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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El chistoso

Mariano Rajoy tiene bien ganada fama de hombre irónico. Sin embargo, los sarcasmos con que el miércoles respondió a las interpelaciones de la oposición respecto a su falta de diligencia laboral para hacer frente al crecimiento de la inseguridad ciudadana sobrepasan lo tolerable. Sobre todo por lo que suponen de desprecio a unos ciudadanos seriamente preocupados por las estadísticas de delincuencia.

No es una cuestión de broma que la criminalidad haya aumentado en más de un 20% en los seis años que lleva gobernando el PP o que en España se registre la mayor tasa de homicidios por habitante de la Unión Europea. La inseguridad ciudadana se ha convertido, según las últimas encuestas del CIS, en la tercera preocupación de los españoles, tras el terrorismo y el paro. La exigencia de seguridad es actualmente una de las demandas más acuciantes de los ciudadanos (y contribuyentes). En los debates preelectorales de Francia, por ejemplo, ocupa actualmente un lugar central. Y afecta en especial a las mayorías sociales que carecen de medios económicos para sufragar medidas de seguridad.

Ello hizo especialmente ofensivo el tonillo ligeramente ingenioso, ligeramente burlón, ligeramente zafio, ligeramente tosco, empleado por el ministro. Por cuatro veces, y sin venir a cuento, aludió con aire insinuante a la enfermedad que impidió al secretario general del PSOE participar en la sesión de control de la semana pasada, en la que ese partido pidió explicaciones al Gobierno por el bulo sobre las inexistentes entrevistas de Felipe González en Marruecos. Y a lo largo de la tarde no cesó de utilizar expresiones indicativas de que consideraba tonterías las preguntas que se le habían formulado.

El Parlamento vertebra la mayoría gobernante, pero tan importante como esa función es la que asigna a la oposición en materia de control del Gobierno. La oposición pregunta con mayor o menor tino; a menudo con elevadas dosis de demagogia, exagerando las críticas o personalizándolas de manera excesiva. Aun así, las reglas del juego exigen una respuesta del Gobierno a la altura de su responsabilidad. Los sarcasmos no pueden sustituir a los datos. En su programa de 1996, el PP prometía acercar el Parlamento 'a los problemas reales de la sociedad' y fortalecer su capacidad 'para exigir la respuesta del presidente a preguntas e interpelaciones de especial relevancia'.

El problema del aumento de la delincuencia es relevante, sin lugar a dudas, aunque sea una exageración afirmar que el actual es el peor momento de la historia de España en la materia, como dijo el PSOE al presentar su propuesta para hacerle frente. Pero precisamente el hecho de que haya presentado esa propuesta, con alternativas serias en diversos campos, desmiente la idea de una oposición que critica por criticar. Rajoy es quien ha respondido por responder: sin más argumento que la descalificación ofensiva del primer partido de la oposición (que representa a ocho millones de votantes) y de los ciudadanos que comparten su inquietud por el deterioro de la seguridad.

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