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Columna
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Vivir en un 'collage'

El pasado 29 de enero este diario dedicaba su última página a relatar el trágico caso de Fadime Sahindal, una joven de origen kurdo que vivía con su familia en Suecia y que fue asesinada por su propio padre, en presencia de su madre y de sus hermanas, para 'proteger el honor de la familia' al sospechar que la joven estaba manteniendo relaciones sexuales con un muchacho sueco. El 1 de febrero, de nuevo en la última página, la noticia era la fascinación que el mundo de la moda de Nueva York parece sentir por el estilo de vestir del nuevo líder afgano, Hamid Karzai, que al parecer combina con elegancia los trajes de diseño italianos con la capa y el gorro típicos de diversas etnias afganas. He ahí, perfectamente reflejada, la imagen que la diversidad cultural suscita espontáneamente en nuestras sociedades, una imagen que oscila entre el horror y la fascinación, entre el distanciamiento y la curiosidad, entre la repugnancia moral y el recurso folclórico. En cualquier caso, una diversidad reducida a la condición de lo extraño, de lo ajeno. No es esta una buena manera de enfrentarse a los tiempos que nos vienen. Porque lo cierto es que nuestras sociedades van a ser cada vez menos un college, un colectivo homogéneo unido en torno a una cultura canónica, con unos objetivos e intereses comunes e institucionalizados, y cada vez más un collage, una confluencia de culturas, intereses y objetivos en perpetuo diálogo para alcanzar una situación de armonía compleja que supere el abigarramiento o la simple yuxtaposición.

La pregunta fundamental: ¿es posible conjugar la unidad básica de una sociedad con la diversidad de culturas o, por el contrario, hay que admitir que cultura y sociedad están tan estrechamente ligadas que la unidad de una implica la de la otra y que no puede haber vida social común entre poblaciones de cultura diferente? Hay un multiculturalismo pluralista, republicano, que confía y apuesta por lo segundo, por la posibilidad de una vida en común entre personas y grupos de diferentes culturas en un mismo espacio territorial y bajo un mismo marco político. Un multiculturalismo capaz de compaginar reconocimiento mutuo y compromiso con los derechos y libertades de todas y todos. Un multiculturalismo que no se confunde con el relativismo nihilista de quienes niegan la posibilidad de un diálogo crítico intercultural, que no se conforma con la yuxtaposición de guetos culturales que practican la tolerancia de chalet adosado, pero que no reduce la diferencia a mera anécdota pública o a simple vivencia privada.

La clave para la construcción y el sostenimiento de una sociedad culturalmente plural, de una sociedad collage, dependerá de la respuesta que demos a una pregunta fundamental: ¿consideramos a los que llamamos otros como una parte necesaria de lo que somos? ¿son los otros parte integrante del nosotros que vamos siendo o serán siempre otros, extraños, ajenos? Descubrir divisiones relacionadas allá donde quiera que alguien pretenda naturalizar unas supuestas diferencias; alentar entrecruzamientos múltiples, transversalidades, complejidad: esta es la forma de hacer de la diversidad cultural ocasión para el pluralismo. Como señala Gerd Baumann: 'Cuando el discurso reificador habla de ciudadanos o de extraños, de etnias púrpuras o verdes, de creyentes o ateos, debemos preguntarnos por ciudadanos ricos o pobres, por etnias poderosas o manipuladas, por creyentes casados o pertenecientes a una minoría sexual. ¿Quiénes son las minorías dentro de las mayorías, quiénes son las invisibles mayorías en relación con las minorías? El principio es siempre el mismo: plantear una pregunta que interrelacione una división considerada absoluta en cualquier contexto. Nada de lo que hay en la vida social está basado en un absoluto, ni siquiera la idea de lo que es una mayoría o un grupo cultural'.

En definitiva: buscar las semejanzas allí donde pretendan levantar muros de separación; señalar las diferencias allí donde pretendan definir unidades supuestamente naturales.

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