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El MOMA dedica una gran retrospectiva a Gerhard Richter

Un poco tarde, Nueva York descubre a Gerhard Richter. El MOMA le dedica una amplia retrospectiva, la última exposición que organiza antes de cerrar su sede de Manhattan y mudarse a Queens el tiempo que duren las obras del nuevo museo. Y como despedida ha echado el resto: 188 obras del artista alemán retratan su peculiar trayectoria de los últimos 40 años.

La exposición empieza en 1962 con el primer cuadro que Richter reconoció como suyo un año después de abandonar la Alemania del Este y quemar todos sus trabajos anteriores. Es la reproducción de una mesa, tomada de una revista, alterada, desdibujada y cubierta por una enorme mancha gris, el preludio de lo que serían sus obras posteriores: aparentes copias de fotos (tiene miles en su estudio), temas supuestamente anodinos (como un rollo de papel higiénico) o tópicos visuales que adquieren un tono sombrío y a veces poético cuando Richter los recrea.

La retrospectiva incluye las piezas más famosas, polémicas o políticas del artista: el retrato de su tío Rudi con el uniforme nazi; la serie del 18 de octubre de 1977 sobre las muertes de los miembros del grupo terrorista Baader Meinhof; Wiesental, el paisaje bucólico de la campiña alemana, o Rombos, su serie reciente de óleos abstractos.

A sus 80 años, Richter ha sido etiquetado con casi todos los ismos: posmodernismo, neoexpresionismo, realismo, formalismo y conceptualismo, pero su obra es tan amplia que no se puede reducir a un estilo, de ahí sin duda, explica el organizador de la muestra, Robert Storr, que Nueva York haya tardado tanto en apreciarlo.

Ésta es la mayor retrospectiva organizada en Norteamérica; hasta ahora sólo había sido objeto de dos modestas exposiciones, una en Connecticut y otra en Toronto (Canadá), hace 13 años. 'Agrupar a todos los artistas alemanes bajo la misma etiqueta del expresionismo hizo que fuera difícil o casi imposible reconocer a pintores que no encajaban en esa descripción. Fue el caso de Richter y Polke, lo que explica por qué ninguno de los dos consiguió realmente destacar hasta finales de los ochenta', explica Storr.

Sentimental

Richter estuvo presente en la presentación, amable, silencioso y muy incómodo ante la constante presencia de las cámaras. Intentó pasar inadvertido entre el público en vez de acompañar al siempre intenso director del MOMA, Glen Lowry. No habló, pero dio una amplia entrevista a Storr para el catálogo de la exposición.

'Creo que es una mala interpretación considerar lo que hago como cínico. Yo lo llamaría sentimental. Han acusado a mi trabajo de ser frío y distante. ¿Cómo pueden decir esto sobre alguien que se expone tanto como yo?'. Reconoce que declaraciones como 'no creo en nada', o 'no me importa nada', 'los temas de mis pinturas no tienen ningún sentido, podría estar pintado una berza', no hicieron mucho por aclarar sus intenciones. 'Dije esas cosas para provocar y para evitar decir lo que realmente pensaba en ese momento: no revelar mis ideas'.

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