada, ese algo que aparta a Cano del trabajo funcionarial es la calidad y singularidad de su mirada, su modernidad militante -'fue un romántico avant la lettre'-, su filokallia o amor a la belleza -, 'aunque su esteticidad es a veces terriblemente agria'- y, en fin, la profundidad intelectual de quien ha sido llamado el Miguel Ángel español del XVII.
Quizá por su carácter culto, renacentista, que le ocupó en la pintura, la escultura (visible aquí en un clasicista Ángel custodio de mármol), la arquitectura o el grabado con similar intensidad y acierto.
'Fue un artista versátil, atrevido, moderno y esplendoroso', dijo Carmen Calvo, la consejera de Cultura de la Junta andaluza, durante la presentación a la prensa. 'Cano demuestra que España fue, tras Italia, el país más renacentista de Europa', señaló a su vez el comisario: 'Fue, como Velázquez y Zurbarán, un joven rebelde y atento a su tiempo. Se formó en el taller de Pacheco, vivió la época de las academias sevillanas, y siempre luchó contra los estereotipos de la religiosidad conformista'.
Aniversario
La exposición, que fue inaugurada por la tarde por el presidente de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves, y el de la Fundación SCH, José María Amusátegui, procede del Hospital Real de Granada, donde llevó el título Espiritualidad y modernidad artística y conmemoró el 400º aniversario del nacimiento de Cano (16011667).
En Madrid incluye algunas novedades importantes. Falta la reconstrucción hipotética de la biblioteca del artista y sus dibujos y diseños arquitectónicos, pero hay una decena de obras que no se vieron en Granada, entre ellas el impresionante retablo para la iglesia de Santa Paula, de Sevilla, reunido ahora por primera vez y que está disperso en varias piezas, depositadas en los museos Ringling de Sarasota (EE UU), el Louvre, San Carlos de México y la Wallace Collection.
Esa diseminación de la obra de Alonso Cano muestra el gran interés que su obra ha despertado, sobre todo desde el XIX, entre los coleccionistas de todo el mundo. La muestra reúne lienzos, de todos los formatos, prestados por diversos particulares, además de por el Prado, la Real Academia de San Fernando, los museos de Bellas Artes de Sevilla, Granada y Málaga, la catedral de Sevilla, el monasterio de El Escorial, la basílica de San Francisco el Grande de Madrid, la Pollok House de Glasgow o el Szépmüvészeti Múzeum de Budapest.
El diálogo clasicismo-modernidad es el hilo conductor que unifica las tres etapas del pintor, todas representadas en la muestra. La sevillana, sin duda la más tenebrista, llega hasta 1638, y está marcada por la tremenda negrura y los rasgos caravaggistas del San Francisco de Borja. Fechado en 1624, es su primera obra conocida.
El periodo madrileño, que dura hasta 1652, recoge sus años de pintor de cámara en la corte de Felipe IV, donde se cree que llegó por mediación del conde duque de Olivares. Allí, Cano se reencontró con su viejo amigo Velázquez y conoció de primera mano las obras maestras italianas, que contribuirían mucho a su evolución, apreciable, por ejemplo, en la erótica representación de Juno, el Cristo de la humildad de la Iglesia de San Ginés o La primera labor de Adán y Eva. Henares destaca su asombroso dominio del dibujo, su lección a la hora de matizar gestos y de diseñar las anatomías.
La etapa final (1652-1667) transcurrió en Granada, donde moriría. Es el momento de la monumentalidad, la intensidad emocional, la introspección, el misticismo.
La Sagrada Familia, realizada durante los años cincuenta para el convento de las monjas Clarisas (y conservada hoy en la capilla de esa comunidad, igual que la escultura del Ángel custodio), es considerada una de sus mejores obras por todos los expertos. Seguridad, brío, riqueza de colores, maestría en la perspectiva... Y San José en el centro, una inflexión iconográfica que anticipa el futuro. Alonso Cano, en su plenitud artística: clásico y moderno a la vez.
Babelia
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