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Reportaje:

Un colegio que da verdaderas calabazas

Los profesores del centro público de primaria Felipe II de Madrid imparten sus clases en torno a un huerto de más de 600 metros

En el patio del colegio público Felipe II, en Madrid, donde antes había gramas y malas hierbas ahora los alumnos cultivan tomillo, laurel, lavanda, rosas y pensamientos. Pero también espinacas y acelgas, ajos y fresas, pimientos y calabazas... y así hasta 250 especies diferentes. Hace cinco años, el profesor Ambrosio González y otro docente ya jubilado convirtieron el terreno en un huerto de más de 600 metros cuadrados con una intención clara: acercar la naturaleza a los niños para que aprendan que 'los garbanzos no salen de un bote de cristal'. Este colegio de infantil y primaria, muy cerca del bullicioso centro de la capital, tiene 150 alumnos y la mitad de ellos son inmigrantes. 'Tener este huerto es todo un lujazo en Madrid', asegura satisfecho González, que conoce el campo desde pequeño. González, que echa muchísimas horas trabajando en el terreno durante sus ratos libres, confiesa que alguna vez ha arrancado a escondidas algún engranaje de otro parque para trasplantarlo al de la escuela. Aunque él es el gran experto en cuestiones de labranza, el resto de los profesores se las ingenian también para aprovechar el huerto a la hora de impartir su asignatura. Por ejemplo, en clase de lengua, los niños aprenden palabras como 'esquejar', 'sembrar', 'recolectar'. En matemáticas, a hallar la superficie del terreno, a pesar las verduras. En conocimiento del medio, a estudiar cómo se reproducen las plantas, cómo respiran. Y en educación física, a orientarse en el campo. También cuando los chavales juegan al pañuelo, el profesor de gimnasia les ha aconsejado que uno de los equipos sean 'flores' y el otro, 'árboles'.

Las actividades en el huerto ayudan a la integración de los alumnos inmigrantes

El colegio acoge en sus aulas a unos 70 inmigrantes, la mayoría de América Latina. Y el huerto es una forma de integración para estos chavales. 'Respetan las plantas, pero también se respetan unos a otros, porque todos se sienten útiles para trabajar en la tierra', cuenta la directora del centro, Mari Carmen de los Pinos. 'Además, los niños explican al resto cómo son las flores que crecen en su país y que aquí no existen', dice De los Pinos.

Además de terreno, los alumnos cuentan con un aula a la que han bautizado Taller de Naturaleza, algo así como una especie de invernadero con enormes ventanales. Ahí, desde los tres años, los niños aprenden a hacer semilleros, con pepitas de los frutos, y esquejes, es decir, ramitas cortadas de una planta y puesta en tierra para que arraigue y eche raíces. El taller lo aprovechan para hacer conservas de guindillas, tomates y pimientos. También en él guardan las herramientas del campo: las azadas, los rastrillos, la carretilla.

A los chavales se les iluminan los ojos al hablar de los frutos que da su huerto. La directora dice que todas las mañanas, nada más entrar en clase, los niños gritan: 'Nos toca huerto, nos toca huerto'. Karima, de 10 años y de padres marroquíes, explica que hace poco cogieron una patata y la metieron en un armario con la intención de comprobar a los cinco días cómo le habían salido algunos tallos. Y aquí no acaban los experimentos, porque Yaiza, de ocho años, recuerda que 'don Ambrosio' les repartió guisantes 'que parecían garbanzos' para que los enterrasen bajo tierra. Los alumnos también investigan con lentejas envueltas en algodones empapados de agua metidos en envases vacíos de yogures para observar cómo brota la legumbre, lo que provoca más de un pique, porque 'los chavales se empeñan en decir que su lenteja ha crecido más que ninguna', dice la directora.

Los frutos que da el huerto se reparten entre los niños, pero a veces también se cocinan en el propio comedor del colegio. 'Es más la intención de trabajar con la naturaleza que lo que produce en sí', explican los profesores. Al fin y al cabo, como la directora cuenta: 'El huerto es un enganche. Todos, profesores y alumnos, tenemos amor al terruño. Es la misma sensación que tiene la gente que ha nacido en un pueblo. Aquí, tampoco nadie se quiere ir del Felipe II'.

Un grupo de alumnos con varios profesores, en el huerto del colegio público Felipe II de Madrid.
Un grupo de alumnos con varios profesores, en el huerto del colegio público Felipe II de Madrid.LUIS MAGÁN

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