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El delirio se llama 'rave'

Los dos jóvenes murieron en un tipo de celebración musical muy vinculada al consumo de 'éxtasis' y a la figura de los pinchadiscos

Pablo Guimón

La noche del pasado sábado el Palacio de los Deportes de Málaga acogió una multidinaria celebración, donde murieron dos jóvenes tras consumir éxtasis. La fiesta era una rave. Un término anglosajón (en inglés, juerga o delirio) que define una reunión para bailar música electrónica, que se celebra fuera de su ámbito habitual (el club). Puede producirse en el campo, en un edificio abandonado, en una playa... En su origen, las raves eran fiestas ilegales -no contaban con los permisos necesarios- y se anunciaban por Internet o por el boca a boca. Pero, por extensión, se ha terminado llamando rave a cualquier fiesta tecno celebrada fuera de una discoteca, sea o no legal.

En estas fiestas, la gente baila al ritmo de la música que ponen los disc jockeys, pinchadiscos o djs. Subidos normalmente a un escenario, los djs van desfilando en sesiones de un par de horas cada uno. En el mejor de los casos, crean una música propia a partir de discos ajenos, que responde a difusas etiquetas como house, drum and bass, garage... El dj impone el ritmo en la pista. Es un elemento clave en la llamada cultura de club, y los hay que venden cientos de miles de discos por todo el mundo y cobran cachés de hasta treinta mil euros por sesión.

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El origen de las raves se sitúa en el Reino Unido a finales de los años ochenta, coincidiendo con el final del thatcherismo. En ese país, debido a los horarios tan estrictos (los clubes cierran a las tres de la madrugada), estas fiestas clandestinas nacen porque no había un lugar donde continuar la marcha cuando cerraba el club. 'A España el fenómeno llega a mediados de los noventa, con algunas raves ilegales en Cataluña, Andalucía, Madrid y Aragón. Pero no se extiende tanto, debido a la mayor flexibilidad de los horarios, que permite prolongar la fiesta legalmente en los propios clubes', explica el dj y periodista especializado Luis Lles. Sí se celebran algunas raves ilegales, pero más bien por el morbo de la clandestinidad o por evitarse el papeleo y la burocracia.

Más frecuentes en España son las fiestas en polideportivos y eventos de ese tipo, a las que comunmente se ha terminado llamando raves. Son más comerciales, y el cartel de disc jockeys no es lo más importante: la gente acude a bailar, a desahogarse, a desbarrar. En España, salvando quizá Cataluña, no hay una gran cultura de club, como en el Reino Unido, donde la gente acude a salas especializadas en un estilo de música.

En esas macrofiestas en polideportivos, como la que la música que se escucha es la que se conoce como makina, bakalao, hardcore techno, trance o progressive. Son subgéneros considerados de menor calidad dentro de la electrónica. Música fácil de escuchar y de bailar. Estos djs pueden vivir de pinchar en discotecas. El caché de un pincha español puede oscilar entre los tres mil y los ciento cincuenta euros por sesión. Además, suelen tener lo que se llama residencias en discotecas, lo que les permite pinchar uno o dos días fijos todas las semanas.

Históricamente, las raves han estado vinculadas al consumo de éxtasis. Así lo describe Matthew Collin, editor de la revista británica i+D, en su libro Estado alterado: la historia de la cultura del éxtasis y del acid house, que publicará Alba Editorial en España: 'Cuando el éxtasis se combinó por primera vez con la música electrónica en algún momento de los años ochenta, la reacción que produjo desencadenó uno de los movimientos juveniles más vibrantes y diversos de la historia de Gran Bretaña. La cultura del éxtasis -la combinación de la música de baile con drogas- fue el fenómeno dominante de la cultura juvenil británica durante casi una década (...) Era el mejor formato de entretenimineto del mercado, un despliegue de tecnologías -musicales, químicas e informáticas- para lograr estados alterados de conciencia'.

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Sobre la firma

Pablo Guimón
Es el redactor jefe de la sección de Sociedad. Ha sido corresponsal en Washington y en Londres, plazas en las que cubrió los últimos años de la presidencia de Trump, así como el referéndum y la sacudida del Brexit. Antes estuvo al frente de la sección de Madrid, de El País Semanal, y fue jefe de sección de Cultura y del suplemento Tentaciones.

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