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Reportaje:LAS RAZONES DE ISRAEL | LA TRAGEDIA DE ORIENTE PRÓXIMO

El espíritu de Masada

Historia, mito o leyenda? Es lo mismo. Elijan ustedes mismos. La realidad es que en el año 74 de la era cristiana, reinando Tito, la X Legión romana habría cercado a la única guarnición judía, Masada, que resistía el asedio de las tropas de Roma. La situación era insostenible tras varios meses de cerco implacable. La noche anterior al asalto final romano, los defensores de Masada, en su mayoría zelotes, con algunos fariseos y saduceos, que creían firmemente que su desgracia se debía más a los pecados de la nación judía que a los éxitos de Roma, se pronunciaron por la autoinmolación para no caer en manos de los sitiadores. Unas 1.000 personas, según cuenta el historiador Flavio Josefo en su Historia de la guerra judía, perecieron a manos de sus padres y maridos. Los últimos 10 ocupantes de la fortaleza, una impresionante elevación roqueña sobre el mar Muerto, sortearon quién debía matarles. Finalmente, el último superviviente se suicidó. Fue una especie de Numancia, versión Tierra Santa.

Nadie en su sano juicio en Israel piensa en las antiguas políticas expansionistas del 'Eretz Israel' o Gran Israel
Pese a las propuestas y contrapropuestas, Israel no acaba de creerse que exista una voluntad real árabe de respeto a su existencia como Estado
Israel se enfrenta a planteamientos maximalistas como los de Irak, Irán y Libia, países que incluyen entre sus fines la destrucción del Estado hebreo

Han pasado 20 siglos y el espíritu de Masada sigue vivo. Todos los años, reclutas de unidades de élite del Tsahal o Ejército israelí suben con todos sus pertrechos a la cima del monte -cinco horas de duro ascenso-, y prometen fidelidad a la estrella de David con un juramento en hebreo, cuya traducción española equivaldría a algo así como: '¡Masada no volverá a caer!'. En otras palabras: '¡No permitiremos una nueva Masada!'. O moriremos matando antes que permitir nuestra aniquilación.

Obsesión por la seguridad

Porque cualquier interpretación que se pretenda hacer sobre la intolerable espiral de violencia que sacude el Próximo Oriente que ignore la más que razonable obsesión israelí por su seguridad está condenada de antemano al fracaso. No se trata exclusivamente de hacer análisis históricos, aunque no estaría de más recordar las persecuciones y expulsiones de judíos en los últimos 20 siglos, que culminan en la Solución Final nazi -apoyada por varios destacados líderes árabes de la época, incluido el Gran Muftí de Jerusalén-, sino de analizar con datos objetivos la historia de Israel desde la partición del antiguo Protectorado británico de Palestina en 1947, decretada por la entonces naciente Organización de las Naciones Unidas.

Fueron los siete países del mundo árabe entonces representados en la ONU, y no Israel, quienes votaron en contra del establecimiento del Estado hebreo, y, de paso, del palestino. Y fueron los ejércitos de los países árabes circundantes los que invadieron Israel en mayo de 1948, minutos después de la retirada británica, con el caritativo objetivo de arrojar al Mediterráneo a los 675.000 judíos pobladores del territorio. Y no, precisamente, por amor a los palestinos, sino con una doble finalidad: la eliminación física de Israel y sus propias aspiraciones nacionalistas sobre la vieja Palestina. No hay que olvidar que en una intervención ante el Consejo de Seguridad de la ONU, nada menos que en 1963, es decir, 15 años después de la partición, el antecesor de Arafat en el liderazgo palestino, Ahmed Shukeiri, todavía definía a Palestina como parte de Siria.

Israel sufre agresiones continuas por parte de sus vecinos árabes en 1956, -se alinea con Francia y el Reino Unido en la invasión de Suez porque previamente se niega el paso de sus barcos por la vía marítima egipcia, lo que equivale a su estrangulamiento económico; en 1967, por parte de Siria y Egipto -estrepitosa derrota árabe en la guerra de los Seis Días y principio de la ocupación-, y, finalmente, en 1973, con la guerra del Yom Kipur, la más sangrienta en términos de vidas humanas israelíes gracias a los éxitos iniciales de los ejércitos árabes.

El 'síndrome del sitiado'

Con razón o sin ella, la gran mayoría de la población israelí -cinco millones de hebreos de un total de seis millones de habitantes- vive inmersa en lo que se podría calificar del síndrome del sitiado. Una isla, aislada como todas las islas, rodeada de un mar embravecido, cuyas olas amenazan con barrer a Israel del mapa. A pesar de propuestas y contrapropuestas de todo orden, los israelíes de toda tendencia no acaban de creerse que exista una voluntad real árabe de respeto a su existencia como Estado. Por eso, cuando encuentran interlocutores creíbles, léase Anuar el Sadat o Hussein de Jordania, no dudan en arriesgar su seguridad -desde el punto de vista militar, la devolución total del Sinaí a Egipto constituye una barbaridad estretégica- y se apresuran a firmar sendos tratados de paz con sus antiguos enemigos. Frente a esos avances en pro de la paz, Israel se enfrenta a planteamientos maximalistas como los encarnados por Irak, Irán y Libia, países que incluyen una y otra vez entre sus fines la destrucción del Estado hebreo.

Falta de confianza

¿Por qué Israel ha podido alcanzar acuerdos de paz con Egipto y Jordania y no con la Autoridad Nacional Palestina? Sencillamente, porque los israelíes, incluso los más entusiastas pacifistas, no se fían de Arafat, como se fiaron de Sadat y de Hussein. El rais perdió el crédito que le quedaba en Israel con su rechazo de las propuestas apadrinadas por Ehud Barak y Bill Clinton en el segundo encuentro en Camp David.

Nadie en su sano juicio en Israel piensa en las antiguas políticas expansionistas del Eretz Israel o Gran Israel. Pero el sentimiento generalizado es que Arafat, en el fondo, piensa que Israel es la moderna versión del Reino de Jerusalén establecido por los cruzados en la Alta Edad Media. Un hito en la secular historia de Palestina, que, más pronto o más tarde, se desintegrará.

Ojo, pues, a la interpretación que los protagonistas del drama hagan de los distintos documentos que se debaten en las última semanas, desde la resolución del Consejo de Seguridad al borrador saudí que se presentará en la cumbre árabe de Beirut a fin de mes. El término 'fronteras seguras' no se lee igual en Ramala que en Jerusalén.

El verdadero problema, como recientemente lo definió un miembro del Washington Institute, uno de los muchos think tanks estadounidenses, es que en Palestina hay 'demasiada historia y muy poca geografía', exactamente 21.000 kilómetros cuadrados.

Estudiantes israelíes de extrema derecha se manifiestan en la Universidad de Mount Scopus, en Jerusalén.
Estudiantes israelíes de extrema derecha se manifiestan en la Universidad de Mount Scopus, en Jerusalén.AFP

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