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Columna
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Dos impulsos

En dos galerías bilbaínas encontramos la obra de sendos artistas que llegaron tardíamente al arte. Su vocación obedece al voluntario acto de querer ser escultores, probablemente porque vieron a otros que lo fueron y desearon emularles. Se trata de Pedro Txillida (San Sebastián, 1952), quien muestra pinturas y esculturas en diversos materiales en la Galería Colón XVI, y de Kepa Akixo Zigor (Aretxabaleta, Guipúzcoa, 1947), que exhibe sus trabajos escultóricos en la Galería Epelde & Mardaras, con la madera como única protagonista de su creación.

Es difícil saber si lo tardío les llevó a tomar caminos rápidos que les condujera lo antes posible a la aceptación pública. Así, por ejemplo, Pedro Txillida utiliza la representación de la figura humana con el cuidado de mostrar cuerpos cortados, donde apenas aparecen rostros y manos. En las pinturas pululan los fondos matéricos, bastante efectistas, con el añadido de introducir collages que aparecen como meros recursos. Cuando entran en juego los temas figurativos, la sumisión a esquemas repetitivos es notoria. Hay en sus cuadros y en sus esculturas una ocultación calculada de rostros y manos. Si los rostros y las manos son las partes más visibles de los seres humanos y, por ende , lo que les distingue y calibra, no es poco lo que nos privan con su ausencia. Podía decirse que al artista le ha faltado valentía a la hora de meterse a laborar aquello que, según parece, se le resiste, en tanto le ha sobrado el gesto cómodo de darnos a conocer lo que ya sabe. Una pena, porque con esa actitud se muestra ajeno a las palabras de su progenitor cuando aconseja todo lo contrario: 'Hay que hacer lo que no se sabe'.

¿Lo tardío le hizo a Zigor dejarse influir en exceso por escultores como Oteiza, Chillida, Mendiburu -en especial-, Etienne Martin, entre otros? Lo cierto es que son evidentes las fuentes de donde se nutre. Toma esos modelos, sigue las pautas previstas, y cuida de que no exista parte alguna que chirríe. Se mueve en lo bien proporcionado, en lo correctamente escultórico. Añade algo que se agradece y que se debe valorar en su justa medida. Me refiero al tratamiento de la madera, ya que se palpa un mimo amoroso hacia el material. Consigue que nos dejemos atraer por la madera con delectación en una suerte de carnalidad táctil. Sentimos que el escultor ama aquel material y por extensión se diría que hace que lo amemos nosotros también.

Se maneja mejor en las dimensiones pequeñas. En las obras grandes se intuye que el artista cree que por tratarse de grandes masas, los volúmenes valen por sí mismos, cumplidores de una función per se. Es al revés: por ser generosa la masa volumétrica, es merecedora de una mayor atención y esmero. Si no existe el intento por llevar a cabo esa atención esmerada, la obra pasa desapercibida y carece de interés.

Una advertencia para estos dos escultores viene -como anillo al dedo- de la mano de un artista de las palabras, tierno, lúcido e inmenso como Stevenson. Así lo cuenta: 'Ningún hombre sirve de nada hasta que se haya atrevido a todo'.

Para llevar adelante este formidable aviso, es preciso que Zigor deje de estar bajo el paraguas protector de otros creadores, para vivir la aventura de su propia búsqueda. En cuanto a Txillida, como ya está dicho, lo más conveniente para él, y para que crezca como artista, sería apartarse de lo consabido, para adentrarse en el mundo de la duda permanente. Porque la duda es una preparación para el conocimiento. Por otro lado, también sería aconsejable el cuidado de los textos que introduce en sus cuadros. Dicen poco, y cuando dicen algo es en un tono donde se ve a sí mismo con una cierta complacencia.

Después de todo, quizá tenga razón el fauvista Vlaminck al decir que ser artista no es una profesión, como no lo es ser anarquista, amante, corredor o aficionado al boxeo. Es un capricho de la naturaleza.

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