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Tribuna:LEY DE FORMACIÓN PROFESIONAL
Tribuna
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Osmosis

Así escrita, sin acento, casi no se nota su carencia. Pero enfáticamente pronunciada y acompañada de gestos en una sesión parlamentaria, esta palabra sembró el desconcierto. Los oyentes de esta sesión del Pleno, en la que se debatía el Proyecto de Ley de Formación Profesional, no daban crédito a sus oídos. Los más ingenuos diputados, que hasta ahora se suelen sentar más en la izquierda que en la derecha, a pesar de las apariencias, no acababan de creérselo. Y la mayoría miraba para otra parte avergonzada, como si tuviera que taparle los errores a quien así se estaba despachando. Porque quien así lo hacía no era ni más ni menos que la ministra de Educación.

Y no se inmutó. Después de haber cometido semejante mutilación lingüística pareció en el Salón de Plenos que nada absolutamente iba con ella. Y siguió su extensa disertación hablando de las bondades de una ley que pretende acercar la formación al empleo, fomentar la empleabilidad y plantear una mejor adecuación de nuestras necesidades. Por lo menos eso es lo que dicen sus objetivos. En realidad, de verdad, de verdad, como los empresarios ya la han deslegitimado en el Congreso tachándola de una simple Ley de Cualificaciones lo que queda no es más que un intento de meterles el dedo en el ojo a los nacionalistas. Se reafirma lo que estaba claro en materia de competencia sobre titulaciones y no había necesidad de repetir. Es decir, un recurso de constitucionalidad gratis. Un vano intento de hacer una Ley básica para no aportar nada que no estén haciendo ya las Comunidades Autónomas y mejor. Acercar la formación al empleo es lo que mejor se puede hacer desde los Ayuntamientos y las Autonomías. Y es lo que hacen algunos empresarios andaluces, en esto son muy sensibles los campogibraltareños, y es lo que hace la Junta de Andalucía. Acuerdos sobre el terreno, ferias de empleos emergentes, centros de innovación. ¿Qué puede aportarnos a los andaluces? ¿No sería mejor haberse atrevido a entrar en aspectos cruciales como los de su financiación?

Y acabó su faena, y como el soldado cervantino ante el túmulo famoso 'caló el chapeo, fuese y no hubo nada' .

Decían al salir los más benévolos que la ministra es de Ciencias y otros intentaban remediarlo acudiendo al inglés, por aquello del barniz cosmopolita, y otros, tirios y troyanos, rehusaban entrar en la pequeña miseria de meter el dedo más en el dislate. Porque osmosis, osmosis, lo que se dice osmosis, a lo mejor hasta existe. Vaya usted a saber. A lo mejor en la época de nuestras dislocaciones acentuales. O es la ministra uno de los raros especímenes que usan la forma vulgar de los cultismos científicos procedentes del griego, como dice el diccionario. Al fin y al cabo es la misma analogía que hacen mis paisanos cuando dicen 'me ha dado un paralís'.

No se llevan las excusas lingüísticas. Y es más, al paso que vamos, a lo mejor no lo hemos oído. O tenemos que hacer un acto de contrición por haberlo oído. Tengo curiosidad por saber si nuestros sufridos taquígrafos recogen los acentos. O si la ministra corrige sus intervenciones antes de salir en el Diario de Sesiones. Porque ¡horror! si no ha quedado testimonio, ¿qué haremos todos aquellos que nos hemos permitido jugar con el lenguaje frente al pétreo y encorsetado uso de nuestro querido castellano?

Yo ahora estoy hecha un lío con esto de la ortografía. Porque una y otra vez reprendo a mi ordenador que se empeña en unirme y separarme palabras y en corregírmelas desafiando a la Real Academia con una lógica que me empeño en rebatir. Y casi estoy por pasarme al bando de Gabriel García Márquez si no fuera por lo que me gusta la historia de nuestras palabras. Sobre todo en esto de la heroicidad de los acentos. ¿Porque qué quedará en este nuevo esperanto de los correos electrónicos en los que nuestras odiadas tildes han hecho mutis por el foro y asistimos a un nuevo marco normativo a propósito de la distribución espacial? Y ¿qué quedará en esta maravillosa lengua inventada por nuestros jóvenes usuarios de mensajes de móviles? ¿Acaso no aplican vertiginosamente la ley que ha ayudado a decantar los fenómenos lingüísticos que es la del mínimo coste, antiguamente la del mínimo esfuerzo?

Lo más rancio de todo esto es que hay quien cree hoy todavía que la cultura es un signo de dominio y de distinción. Y, de acuerdo con esta teoría, las faltas de ortografía se han convertido en el anatema justificador de todas las reformas educativas. Lanzan a los jóvenes la gramática parda de quien se cree vanamente poseedor de algo por lo que puede mirar por encima del hombro. Y no hay más eje argumental que unos consolidados saberes que rememoran la antigua forma de aprender del Trivium y el Quadrivium. Salvo que en aquella feliz época medieval, no había aparecido ninguna ministra que osmoticamente reprendiera a su variada clientela con el mazo de una dicción correcta.

Carmen Romero es diputada del PSOE por Cádiz

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