Un frío y furioso estruendo
Nada hay que objetar a que el cineasta británico Ridley Scott aspire por su trabajo en Black Hawk derribado a otro premio a la dirección -aunque ya tiene en las vitrinas de su casa mucha ilustre chatarra merecida- si por dirección se entiende la mecánica de realización de la filmación y de la puesta en pantalla de lo filmado. El brillantísimo y trepidante filme eleva esta mecánica a alturas de notable virtuosismo técnico y alcanza secuencias con insuperables rizos dentro del territorio de la visualidad de la violencia y, en concreto, de la violencia del género bélico, dentro de cuyos patrones clásicos Scott introduce, con oficio y astucia, sofisticadas maneras de llevar la mirada de la cámara a angulaciones inéditas que nadie había osado adoptar. De ahí que haya secuencias de pasmosa audacia expositiva, tocadas de rara perfección, en esta singular y vigorosa película, que, sin embargo, en conjunto es insatisfactoria.
BLACK HAWK DERRIBADO
Dirección: Ridley Scott. Guión: Ken Nolan. Intérpretes: Josh Harnett, Ewan McGregor, Tom Sizemore, Sam Shepard, Eric Bana, William Fichtner, Ron Eldard,Jason Isaacs. Género: bélico. Estados Unidos, 2001. Duración: 140 minutos.
Narra Black Hawk derribado la espeluznante encerrona que, en octubre de 1993, atrapó a dos pelotones de soldados estadounidenses -que formaban parte de una operación pacificadora de las Naciones Unidas en la guerra de Somalia- en el centro del laberinto urbano de Mogadiscio, donde fueron atacados, tras caer derribados los dos helicópteros Black Hawk que los transportaban, por centenares de mercenarios del caudillo somalí Mohamed Farrah Aidid, con los que cruzaron una refriega a muerte, una batalla de supervivencia de 16 horas de irrespirable y enloquecedora duración.
La reconstrucción de aquel súbito infierno por Ridley Scott, el estupendo guionista estadounidense Ken Nolan (que sabe tocar el delicado acordeón fílmico de la compresión y la dilatación de los sucesos), el fotógrafo polaco Slawomir Idziak (recuérdese su genial trabajo en el Decálogo de Krysztof Kieslowski) y una decena de actores en estado de trance, de los que tiran con fuerza Josh Hartnett, Ewan McGregor, Sam Shepard y Tom Sizemore, es un puñetazo de verismo visual entre ojo y ojo, pero el territorio escénico resultante de ese afinado despliegue es un infierno observado desde todas las angulaciones posibles, frío pero emocionalmente distante, ajeno y sin fuerza de arrastre íntimo ni empuje para conmover.
Caza humana
Es una verídica historia de caza de hombres por hombres, presagiada por la precisa y preciosa elipsis del jabalí abatido desde el helicóptero. Está llena de instantes de enérgico destripamiento de la violencia, pero visualizada desde tantos y tan dispares puntos de vista que no hay manera de que el espectador descubra su propia mirada entre tanta, y tan mareante, abundancia de angulaciones, encuadres, enfoques, ópticas, saltos de eje y cambios de observatorio. De ahí que, pese a algunos buenos y liberadores respiraderos y descansillos en la escalada de la atronadora ensalada de tiros, haya en Black Hawk derribado más exactitud visual que conmoción moral. Y ése es el talón de Aquiles de este alarde de gran oficio, que quiere, y no le salen con sabor a sinceros y convincentes, dar alas a rememoraciones de obras clásicas del cine bélico moderno como La chaqueta metálica, de Kubrick, y Salvar al soldado Ryan, de Spielberg, cuyas huellas busca con regla de cálculo, y no encuentra, Ridley Scott.
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