Humo de culpa
El mundo se divide en fumadores y no fumadores, y en lugares del norte europeo y americano he conocido antros para fumadores, que, frente a la zona de los sin vicio, tenían una densidad especial, espectral y humosa, la espesura del pasado que amasan silenciosamente los que aspiran y expulsan humo tóxico: es como si el tiempo fuera más denso en esos rincones viciosos. Un elemento que se respira con el humo de tabaco es el complejo de culpa: no conozco a ningún fumador que no se sienta culpable de fumar. Siempre se fuma con algo de culpa, y fumar es un acto opresivo, digámoslo de una vez.
Yo fumo entre ocho y diez ducados diarios (pero los fumadores, como todos los adictos, mienten; o no mienten: sólo trampean consigo mismos), y saludo la demanda de la Junta de Andalucía contra las tabaqueras gigantes. Se apoya la Junta en el Código Civil (me figuro, por las noticias, que en ese artículo que dice: 'El que por acción u omisión causa daño a otro, interviniendo culpa o negligencia, está obligado a reparar el daño causado') y pone sobre la mesa del juez los expedientes clínicos de 135 enfermos: infartos de miocardio, cánceres de pulmón, obstrucción pulmonar crónica, más de un millón y medio largo de euros en gastos sanitarios.
La iniciativa de la Junta es histórica (confieso autocríticamente que, considerando los tradicionales beneficios del Estado en el tráfico de tabaco, no me la creí cuando la anunciaron): se trata del primer organismo estatal europeo que se enfrenta a las multinacionales cigarreras. Pero también fue un hito el descubrimiento andaluz del tabaco, según lo cuenta Guillermo Cabrera Infante en Puro humo. Lo cito de memoria, y quizá equivoque el nombre del primer fumador andaluz y europeo, Juan de Ayamonte, explorador marinero con Colón, descubridor de Cuba. Ayamonte fue cazado por su mujer en plena humareda tabáquica en su casa de Sevilla, denunciado por brujo y quemado por la Inquisición, reducido a cigarro humano, mártir y metáfora de hasta qué punto el tabaco es fatal.
Las tabaqueras, según la Junta, recurren a este truco: adición de amoniaco para aumentar la adicción a la nicotina (el amoniaco favorecería la absorción de nicotina a través de la mucosa de la boca). No sabía yo lo del amoniaco, que rima con tabaco, y en mi paquete (tengo dos: Ducados y Benson & Hedges), por culpa o negligencia del fabricante, nada se dice del amoniaco (ni de cómo logran que el cigarro ¡nunca se apague y se fume solo y rápido!), aunque sí de nicotina y alquitrán y enfermedades espantosas. He probado zumos de naranja con espuma y sabor a jabón, jabones con olor y espuma de naranja, verduras al vapor que destilan jugo de Plutón o Marte, filetes de pez espada que parecen de pez-palo o pez-leña, ternera que sobre la sartén se convierte en rosa espumarajo mutante y, ahora lo sé, tabaco amoniacado.
La demanda contra las tabaqueras podría ser la primera acometida contra la adulteración alimenticia general, delito contra la salud pública. El complejo de culpa de los fumadores se va extendiendo a los simples comedores de cosas corrientes: es la sensación de ser seducidos e intoxicados por gente radiante y próspera que jamás conocerá esa emoción llamada culpa.
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