Abismos de pasión
Quien haya podido, vía festivales, conocer la elusiva, casi subterránea producción de la mexicana Dana Rotberg, no se sorprenderá del nuevo giro que parece haber tomado su carrera. Al cabo de los años, su amor por la marginalidad, presente en su espléndido segundo largometraje, Ángel de fuego; su cariño apasionado por personajes que viven su sexualidad hasta el final (en aquélla, una hija, artista de circo, enamorada de su padre), y con todas sus consecuencias, vuelven a estar presentes en esta cruel radiografía del machismo mexicano que es Otilia, la historia de una bella mujer (la espléndida Canudas), rica y poderosa, pero con una mancha imborrable que le afea irremisiblemente el rostro.
OTILIA
Directora: Dana Rotberg. Intérpretes: Gabriela Canudas, Ana Ofelia Murguía, Alberto Estrella, Álvaro Guerrero, Julieta Egurrola, Arturo Ríos. Género: drama. México, 2001. Duración: 110 minutos.
Con un personaje así, que es casi una declaración de principios, y en la línea trazada por una estirpe de (escasas) directoras mexicanas que no se han contentado con transitar por los senderos establecidos por el cine popular azteca, de Matilde Landeta a María Novaro, por citar dos nombres, Rotberg le planta cara a unas cuantas convenciones.
Una, la del melodrama de mujer mancillada a quien sólo la redime el amor o la sumisión; otra, la película ranchera, que plantea un México profundo y folclórico, de postalitas y canciones, mariachis y tequila: todo eso asoma por aquí la nariz, pero exactamente con la intención de destruir desde dentro las convenciones del cine popular..., un intento no muy lejano, por cierto, de los espléndidos logros de un Arturo Ripstein.
De ahí que Otilia se muestre, a la postre, como un personaje decidido, que gestiona su vida no ya con autoridad, sino con menosprecio de cualquier cortapisa social; que puede vivir, y de hecho vive, un amor arrebatado, majestuoso y terminal, pero poniendo su deseo por bandera, y asumiéndolo hasta sus últimas consecuencias.
El resultado es una película audaz, valiente en el diagnóstico de la doblez de ciertos comportamientos morales -hay una secuencia, antológica, de seducción a un cura; otra, el largo descenso de Otilia desnuda por la escalera de un prostíbulo, que crea una desazón que nada tiene que ver con el goce voyeurístico-; y un retrato de mujer liberada que, a pesar de su situación histórica en el pasado -o tal vez más aún por ello-, resulta punto menos que subversivo.
Babelia
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