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Reportaje:

Peregrinos bajo control en La Meca

Inéditas medidas de seguridad en la multitudinaria cita religiosa tras el 11-S

Hasta 1,5 millones de peregrinos se encaminan estos días a Arabia Saudí en la migración anual más multitudinaria del planeta, y los saudíes han empezado a recopilar datos personales de estos visitantes musulmanes para implantar un sistema que les permita su seguimiento e identificación.

Pasajeros de ojos cansados, muchos de los cuales acaban de desembarcar del primer viaje en avión de su vida, son seleccionados al azar en el control de pasaportes del aeropuerto de Yedda para que una compañía de seguridad estadounidense escanee sus ojos. En una sala anexa, una empresa francesa de tratamiento de huellas digitales, que trabaja para el Servicio Postal de EE UU y para el Departamento de Policía de Nueva York, digitaliza sus huellas.

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La explicación oficial de las nuevas medidas de seguridad es que son una herramienta de control de la inmigración para evitar que los peregrinos sobrepasen el tiempo de estancia de su visado y se establezcan en el reino saudí: los datos escaneados de sus ojos y de sus huellas digitales se cotejan cuando dejan el país para garantizar que son quienes afirman ser. Pero también tienen otra finalidad. En ocasiones, el peregrinaje religioso a La Meca ha derivado en movilización política, y tras los sucesos del 11-S el Gobierno saudí tiene el máximo interés en evitar riesgos.

La seguridad siempre ha supuesto un desafío durante el peregrinaje a La Meca -ritual que los musulmanes deben cumplir una vez en la vida-, que este año culmina el próximo día 21. A lo largo de los años, la peregrinación ha sufrido el azote de fuegos, enfermedades, manifestaciones, estampidas y revueltas. En 1979, un musulmán suní, que aseguraba ser el Mesías, y sus seguidores tomaron la Gran Mezquita de La Meca, el lugar más sagrado del islam y el lugar de nacimiento del profeta Mahoma. Murieron más de 100 personas durante el prolongado asedio de las fuerzas de orden saudíes. En 1987, 402 personas murieron en choques con iraníes que protestaban en la Gran Mezquita después de que el ayatolá Jomeini de Irán calificara a la familia real saudí de gente 'vil y sin Dios' e indigna de custodiar los santuarios más sagrados del islam. Este año, el descubrimiento de que 15 de los 19 secuestradores implicados en los atentados del 11 de septiembre eran ciudadanos saudíes fue recibido en Arabia Saudí con una mezcla de incredulidad, humillación y horror.

Las autoridades del Ministerio de Peregrinación y de la aviación civil insisten en que los visitantes llegan a un oasis de tranquilidad. 'Créanme si le digo que las cosas se han ido enfriando desde el 11 de septiembre', afirma Sami Magbul, director general del aeropuerto internacional de Yedda. 'Puedo asegurar que los saudíes no son una amenaza en ningún lugar del mundo.' Organizar la peregrinación es una hazaña logística. El Gobierno calcula que gasta algo más de mil millones de euros como huésped, y los peregrinos emplean otro tanto en el viaje. Los operadores turísticos tienen que vérselas con 70 idiomas y personas procedentes de 100 países. Muchos son ancianos o analfabetos; muchos nunca han utilizado un váter. La mayoría de los peregrinos extranjeros llegan a la terminal especial. Todo el equipaje pasa por un equipo de rayos X a la llegada, y la mayoría son registrados a mano en busca de armas y contrabando. 'Hasta ahora no hemos visto bombas, sólo drogas'. Hace pocos días, según relata, un hombre procedente de India fue arrestado con más de dos kilos de heroína.

Incluso aunque la tragedia golpee, a los peregrinos se les ha enseñado a aceptar la voluntad de Dios. '¿Que si tengo miedo? En absoluto', afirma una india de 50 años que acaba de llegar de Londres con su hijo y la esposa de éste. 'Llevo planeando este viaje desde que tenía seis años. Ahora que he llegado me siento cerca de Dios. Y si Dios me lleva con él mientras estoy aquí, seré bienaventurada'.

Un pasajero se somete al control ocular en el aeropuerto de Yedda.
Un pasajero se somete al control ocular en el aeropuerto de Yedda.NICOLE BENGIVENO (NYT)

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