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Columna
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Crecer

Esta semana pasada hemos sabido que la Comunidad Valenciana ha crecido en 2001 dos décimas por encima de la media española y bastante más con respecto a la media Europa. Llevamos tiempo obsesionados con este tipo de magnitudes. Son las consecuencias de la intoxicación del debate político. La angustia nos invade cuando comprobamos que nuestras exportaciones no crecen tanto como las de Cataluña y las de la Comunidad de Madrid. Las inversiones extranjeras registradas en la Comunidad Valenciana son de risa comparadas con las que se dirigen a Cataluña y, sobre todo, a la capital de España. Y en otro campo, los comportamientos de los foros empresariales valencianos no tienen nada que ver con lo que ocurre en el País Vasco, en Cataluña o en Madrid.

Todos los indicadores ponen de manifiesto que la recesión económica está ahí y sería una osadía por nuestra parte creer que, no se sabe por qué mecanismo milagroso, la Comunidad Valenciana no iba a verse afectada por sus repercusiones. Estamos viviendo una época de acciones y reacciones erráticas. Estados Unidos, a partir del 11 de septiembre de 2001, ha entrado de lleno en una economía de guerra, con sus connotaciones evidentes y cuya factura habremos de pagar los países y los ciudadanos que nos encontramos en su zona de influencia. La oposición y los sindicatos se inflaman cuando los datos de empleo no se corresponden con la etapas alcistas que hemos vivido los últimos años.

El proteccionismo está haciendo su aparición. La economía citrícola ha visto frenadas sus expectativas de expansión en Estados Unidos, con el cierre de sus fronteras para las clementinas españolas, con el pretexto de los efectos de la mosca del Mediterráneo. El acero, material característico en el auge de la economía de guerra, ha visto cómo se incrementan los aranceles norteamericanos en un 30%. Es posible que esta tendencia se traslade a otros productos y sectores que se están viendo afectados por la fortaleza del dólar. A la hora de estar preparados para afrontar la desaceleración, lo más importante no es ser el más grande ni apabullar, sino discernir y decidir qué mecanismos necesitamos poner en marcha para afrontar la crisis y superarla con menos descalabros.

La Comunidad Valenciana, su economía y sus empresas han avanzado en muchos aspectos, pero acusan carencias. Las tenemos en infraestructuras, dotaciones de equipamiento, desarrollo e implantación de avances tecnológicos, innovación, diseño, investigación, la modernización de la administración, en los mecanismos asociativos del mundo empresarial, o en la potenciación de una política cultural atractiva. Llevamos más de quince años hablando del AVE, del Parque Central o del acceso norte al Puerto en Valencia, sin éxito. Tenemos problemas de suministro de agua en las zonas turísticas y para riego. Nos ha sido imposible resolver la asignatura pendiente de la vertebración del territorio y su comarcalización efectiva. Por desgracia, los condicionamientos políticos derivados del provincianismo han impedido que se consensuara una división comarcal aceptada por todos, para dotar de funcionalidad a la economía valenciana. Crecer es importante, pero hay que hacerlo con orden y concierto.

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