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Tribuna
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China 2002: retos para el Año del Caballo

La autora sostiene que China tiene ante sí el reto de impulsar un proyecto económico viable, a pesar de las dificultades.

La visita del presidente George Bush a China tiene lugar en un momento cargado de simbolismo: se produce exactamente 30 años después de la del presidente Richard Nixon, cuando se iniciaron las relaciones diplomáticas entre ambas potencias. Aquel viaje fue un capítulo histórico sin precedentes, y aunque éste difícilmente pueda tener tanta trascendencia, no deja por eso de ser importante. Los objetivos del presidente Bush son, entre otros, impedir que China siga vendiendo armas a Irán; la defensa de los derechos humanos; asegurarse el apoyo contra el terrorismo, y consolidar sus intereses comerciales en la zona. Sin embargo, también es clave el apoyo político a la transición hacia un nuevo liderazgo que se decidirá durante el XVI Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh) del próximo octubre, con el actual vicepresidente Hu Jintao como principal candidato a la presidencia. Es decir, a pesar de las tradicionales tensiones entre ambos países, hay un intento de acercamiento diplomático.

Se prevé que el crecimiento en la inversión y el consumo compensen la deflación

Para entender mejor las repercusiones de la visita de Bush, conviene repasar la situación interna de la China de hoy. Según el calendario lunar, el pasado 12 de febrero empezó el Año Nuevo Chino del Caballo. Con ello, se dejó atrás la rápida y ágil Serpiente del 2001, que superó ciertos obstáculos envueltos de simbolismo político y de novedades económicas.

El PCCh conmemoró su 80º aniversario el 1 de julio, el 25º de la muerte del presidente Mao Zedong el 9 de septiembre, y el 52º de la fundación de la República Popular China el 1 de octubre, por mencionar tan sólo los más emblemáticos. En todo momento la llama de la historia permaneció viva, alimentada además por episodios que despertaron el nacionalismo anti-americano y anti-japonés. Recuérdense el incidente del avión espía norteamericano en la isla de Hainan en abril y la polémica de los manuales de texto japoneses. Aunque se temió que los símbolos del pasado y las tensiones diplomáticas pudieran retrasar la transición económica, las iniciativas por el cambio persistieron, si bien en ocasiones fueron más buenas intenciones que reformas reales.

Mientras el PIB del Año de la Serpiente creció un 7,3%, se produjo una continuidad en las reformas de las empresas estatales y la política de reempleo de los trabajadores despedidos. En el mercado bursátil se abogó por la convergencia entre las dos bolsas de Shanghai y de Shenzhen. Pero la propuesta fue postergada por la Comisión Reguladora de Títulos y Valores. Los continuos esfuerzos por incentivar la demanda interna a través del desarrollo del mercado inmobiliario resultaron ser insuficientes, dada la persistencia de las presiones deflacionistas (con un IPC de 0,9%) y del desempleo urbano (de casi un 20%, según fuentes no oficiales). La lucha contra el fraude y la corrupción tampoco fueron suficientes para paliar los procedimientos ilegales y la ineficiente gestión empresarial. Asimismo, la disparidad rural-urbana sigue imperando: el crecimiento del ingreso anual per cápita urbano fue de un 6,4%, mientras que en las zonas rurales apenas aumentó en un 2,1%. Es de justicia mencionar, sin embargo, dos cambios fundamentales en lo que respecta al prestigio de China de cara al exterior: la elección de Pekín como ciudad anfitriona de los Juegos Olímpicos en 2008 y el ingreso en la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Ahora que el Caballo se dispone a galopar en el nuevo entramado de leyes internacionales, es conveniente tomar con perspectiva los retos que se le anteponen. China tiene ante sí la oportunidad de impulsar un proyecto económico viable, perfilándose dos filones de crecimiento en las zonas urbanas:

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1. Una 'economía olímpica' orientada hacia el año 2008, basada en la multiplicación de proyectos de construcción; la modernización de la infraestructura; la mayor afluencia del turismo; el desarrollo del sector servicios; y las crecientes oportunidades laborales -se estima la creación de unos dos millones de nuevos puestos de empleo-; entre otros. Según un informe reciente de Goldman Sachs, albergar los Juegos Olímpicos producirá un incremento del PIB en un 0,3% anual entre 2002 y 2008.

2. Un sector exterior genuinamente liberalizado como resultado de su ingreso en la OMC, reduciendo las barreras arancelarias, abriendo el mercado de servicios y de los sectores hasta ahora más protegidos hacia la inversión extranjera directa, así como ajustando la estructura económica con un comercio menos restrictivo.

Pero para que el Caballo no pierda la carrera, es necesario que el impulso económico sea sólido, evitando así un desplome general. Se prevé que el crecimiento en la inversión y el consumo compensen la deflación. Si el gasto público ha sido el principal motor de crecimiento en los últimos 10 años y las autoridades bancarias han recortado siete veces los tipos de interés desde 1998, ambas estrategias resultan insuficientes. Por ello, este año el objetivo de las autoridades chinas es alentar una demanda interna que compense la caída de las exportaciones a Estados Unidos y Japón, a través de los mecanismos siguientes: aumentar la inversión en proyectos de construcción (prevista en unos 20.000 millones de dólares); elevar en un 15% los salarios de los funcionarios; extender los periodos vacacionales; etcétera. Sin embargo, ésta no es tarea fácil, ya que el ahorro privado supera con creces al consumo.

Bajo el paraguas de la OMC, China ha introducido regulaciones que, en teoría, permiten una mayor apertura de sus industrias. En la práctica, hay sectores todavía inaccesibles para los inversores extranjeros. En las finanzas existen obstáculos internos que impiden el acceso a los servicios financieros. En la industria textil, la reducción de tarifas aduaneras ha sido sustituida por barreras no arancelarias internas. Resulta imperativo controlar las actividades que desestabilicen la moneda nacional, teniendo en cuenta que el 40% de los activos bancarios son préstamos sin garantía de devolución, lo que podría desencadenar una crisis financiera. La depreciación del yen japonés con respecto al dólar amenaza con desestabilizar las economías asiáticas, por lo que China tendrá que intentar mantener estable su moneda. Convertir parte de las reservas de divisas en euros es una opción.

El reto más difícil es mantener la confianza económica. Algo fundamental, dado el posible giro diplomático con EE UU y más teniendo en cuenta la sucesión en el Gobierno chino del próximo octubre. El candidato elegido que tome las riendas del Caballo podrá valorar la posición del país en esta incesante carrera de obstáculos.

Leila Fernández-Stembridge es profesora asociada de Economía de China, en la Universidad Autónoma de Madrid.

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