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OPINIÓN
Columna
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Pacíficos, nobles y cívicos

Confieso que me ha llamado la atención la postura adoptada por el PSOE en relación a las manifestaciones y los pronunciamientos de los movimientos a favor de otro tipo de globalización durante la cumbre de la Unión Europea celebrada en Barcelona el pasado fin de semana. Desde que Maragall decidió dar un paso al frente y sumar al PSC a las protestas de miles y miles de ciudadanos, la posición que ha ido fijando el PSOE respecto al tema resulta, cuando menos, novedosa.

Durante los tres años transcurridos desde la cumbre de Seattle de la OMC hasta hoy, las calles de diversas ciudades del mundo han sido testigos de la movilización de diferentes sectores sociales contrarios a la manera en que está configurándose un nuevo orden mundial basado en la liberalización de las relaciones económicas, en la retirada del Estado de la gestión de los intereses públicos sin ser sustituido por un equivalente a escala más amplia, y en la creciente desprotección e inseguridad de las personas. Un orden (?) cuyas consecuencias son aún imprevisibles, pero que de momento ha generado un importante aumento de las desigualdades, una crisis medioambiental nunca conocida, y una creciente inestabilidad económica y financiera. Sin embargo, y pese a la trascendencia de muchos de los temas señalados, los movimientos opuestos a la llamada globalización neoliberal habían venido siendo considerados radicales, ingenuos, antisistema, utópicos, etc., sin que nunca hubieran contado con el amparo o la comprensión -mucho menos con el apoyo- de los partidos que tradicionalmente han tenido responsabilidades de gobierno en los países occidentales.

De ahí que la postura adoptada por el PSOE en la cumbre de Barcelona suponga una importante novedad que abre toda una serie de interrogantes. El primero de ellos es evidente: ¿habría apoyado el PSOE las movilizaciones de Barcelona de haber estado en el Gobierno? A renglón seguido llega el siguiente: ¿va a incorporar el PSOE a su programa electoral las exigencias y los compromisos de la Cumbre Social de Barcelona? Y, ya en plan de hacer preguntas, surgen las últimas: ¿estamos ante el comienzo de una nueva era en la que el socialismo europeo va a ser capaz de sacudirse sus complejos y plantear una alternativa de verdad a la derecha liberal y a las extravagancias de Tony Blair? ¿Creen los socialistas que otro mundo es posible, como han estado gritando cientos de miles de gargantas, o nos dirán de nuevo cuando lleguen al gobierno que hay que ser realistas y asumir que en el mundo actual las cosas son como son?

Hace unos días, en este mismo periódico, el exprimer ministro checo, Vaclav Klaus planteaba la necesidad de suprimir el Estado social logrado en Europa y, jugando a adivino, vaticinaba que esto no puede funcionar por mucho más tiempo, repitiendo la amenaza que desde hace dos décadas vienen lanzándonos liberales de todos los pelajes. En estas circunstancias, no estaría de más que los partidos socialistas europeos fueran capaces de sentarse a reflexionar y elaborar una alternativa seria que tenga la seguridad humana, el bienestar de la sociedad y los derechos de la ciudadanía, como referentes principales, sin olvidar la necesaria solidaridad con los habitantes del resto del mundo. Otros objetivos como el crecimiento económico o la competitividad carecen por completo de sentido si no van encaminados precisamente al logro del desarrollo humano. Es preciso, por tanto, definirlos con mayor rigor huyendo de la demagogia a la que los gobiernos nos tienen acostumbrados en los últimos años. Lo contrario es confundir medios y fines.

Es realmente esperanzador escuchar de labios de Rodríguez Zapatero que los manifestantes de Barcelona son pacíficos, nobles y cívicos ciudadanos que reclaman mayor justicia social. Pero no basta. Para que esas palabras sean realmente creíbles, el socialismo democrático debe ser capaz de abrir un período de reflexión sobre sus objetivos y estrategia, para lo cual debería comenzar por abrirse un poco más a una sociedad necesitada por otra parte de cauces políticos para hacer valer sus, hasta ahora, desatendidas preocupaciones y reivindicaciones.

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