La balada del café Negre
Hace 20 años fui a vivir al barrio de la Sagrada Família. Yo estudiaba entonces historia del arte y me sentí privilegiado de vivir al lado mismo del templo modernista de Gaudí, verlo crecer día a día al pasar cada mañana de camino hacia el metro. Mi idilio con la Sagrada Familia duró poco. Con el tiempo, empezó a parecerme más interesante levantar, junto al templo, una réplica exacta amontonando los miles de fotografías que los turistas de todo el mundo hacen a diario. Al fin pensé que su mejor destino sería, una vez terminado, dinamitarlo y volver a empezar. Después dejé de mirarlo.
Fueron años felices. Sin dinero, sin futuro, pero con todo el tiempo del mundo. Superado el desencanto del templo de la Sagrada Familia, aprendí a apreciar un barrio del Eixample que no tenía nada de particular. Mi universo, en realidad, se circunscribía al quiosco, al bar de los desayunos, al mercado, a la placita del lago donde volaban centenares de gaviotas con su peculiar cara de mala leche.
El bar más entrañable del barrio de la Sagrada Família echa el cierre. Al actual propietario no le interesa
Tal como lo veo ahora, aquél era un mundo perfecto. Pero le faltaba un bar. Es cierto que los bares de todo tipo se contaban por decenas. Y que yo me pasaba las horas muertas con un solo café y un libro o un periódico sentado tardes enteras en alguno de ellos, que elegía cuidadosamente según mi estado de ánimo. Había uno, sin embargo, en el que nunca entré. Un bar sombrío, crepuscular, habitado por sombras de otro tiempo que jugaban al dominó. Como si el tiempo se hubiese detenido y sólo el retrato de Dorian Gray mostrara la imperceptible decrepitud del paso de las horas. Un buen día, el bar Negre ya no abrió sus puertas y el barrio lo olvidó.
Fue ocho años después, 1994, en una noche especialmente oscura, o eso les pareció, cuando Jordi, Magí y Luigi penetraron, linterna en mano, en el viejo bar Negre. Lo que recordaba Jordi de su infancia era lo que a él le parecía una inmensa barra de mármol y el vaso de sifón que le servía el ya anciano Enric Negre, tío abuelo suyo. El bar había sido bodega en los años veinte y luego, durante la República y después de la guerra, había alcanzado en Barcelona cierto renombre, de camino a los toros en la Monumental, por sus aperitivos, especialmente las almejas que condimentaban con una salsa secreta. Además, en aquel bar se tramó un atentado anarquista contra jerarcas del régimen, que se saldó con la emboscada y ametrallamiento de un coche oficial en el cruce de València-Marina. Pero aquella noche el bar aparecía a los ojos de Jordi, Magí y Luigi casi fantasmagórico, cubierto el suelo de huesos de ratas muertas, las mesas de mármol y los cómodos sillones de madera amontonados en el almacén. Lo que unía a los tres amigos eran sus gustos musicales y una concepción de la vida ligada al rock and roll, un amor por las cosas con historia, como el bar Negre, y un especial talento para crear buen ambiente a su alrededor. Así surgió el café Negre y su enseña rojinegra. Y estaba la música, los Rolling Stones, sobre todo, y también Bob Dylan, Lou Reed, Van Morrison, Miles Davis, B. B. King, Eric Clapton, Neil Young, Chuck Berry, Gram Parsons, Ry Cooder, Bob Marley... Los tres los enumeran como quien pasa el rosario, y añaden, de entre los grupos españoles, a Kiko Veneno, Burning, Pata Negra, Los Rodríguez. 'Somos un bar de clásicos', dicen ahora detrás de la barra de mármol del bar que ellos, y Víctor Baldellou, redecoraron pintando en las paredes una cenefa inconfundiblemente hippy. El café Negre era justo el bar que faltaba en Sagrada Familia.
El bar, desde el principio, fue un éxito. La gente que entraba allí volvía y llevaba a los amigos, que también volvían con más amigos. Hoy es un bar conocido en la Barcelona noctámbula. Empezaron, además, a hacer exposiciones y, sobre todo, conciertos, pese a que el local es un tubo. Allí han tocado Bisontes, Alan Bike, Justo, Cesc, Craufish, Dincremea, Smoking Stones, Els Montanya, José (Blue Finger), Jordi Soto, José Raúl, Olaf, Julio Lobos, Miguel Figuerola, Alfonso Herrero, Carlitos, Carlos Domingo, Silvia Zaragoza, Maika, Martí y Joan. Gente que actuaba gratis, o casi, por el placer de estar en un local propicio.
Desde que lo abrieron y hasta que me fui del barrio, fui un cliente asiduo. Luego he vuelto siempre que he podido. Pero hace unos días me llamaron para decirme que lo cerraban. Que el actual propietario no ha querido exponer otro argumento que el de echarlos. Ni aumento de alquiler, ni opción de compra, nada. Un cambio de actividad y fuera. La Sagrada Familia pierde así uno de sus mejores rincones.
El sábado 16 de febrero se celebró la fiesta de despedida. Tocaron muchos de los músicos que han pasado a lo largo de la historia del café Negre. Detrás de la barra estaban Jordi, Magí y Luigi, y también Silvia y David. El bar estaba abarrotado y no fue una despedida triste.
Ni siquiera la Guardia Urbana quiso interrumpir la fiesta, que se prolongó mucho más allá de la hora del cierre. A las cinco de la madrugada se estropeó la mesa de sonido. Y a las nueve de la mañana Jordi Cadenas, Magí Dalmases y Lluís Gisbert echaban para siempre el cierre a un bar con historia. Una historia larga, entrañable. Irrepetible.
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