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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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La Titadine y la chimbera

En la ilustración que acompañaba esta crónica la semana pasada, la mayoría de los lectores reconocieron fácilmente la plaza de Zumarraga coronada de nubes. Algunos, vieron que sobre ella se cernía una mirada amenazadora y diabólica. Eso sí, los que la vieron una vez, luego ya no pudieron dejar de verla. Este fenómeno no pasaría de ser una curiosidad óptica como la que preside estas líneas -¿se trata de una vieja o de una joven?- si no fuese también una muestra de las dos maneras bien distintas con que los vascos perciben hoy la situación en que se hallan.

Las nociones de normalidad y anormalidad nos relegan a universos distintos y distantes. Para los vascos-vascos no hay nada anormal, salvo la existencia de los otros, siempre propensos a la exageración y al negativismo, y siempre dispuestos a impedir el derecho de la Nación Vasca a tener su estrella en la bandera europea. Para los otros, para los que estamos de sobra, como nos lo recuerda el coche bomba aparcado junto a los grandes almacenes en rebajas, la anormalidad se ha convertido en una circunstancia vital con la que debemos coexistir con plena lucidez, a la vez que denunciar por su agresiva normalidad.

'Con la chimbera de los sitiados no se cargan los lenguajes de esas guerras'

Supongo que alguien se habrá preguntado por qué estas crónicas se titulan Crónicas del sitio. Hoy me voy a confesar, porque en esta mañana soleada en que escribo estoy llena de nostalgia de normalidad. Si yo fuese un ángel existiría en el tiempo y eso me permitiría ubicarme en cualquier sitio e incluso en más de uno a la vez. Pero como sólo soy humana, me preocupa saber dónde me encuentro. Si estoy en un desierto; si esto es mi patria; si estoy donde quiero estar. A veces me parece hallarme en un sitio tangible. A veces, en una web, que es un sitio intangible, donde suelo encontrarme con seres tan reales como el ex bailarín gato Entrechât. Y a menudo me descubro, junto a otros vascos, sitiada también por vascos a los que les ha salido una cresta negra.

Uno de mis tatarabuelos se descubrió en el sitio de Bilbao aquella mañana en que las montañas que rodean al bocho aparecieron festoneadas de crestas rojas. Se encontró sitiado por quienes después de confesar y comulgar atacaban al hombre y también a las mujeres, a quienes, con tremenda precisión llamaban, despectivamente, 'las cívicas'. Durante aquellos meses, mi tatarabuelo y otros convecinos cogían el domingo su escopeta y decían a la parienta que se iban a cazar chimbos. En realidad llegaban sólo al Arenal, porque el paseo de los Caños, residencia natural de los chimbos, estaba ocupado por tropas carlistas. Pero ellos, sin amilanarse, ocupaban los bares del Boulevard y se tomaban unos vinos brindando por la libertad que no tenían, pero a la que no pensaban renunciar. De vez en cuando, una explosión rompía el hilo de la conversación. Entonces, mi tatarabuelo se sacudía el polvo de la ropa y exclamaba con voz de barítono: 'Mutil, otro vaso, que éste se ha roto'.

Ah, sí, yo he heredado la chimbera de aquellos bilbainos que jugaban a la paz en la guerra, a la normalidad dentro de tanta anormalidad, para no perder la razón. La razón de vivir y la razón de ser.

El otro día, estuve en una charla de Elkarri acerca del konflikto y cuando dije lo que me pareció, me invitaron a desarmar mi lenguaje. Vaya por Dios. Yo que creía que a quienes había urgencia en desarmar era a los del cóctel, la Titadine y la parabellum. No es que no comparta el objetivo de 'desarmar' el lenguaje creado por los amantes y amigos de la Titadine.

Es más, no tengo duda de que, al igual que la Alemania nazi requirió de una Lengua del Tercer Reich, también aquí la Titadine se presenta empalagosamente mezclada en la Lengua del Kontenzioso Basko de la que podríamos, también, predicar el adagio de Talleyrand: 'Le style c'est l'homme'. El estilo del documento de Batasuna, bárbaramente denominado Bakea, expresa una identidad que sus palabras no pueden ocultar.

Pero sostengo que con la chimbera de los bilbaínos sitiados no se cargan los lenguajes de esas guerras. He renunciado al uso de las armas y a aplicar la justicia por mi mano, porque creo en la Constitución (y porque tampoco soy Lara Croft). Pero no pienso renunciar a la preciada herencia de mi chimbera. Es más, cuando me la subo al hombro es cuando más ganas siento de cantar el tango más antiguo que se conoce en Andalucía: 'Con las bombas que tiran los fanfarrones, se hacen las gaditanas tirabuzones'. ¿Sería aquéllo patriotismo constitucional? Pues si lo era, que viva y que viva la Pepa.

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