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Algunas reflexiones en torno al Día Internacional de las Mujeres

De nuevo este 8 de marzo el mundo en el que vivimos no es el mejor de los posibles. Finalizando el siglo pasado, muchas mujeres pensábamos que sería el XXI el que nos trajera la igualdad, porque nuestro esfuerzo bien se lo merecía. Quizás era sólo optimismo histórico, e incluso un pequeño error de cálculo acerca del momento de la igualdad. En todo caso, siempre pensé que creer en la historia es equiparable a creer en la humanidad, y por lo tanto equivale a suponer que la justicia, la solidaridad y la igualdad serán posibles finalmente en este complejo mundo, en que conquistas y avances deben ser cuidados y mimados para evitar cualquier pretensión de retroceso.

El año pasado se conmemoró el 70º aniversario de la conquista del voto para las mujeres, y por tanto del sufragio universal, y este recuerdo nos ayudó a tomar conciencia de las importantes diferencias existentes entre la situación de las mujeres que vivieron en 1931 y las que lo hacemos en el 2002, puesto que, y es sólo un ejemplo, en cuanto a ciudadanía política hemos pasado de reclamar el voto a exigir la paridad como valor fundamental de nuestra democracia. Es realmente un gran salto conceptual que significa que nuestra realidad y reivindicaciones evolucionan en consonancia. Sin embargo la conmemoración de esos 70 años también nos ha permitido reencontrarnos con argumentos que estaban en boca de Clara Campoamor y que hoy podríamos oír procedentes de nosotras mismas cuando defendemos nuestro derecho a la igualdad.

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Es verdad, las mujeres europeas, y por tanto las españolas, avanzamos mucho en el siglo XX, pero no lo hicimos en la medida que queríamos, ni al mismo ritmo unas que otras. Además, en gran parte del mundo la violencia que sufren las mujeres se justifica con argumentos relacionados con culturas y tradiciones, porque, aún hoy, sigue siendo su sometimiento la garantía de permanencia de determinados sistemas de los que son las víctimas más importantes. Por supuesto este 8 de marzo no podemos dejar de recordar a las mujeres que han vivido en el Afganistán de los talibanes y que hoy viven una realidad incierta, ni a Safiya, esa mujer de Nigeria condenada a ser lapidada tras una acusación de adulterio.

Cada año en estas fechas las mujeres celebramos nuestras conquistas. Este año también hay que recordar aquello que nos queda por conseguir y saber que en determinados momentos de la historia se producen retrocesos. No podemos perder de vista que aún no hemos conseguido ese cambio estructural necesario que debe modificar las relaciones entre las personas en el empleo, en los partidos, en la familia y en la sociedad, y que debe propiciar la igualdad real.

Hay quienes piensan que ese cambio ya se ha producido en España; sin embargo ésa es una valoración que está lejos de ser real. Y si no, ¿por qué nuestras jóvenes con estudios técnicos y profesionales, tradicionalmente masculinos, y con demanda en el mercado de trabajo tienen 5 veces el desempleo que los varones con la misma de formación?, ¿por qué proporcionalmente es muy superior el desempleo de estas jóvenes que cuentan con una formación que sí tiene demanda al de aquéllas que buscan empleo en profesiones tradicionalmente femeninas? La respuesta es simple y a la vez compleja, y el motivo el mismo: las mujeres con más hijos son quienes pueden dedicar menos tiempo a consolidar su puesto de trabajo o a buscarlo, y por eso sufren un mayor desempleo y una más acentuada precariedad laboral.

El problema fundamental es que nuestra sociedad aún no ha sido capaz de modificar profundamente los roles y que sigue entendiendo que la tarea básica de las mujeres es la atención familiar y el espacio doméstico. Pese a la evolución respecto al papel de las mujeres y la apariencia de igualdad que vivimos, lo fundamental, que está escrito en lo más hondo de nuestra psique ('en el disco duro', decía una amiga) no lo hemos modificado. Y, desgraciadamente, este Gobierno parece encontrarse cómodo en este planteamiento, en el que las mujeres (o algunas) con formación más que suficiente accedemos al empleo e incluso a los espacios públicos, pero la falta de una intervención política a favor de la igualdad real garantiza que no seamos nunca suficientes en esos ámbitos, ni rompamos con el denominado 'techo de cristal', ni por supuesto con ese rol de atención y cuidado a la familia, una estructura que, si bien se ha democratizado y diversificado en la práctica social, no se beneficia de políticas gubernativas acordes con esa realidad.

Fruto de esta concepción que define un modelo de sociedad, el Gobierno trata la violencia de género como un asunto meramente doméstico que puede ser paliado con actuaciones puntuales, en vez de apostar por una efectiva incorporación a nuestra legislación del derecho a vivir sin violencia que deben tener las mujeres; tampoco hace nada frente a unas tasas de desempleo que duplican a las de los varones y que están 9,3 puntos por encima de la media de las mujeres europeas. El Gobierno propone medidas para conciliar vida laboral y familiar como si eso fuera un reto personal que deben cumplir sólo las mujeres, y, lo que es más grave, confunde permanentemente la autopromoción y la autocomplacencia pública con la sensibilización social.

Hasta la fecha, y en la práctica, no hemos encontrado medidas procedentes del Gobierno que apoyen a hombres y mujeres en ese cambio de roles y actitudes que hagan posible una vida en igualdad, y que, por tanto, nos permitan avanzar en vez de retroceder.

Mientras las mujeres, al menos las que yo conozco y las que me encuentro cada día, además de estudiar para tener un espacio en el empleo, trabajar y/o participar en ONG y partidos políticos, quieren tener hijos, hijas, y una vida compartida. Sin embargo, sus dificultades les llenan demasiado a menudo de frustración ante la constatación permanente y cotidiana de la falta de igualdad y la imposibilidad real de hacerlo todo.

La obligación de los poderes públicos es darles una respuesta, y deben hacerlo desde el convencimiento de que la aportación que hará el 50% de la población a esta sociedad es fundamental para el desarrollo económico, social y político, y deben plantearlo como un compromiso y una apuesta decidida para poner fin a las actuaciones personales y colectivas discriminatorias, producto de prejuicios y estereotipos. También debe acabar con la falta de libertad y la muerte de aquellas mujeres que están atrapadas en relaciones violentas.

El siglo XXI no será porque sí el siglo de las mujeres, por mucho que haya quien se empeñe en decírnoslo, pero podremos convertirlo en el de la igualdad que es lo importante, y lo lograremos si avanzamos en libertad y democracia e incorporamos la equidad como eje de las políticas económicas, sociales, culturales y educativas. Ése es nuestro reto.

Micaela Navarro es secretaria federal de Igualdad del PSOE.

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