'Botellón'
El fenómeno del botellón -consumo de alcohol en plazas y calles, generalmente en grupos formados por adolescentes- constituye una variante de ocio juvenil, de moda en muchas ciudades españolas, vinculada a la bebida. Globalmente, las cifras sobre el consumo de alcohol en España, y en especial entre los jóvenes, siguen siendo hoy tan alarmantes como hace 10 o 15 años: unos 300.000 españoles se emborrachan habitualmente, sobre todo jóvenes menores de 29 años y, especialmente, los fines de semana.
Pero el botellón plantea problemas nuevos, menos importantes que el que representa un hábito juvenil que tiende a hacer de la bebida en común una actividad lúdica por sí sola -beber por beber-, pero que no pueden dejarse de lado: degradación de las vías públicas, posible aumento de la inseguridad ciudadana y molestias a los vecinos. Sólo en Madrid existen unas 26 zonas donde cada noche del fin de semana miles de jóvenes se reúnen para hablar, oír música y beber -en plazas, calles y parques- dejando tras de sí ingentes cantidades de basura y a unos vecinos insomnes y ahítos de ruido.
Combatir los efectos secundarios del botellón entra dentro de los deberes de la autoridad pública. Una reciente sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía acaba de recordárselos al Ayuntamiento de Sevilla, una ciudad en la que la manifestación lúdica y noctámbula del botellón está en pleno auge entre los jóvenes. No se trata, como señala esa sentencia, de 'ejercer una represión policial', sino de disuadir a los jóvenes de comportamientos que no tienen en cuenta los derechos de los demás ciudadanos a 'circular libremente, al descanso y a su forma de vida'.
Y ése es el objetivo que se propone el Gobierno de la Comunidad de Madrid con la ley urgente que prepara contra la práctica del botellón. Los poderes públicos tienen mucho que hacer para que la práctica del botellón, si no puede desaparecer de inmediato de las zonas donde esté consolidada, al menos sea socialmente soportable y, sobre todo, que no siga propagándose a otras. Lo que no puede ser es que la situación degenere en una guerra particular entre jóvenes que quieren divertise por poco dinero y al aire libre, y vecinos que reclaman su derecho a no ser molestados.
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