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¿Se confundirán de enemigo?

No hay mal que cien años dure, salvo en Euskadi. Lo digo con tanto más pesar cuanto mayor parece la incapacidad de algunos todavía a la hora, si no de diagnosticar ese mal, al menos de localizar su agente y de prescribir su tratamiento. Que quede claro cuanto antes: ETA no es el nombre de tal dolencia ni el único agente que la desencadena, sino, más aún, su peor síntoma y su producto más mortífero. La dolencia se llama nacionalismo étnico, un credo que comienza por privar a las gentes de conciencia cívica y acaba por secar hasta sus sentimientos morales; una fe que en nuestro caso está arruinando una comunidad étnica e ideológicamente plural.

Y tanto ha crecido el tumor que, junto al riesgo permanente de metástasis, crece también la desesperanza de que algún día remita o tenga cura. En esta batalla, además de atacar, toca sobre todo resistir, porque ellos sólo pueden triunfar gracias a nuestro agotamiento. Pues bien, ahora que Izquierda Unida se cambió de bando porque ya había cambiado antes de alma, ¿habrá llegado también el turno de que el partido socialista traicione también la suya, se confunda de enemigo y nos eche a los pies de los caballos? Motivos hay para temerlo, a tenor de esta crisis largamente anunciada y al fin abierta por una disidencia, cuyas razones publicadas últimas voy a examinar.

El documento de Eguiguren describe el estrago general sin rodeos ni medias tintas: 'Hoy, en Euskadi están comprometidos los derechos y libertades ciudadanas, que son el fundamento democrático de la paz social'. Tan es así, que su vulneración es 'el principal problema', 'el problema vasco con mayúsculas' y 'no hay otro tema más importante' que salvar la vida de bastantes y la democracia de todos. Los constitucionalistas vivimos bajo un estado de excepción, pues para nosotros los derechos fundamentales (desde el de la seguridad física al de la libre expresión) 'estaban -y continúan estando- suspendidos'.

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Situación tan desesperada, más que recomendar, ordena un excepcional tratamiento de choque. Sencillamente, 'en esa lucha por la vida y por la libertad no podemos ir cada uno por nuestro lado. La vida y la libertad son exigencias tan básicas, tan primarias y tan urgentes, que no admiten diferencias partidarias en la estrategia para alcanzarlas'. Al contrario, aquí sólo cabe la unidad de todos los demócratas. En este momento histórico, cuando está en juego todo eso, 'la confrontación entre los modelos sociales de la izquierda y la derecha ha pasado en Euskadi a ocupar un segundo plano'. ¿Qué significa entonces proteger a toda costa esa unidad democrática? 'En primer lugar, la voluntad de consolidar el pacto por las libertades y contra el terrorismo', un acuerdo nacido de una nítida visión de Estado y 'que debe mantenerse a resguardo de las diferencias entre partidos hasta que ETA desaparezca'. ¿Y cómo se explica semejante coincidentia opositorum y tal renuncia a legítimos objetivos partidistas? Porque 'es más importante la democracia (un medio) que los fines últimos del socialismo'; o porque éstos sin aquélla serían injustos o imposibles...

Así se habla. De ahí en adelante, ¿tanto costaría mantener siquiera la fachada de coherencia teórica o eso es mucho pedir a quien le tienta quizá la incoherencia práctica? Porque a renglón seguido resulta que lo más decisivo será rescatar un 'proyecto autónomo', 'una oposición propia, sin entendimientos globales con nadie y desmarcándose de la oposición que representa el PP'. ¿Pero, oiga, no habíamos quedado hace un rato...? Pues no, 'si queremos cambiar la orientación de la política en Euskadi y ser una alternativa real, lo primero es recuperar y fortalecer la capacidad electoral y social del PSE-EE'. ¿Se acuerdan ustedes de que no cabían diferencias estratégicas partidarias cuando se trata de asegurar nada menos que la vida y la libertad? Bueno, eso fue unas páginas atrás y tampoco vamos a recordarlas todas. Ahora la consigna ha sufrido una ligera variación: 'El PSE-EE no debe hacer depender su estrategia ni del nacionalismo ni de la derecha del PP. Ambos bloques son igual de adversarios políticos nuestros y nos sentimos igualmente alejados de ellos'. He ahí la madre del cordero y aquí es donde, además de esta inconsistencia de libro, sobresale una ignorancia democrática culpable. O una cobardía fatal.

¿Pero cómo van a ser igual de adversarios míos el que, pese a todos nuestros desacuerdos, reconoce nuestra común e igual ciudadanía... y ese otro que la niega porque antepone su diferencia étnica para así hacerme entrar contra mi voluntad en otro Estado? ¿Cómo podré entenderme igual con los que socavan a diario el espacio y el lenguaje cívicos... y con los que, por mucho que nos separe, nos une ese mismo espacio y lenguaje? ¿Cómo voy a estar igual de alejado de aquel que se apoya en quienes coartan mis libertades y hace bien poco pactaba con los que amenazan mi vida... y del que comparte precisamente mi condición de perseguido y amenazado? Díganme, si no es molestia: ¿acaso guardan el PNV y EA la misma distancia respecto de EH (o éste de aquéllos) que respecto del PSE y PP?

¿Y aún no han caído en la cuenta de que el nacionalismo étnico no es una opción política tan legítima como otra cualquiera, según corean los bienpensantes, porque para ella todas las demás tienen que ser ilegítimas mientras no militen antes o a la vez por la causa nacional? ¿Ignoran quizá que la consabida ambigüedad de estos nacionalistas no es producto de estratagema alguna, sino de su doble pertenencia a una comunidad primera y sagrada de correligionarios, así como a otra secundaria e instrumental de conciudadanos? ¿Y de que el engaño como su recurso ordinario no procede de ningún cínico talante de sus jefes, sino de esa convicción que justifica engañar sin miramientos a quienes no forman parte de su 'pueblo' o han sido ya excluidos de él? En ese combate de ideas que siempre prometen y siempre aplazan, aguardamos las respuestas de Eguiguren o Jáuregui con impaciencia.

Según eso, ¿resulta un disparate sostener que en nuestro país nacionalistas y terroristas no sólo coinciden en los fines, sino también en medios tan básicos como los argumentos centrales de que se sirven? ¿Por qué seguir llamando 'nacionalismo democrático' al que, a la vista de sus dichos y hechos, bastaría denominar simplemente mayoritario (por poco) o pacífico? ¿Acaso no dice este mismo documento que el PNV y EA emprenden la construcción nacional como la 'creación de la nación de los nacionalistas'? ¿Es

que no añade que el Gobierno y aquellos partidos 'han endurecido notablemente su maximalismo nacionalista, empeñados en imponer al conjunto de la sociedad vasca un proyecto de país no compartido, etcétera'? Y para enseñar que el problema trasciende el caso particular, ¿no concluye asimismo el documento que 'las preocupaciones de los nacionalistas, tanto aquí como en cualquier otra parte del mundo, no consisten en lograr este tipo de sociedad que garantiza la libertad del individuo (...), sino la de la 'nación', entendida como una colectividad étnica'? Todo eso dice; sólo falta sacar las debidas consecuencias.

Hace años que debían haberlas sacado. Mi querido Recalde, por ejemplo, ha tenido la franqueza de proclamar en voz alta que en la colaboración pasada los socialistas se equivocaron, que fueron utilizados por los nacionalistas para aumentar su hegemonía. Éstos aumentaron su hegemonía, mientras aquéllos -añado yo- contribuyeron a la más funesta política-ficción (la política lingüística), a su progresiva depauperación electoral y en buena medida a la pérdida de su misma razón de ser. No es como para sentirse satisfechos de aquella penosa etapa, pero algunos estarían encantados de repetirla. Ahí está para probarlo su 'proyecto vasquista' y su servicio a la causa abertzale mediante la 'actualización de los derechos históricos', esos rancios e improbables derechos colectivos de naturaleza predemocrática.

Y si todos nos la estamos jugando en este envite, aún se juega más la izquierda. La derecha vasca (PNV) que lanza los tejos al PSE no es menos derecha que la española (PP) y, a fin de cuentas, toda izquierda es la que más tiene que perder bajo cualquier monopolio ambiental nacionalista. Si el principal efecto perverso de esta enfermedad en nuestra tierra ha sido la instalación del miedo y el acorralamiento de la mitad de sus vecinos, el siguiente había de ser la postergación ad calendas vascas de cualquier programa socialmente transformador. Y es que, cuando nos absorbe todavía el agónico debate sobre 'los fundamentos de la democracia y de la convivencia civil' -vuelve a remacharse-, tiene que quedar 'en un segundo plano el contraste entre políticas y proyectos de izquierda y de derecha'. Exacto, ¿y a cuál de esas dos políticas puede favorecer el dejar las cosas como están?

Se confiesa así que el Partido Socialista de Euskadi, por ser de Euskadi, apenas ha ejercido de socialista. Pero deberá añadirse que no podrá ejercer de tal mientras no sea la cuestión social la que ocupe por fin el lugar que durante décadas lleva ocupando la nacional. Y concluir que tal cosa no es posible sin que los demócratas recorran juntos algún tramo del camino presente y futuro. En suma: por razones de mera supervivencia, por razones democráticas, por razones de justicia política y social, incluso por razones electorales, el provecho de uno de ellos será hoy el provecho de todos. Para que esta sociedad empiece a reponerse y a desandar parte de lo mal andado necesita atravesar varios periodos de gobierno democrático, no sólo mayoritario. Entonces mostraría el PSE su potencia y su grandeza.

Aurelio Arteta es catedrático de Filosofía Moral y Política de la UPV.

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