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Columna
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Heroico sector público

La risible pantomima acaecida en el Parlamente vasco con la aprobación primero y la retirada después de un complemento para las pensiones de sus miembros (complemento que les permitiría cobrar el máximo de jubilación con sólo una legislatura de ejercicio) ha dado lugar a comentarios de la más variada especie.

El que escribe no pretende entrar a sus anchas en los amplios (y fáciles) terrenos de la demagogia, por más que la indignación de la opinión pública ante estos hechos haya sido fundada. Lo cierto es que se trata de un episodio desalentador, si uno considera que tres partidos absolutamente incapaces de ponerse de acuerdo para resolver los enormes problemas de esta sociedad encuentran una amplia sintonía a la hora de acordar su holgado retiro. Pero no se trata ahora de indagar en la herida, sino de abordar un aspecto lateral de la cuestión: la profunda contradicción que existe en los integrantes del sector público, que alaban sin cuento las virtudes del sector privado, pero que al mismo tiempo huyen de él como de la peste.

El discurso políticamente correcto en el paisito mantiene una declaración de principios nunca cuestionada: 1) El pueblo vasco es un pueblo muy trabajador. 2) El pueblo vasco es emprendedor y esforzado. 3) Las virtudes del empresario vasco alcanzan lo legendario. 4) La empresa vasca es un meridiano ejemplo para medio mundo y objeto de maravilla para el otro medio.

Frente a ese lenguaje políticamente correcto, la realidad muestra los siguientes caracteres: 1) El pueblo vasco se da de tortas por conseguir una plaza en el sector público. 2) Al pueblo vasco le priva un horario de ocho a tres. 3) El sector público vasco está, en términos comparativos, bastante bien pagado. 4) El pueblo vasco no desdeña, en consecuencia, hacerse un hueco en el Gobierno, en la diputación o en el ayuntamiento, dentro de una amplia gama laboral que va de consejero a conserje.

La tentativa de privilegiar las pensiones de los parlamentarios entra en esa dinámica y no puede decirse, desde luego, que resulte especialmente ejemplar. Lo cierto es que en este país, a pesar de su constante retórica proempresarial, se ha generado un peligroso clima colectivo: la certidumbre, mejor o peor corroborada por la realidad, de que vivir del presupuesto público tiene innumerables ventajas, mientras que vivir del sector privado supone estar a la intemperie.

Es cierto que los sueldos de los altos ejecutivos de las grandísimas empresas (de las cuales, por cierto, no hay muchas en el País Vasco) no tienen comparación con los de sus homólogos del sector público, pero ese reducido ámbito es el único que presenta una excepción. La percepción social, que es lo importante a la hora de determinar toda una cultura del trabajo, pone el acento en los notorios privilegios personales que ofrece el sector público, privilegios que, evidentemente, no son los mismos en los cargos públicos, los cargos de confianza o los funcionarios, pero que en todos los casos resultan notables si se comparan con los que suele ofrecer la empresa. La prisa de los parlamentarios por asegurarse la pensión máxima no se corresponde por su prisa en abandonar el servicio público y fichar por una empresa, fenómeno que suele ser excepcional, salvo en casos de defenestración política.

Se desarrolla así una situación paradójica: el discurso político sigue alabando las virtudes del empresariado vasco, pero pocos comerciantes, gerentes de pequeñas empresas, vendedores a comisión, jóvenes abogados en ejercicio o responsables de área de empresas de tamaño medio le harían ascos a un escaño parlamentario o a una dirección general. Cuando la realidad social es ésta, no parece que las cosas vayan perfectamente.

Sutilmente se ha interpuesto una importante objeción al clamor popular levantado en contra de nuestros parlamentarios: la de que, si no se articularan compensaciones económicas y laborales adecuadas, la gestión de los asuntos públicos quedaría en manos de mediocres. Es una objeción de peso, pero lamentablemente sólo tendría valor si fuera otro el sistema que siguen los partidos políticos para seleccionar a sus propias élites: sinceramente, no parece que hoy día la clase política vasca emana de contrastados análisis curriculares o de sólidas experiencias en el mundo de la gestión.

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