El día que me devoró la red
Nos dicen los rousseaunianos, que aún existen por ahí quizá disfrazados de ecologistas puritanos, que la tecnología no da la felicidad. Ni tan sólo la apuntala. Puede. Pero una, que tiene almita de pequeñoburguesa desde que probó la vida salvaje y no la encontró nada salvaje pero sí francamente incómoda, piensa que los soportes técnicos que conforman nuestra cotidianidad no están nada mal. Alegrías las dan, algunas tan históricas como el invento de la lavadora, que si no puso a la mujer de pie -ya la levantó de los suelos la fregona-, sí la liberó de una pesada carga. No es éste el sitio para hablar de la incorporación masculina a esta tecnología liberadora de cargas femeninas, pero queda prometido que un día, en este redefinir país, hablaremos de nuestros hombres, tan escasamente redefinidos ellos... Decíamos lo de la técnica. '¿Existía la vida antes del móvil?', creo que se preguntaba un día de esos Andreu Buenafuente y, sin osar corregir al maestro, yo me diría: '¿Existía la felicidad?'. Si abrimos consultas con lo de Internet, que tantas perspectivas de comunicación, información y diversión ha abierto, aún encontraremos más argumentos entusiásticos, incluso después de depurar los alarmistas de siempre. Sí. Lo técnico forma parte de lo humano quizá porque humaniza lo práctico; en definitiva, lo facilita. Por supuesto tiene reverso oscuro, y ahí están desde los efectos de demoledora discriminación, en los colectivos donde la técnica no llega, hasta la manipulación que ejerce sobre ella quien mayormente la controla. Internet es nuevamente el gran ejemplo: significa el proceso de intercomunicación más espectacular de la historia, pero al mismo tiempo ahonda los abismos que separan el mundo rico del mundo paupérrimo. No estar en la red, por supuesto, es otra y eficaz forma de marginación.
¿Qué pasa, sin embargo, cuando una está en la red, forma parte del mundo mimado e intercomunicado, se emilia alegremente con sus lectores y amigos todos y de golpe la red le devora su dirección electrónica, le bloquea el acceso a lo suyo -casi le bloquea uno de sus espacios de intimidad- y la deja con esa cara de imbécil que le queda a una cuando la técnica decide recordarle que el mundo existía antes de ella? Pues pasa, queridos lectores, que hace una semana que no tengo acceso a mi dirección electrónica, que no puedo responder los correos que recibo con generosa asiduidad, que he perdido toda la información acumulada y que, de golpe, se me hace un nudo en esa feliz complicidad que Internet me había permitido con ustedes, los habitantes del otro lado de la palabra. Lo escribo para que perdonen las molestias, no lo adjudiquen a una sobrecarga de antipatía o arrogancia, y continúen entendiendo este espacio como algo abierto, recreado más allá del texto publicado. Enriquecido. Ciertamente, la escritura es un ejercicio individual, pero con un inequívoco sentido colectivo. Todo lo escrito, incluso lo pretenciosamente escrito para uno mismo, pone anclas en el exterior porque la palabra surge para ser escuchada, leída, y no sólo pronunciada. Diría más, igual que sólo se ama si se ama a otro, sólo se habla si se habla para los demás. Un camino, pues, de ida de uno mismo hacia lo ajeno. Hasta ahora..., porque si la prensa nos ha facilitado la autopista de ese camino de ida, desde la idea pensada y escrita en la intimidad, a la idea lanzada para reflexión colectiva, Internet nos ha facilitado el camino de retorno. Recuerdo que cuando empecé a publicar mi dirección electrónica algunos amigos me tildaron directamente de pobre loca ingenua. Pobre, por la que se me caía encima. Loca, por querer asumirlo. E ingenua, porque parecía más bien una obra de caridad que un ejercicio profesional. Hasta Quim Monzó, en su espacio de La Vanguardia, comentó mi tamaña osadía. Sin embargo, el tiempo me ha dado la razón, creo, de manera contundente: Internet me ha permitido pulsar ideas, emociones, matices, relacionados directamente con mi propia reflexión, que de otra manera no habría conseguido. No sólo me ha completado la nómina de amigos, me ha suministrado información y argumentos. E incluso, en la vertiente crítica, ha sido de enorme utilidad.
Por ello este artículo, después de una semana de silencio internauta, devorada literalmente por algún duende de la red quizá harto de mi exceso de correo, se lo debía a los lectores. A los que no usan el correo, para que sepan que sigue abierta la vía, el viaje de retorno. Y a los que sí, especialmente si se han quedado con las ganas, para que sepan que la técnica cuando falla, es que falla de verdad.
Todo lo cual ha consumido el espacio que, en principio, estaba dedicado a otras cosas. Sirva ello como paréntesis a la espera de ver cómo se congresua el PP y nos da para largar en el próximo artículo. Pero sirva también para dejar dicho que está muy bien que ustedes nos completen lo escrito, nos hagan saber sus pulsaciones ante lo dicho, nos amansen el nervio con la complicidad..., o nos lo activen con la disidencia, santa Internet que en tanto nos permite acercarnos. Al sonoro lujo de poder disfrutar de una ventana pública donde reflexionar sobre lo colectivo, el elegante lujo de poder saber cómo lo ven, cómo lo piensan, cómo lo digieren los destinatarios de la ventana. Ida y vuelta: mayor tensión, pero también más pulsación inteligente, más emoción, más sentido.
Saludos, pues, lectores. Disculpas, pues, internautas.
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