También el pensamiento lleva pene
Leo a Margarita Rivière, en su artículo del domingo, y me coge un cabreo. No con ella, sino conmigo misma, víctima de las trampas que conozco, que hasta he denunciado tantas veces: víctima de ese cerebro de hombre dominante aún clavado en nuestro cerebro de mujer. Luchamos como mujeres, pero muy a menudo sale la patita del pensamiento masculino, único histórico, y nos atrapa en su trampa mortal. Digámoslo con la delicada y fiera poesía de Maria Mercè Marçal: 'tinc dins del cap un cap d'home, / -matriu sense camí!- / Donar-lo a llum em mata, / servar-lo em fa morir'... Sí... Agradezco a esa mujer lúcida y arriesgada, que me lleva unos cuantos pueblos en la lucha por pensar, que me haya señalado la contradicción y, convertida ella misma en Margarita y en maestra -sutil homenaje a Bulgákov-, haya completado mi artículo sobre los funcionarios del pensamiento con el broche de oro: todos, los que viven con dinero público de pensar y los que piensan viviendo como pueden, son hombres. La mujer, florero en algunos decorados, perejil en algunas salsas, nunca es una intelectual en el sentido prestigioso que, a pesar de todo, tiene el concepto. Dice Margarita: 'Se da por hecho que sólo a ellos, los hombres, sean intelectuales valiosos o diosecillos, se les otorga -se les delega- esa facultad de pensar'. Y hablando de diosecillos, qué lindo material para el psicoanálisis el artículo de respuesta de Pep Subirós al mío. Algunos están tan encantados de haberse conocido, les duele tanto la cara de ser tan guapos, que no necesitan ni mirar abajo para despreciar a los simples mortales. La patología del ego no está para puñetas. En todo caso, esta 'seudoanalista' pide perdón por osar mirar arriba y... no quedarse cegada con tanto brillo...
Lo de Rivière y su mucha, su toda razón. Las dos hemos escrito libros donde reflexionamos sobre la mujer, sus luchas, sus techos de cristal, sus hombres y sus contradicciones. La conclusión, respecto al poder, es coincidente: el poder es masculino, quizá es la isla más indómita de masculinidad, el último trono de absoluto dominio, defendido con uñas y dientes contra la mancha de aceite femenina. Caerá, como caen todos los muros, pero será bastión de ardua conquista. Y dentro del poder, el del pensamiento. El pensamiento es hombre en sentido puro, masculinidad en la medida que sólo lo masculino tiene derecho a la inteligencia, al éxito y al prestigio. En este país de homenajes necrófilos, se nos muere cada cierto tiempo el poeta nacional, convertido el pobre en escritor, símbolo y mártir de todo lo martirizable. Pero, por mucho que haya gran poesía, gran narrativa, gran novelística en un cuerpo de mujer, nuestras muertas nunca han simbolizado la grandeza literaria, nunca han sido nacionales de nada, nunca han sido símbolos. De Montserrat Roig a Maria Mercè Marçal pasando por la añorada Maria Aurèlia, las grandes escritoras de este país que nos han dejado sólo han sido eso, escritoras. A veces ni grandes... Me atrevo a decir que Marçal es una de las poetisas más importantes del XX, equiparable a Riba y a Foix, y sin embargo nunca llegará a ese nivel de catalogación.
El análisis es extensible a todos los ámbitos de la creación, y cuando aterrizamos en la pista de la intelectualidad la cosa llega a bochorno. En la Barcelona del diseño, la vocación olímpica y la mariscalada de la modernidad, las mujeres del pensamiento no pintan casi nada, no son nunca escuchadas, por supuesto nunca son llamadas a gloria institucional y, si existen en alguna asesoría perdida, lo son casi por inercia de cuota. Pongamos una que quede bien en el decorado de lo políticamente correcto. Pero pensar que las mujeres piensan, que hay un pensamiento escrito en mayúsculas y escrito en femenino, eso no lo piensa casi nadie en este país. Señalaba Margarita lo de Porto Alegre, donde han sido las voces femeninas las artífices de una auténtica revolución del pensamiento, pero es evidente que Porto Alegre y Barcelona aún no son ciudades hermanas. Aquí todos nuestros colegas son muy colegas nuestros, pero ni uno solo nos respeta de verdad. Ellos son los llamados a pensar sobre el mundo, sus contradicciones, sus sociedades, sus religiones, sus mitos, sus liturgias... Y nosotras, que hemos conseguido dejar de fregar el suelo de las ideas -para algo se inventó la fregona-, nos hemos convertido en las florecitas del paisaje.
¿El ejemplo del Fòrum? Pongámoslo ya que llevamos hablando de él unos días. En el sentido de lo que hablamos: ¡de escándalo! Hay que ver todos esos hombres magníficos, algunos buenos amigos, todos inteligentes, cultos, modernos, hasta hermosos y, sin embargo, solo hombres. ¿Se darán cuenta de una vez de que lo más revolucionario del pensamiento actual es la incorporación del pensamiento femenino? ¿Se darán cuenta de que, sin él, el pensamiento moderno pasa a ser radicalmente antiguo? ¿Radicalmente inútil? Y digo si se darán cuenta porque..., ¡ay!, son sólo hombres los que deciden qué hombres son los que deciden...
Acabo expresando mi pudor por la reflexión. Siempre que una apela a este tipo de cosas tiene miedo de parecer que pide algo. Forma parte del complejo de culpa que arrastramos las mujeres desde la Biblia. Pues sí: pido algo. Pido que también los hombres se saquen de la cabeza ese pene dominante que durante siglos los ha hecho excluyentes. Pido que entiendan que, como dijo Mitterrand, 'el hombre del siglo XXI será mujer', y sin esa mujer el siglo no se entiende. Pido mujeres en el pensamiento oficial, y en el alternativo, y en el marginal. Pido que las mujeres que ahí están, además de estar, se noten. Porque, mis controvertidos, mimados, excluyentes y a pesar de todo amados hombres, las mujeres de la intelectualidad también existen. De verdad, Ferran, ¿quieres que te pase una lista?
Pilarrahola@hotmail.com
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