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PASEOS POR LAS CALLES

Eugenia de la Torriente

BARCELONA ES en realidad una suma de pueblos, ya que la mayor parte de sus barrios eran antiguas poblaciones cercanas a la ciudad romana. Por ello, toda visita debe empezar por su núcleo: el casco antiguo, el barrio primigenio. Se le llama barrio Gótico y coincide con la ciudad romana. De ella quedan pedazos de muralla y sectores excavados. Sobre esta base se construyeron algunos de los edificios más típicos de Barcelona, como la capilla de Santa Ágata. Este templo religioso del Palau Reial se edificó en el siglo XIV sobre la muralla romana, pero sin respetar en exceso sus proporciones. Vista desde la plaza de Berenguer, sobresale entre lo que eran torres vigías de la muralla. Muy cerca y en parecida convivencia con los restos de la arquitectura anterior se encuentra la catedral, de los siglos XIII y XIV. Encajonada, su fachada, realizada entre 1885 y 1915, parece luchar por exhibirse ante una plaza de limpia modernidad. Si ahondamos en su parte posterior, nos encontraremos con calles estrechas que llevan hacia la plaza de Sant Jaume. Allí, encaradas, las dos autoridades: autonómica y municipal. Sus respectivos edificios también compiten en obras arquitectónicas. Así, el Palau de la Generalitat cuenta con el Pati de Tarongers y la capilla de Sant Jordi (siglo XV), mientras que la Casa de la Ciutat se enorgullece de su sala del Consell de Cent, del siglo XIV. En sus alrededores se suceden calles, plazas y antiguos palacios, como la Casa de l'Ardiaca o la plaza de Sant Felip Neri.

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Barcelona, la ciudad de moda en Europa

En dirección hacia La Rambla, vía la bulliciosa calle Ferran, nos reencontrarnos con la humanidad de la ciudad. En esta ruta es muy recomendable dar un pequeño rodeo y bajar por la calle de Avinyó para descubrir otro de los emblemas de la Barcelona posolímpica: su modernidad. En esta calle curva se apiñan las tiendas de moda y decoración que nutren a la juventud más alternativa. Y si el asunto convence, se puede volver también de noche, ya que esta calle, así como la de Escudellers y la plaza Real, forma un triángulo (que tiene como vértice imprescindible la plaza de George Orwell) en el que se pierden los más aguerridos noctámbulos.

En cualquier caso, se acaba en La Rambla, antiguo límite urbano y hoy uno de los ejes vertebrales, donde se sitúan edificios tan suntuosos como el teatro del Liceo o el Palau de la Virreina. Abajo, en su desembocadura en el mar, se tropieza con el monumento a Colón. Llegados a este punto hay dos rutas claras a seguir. En primer lugar, la que se adentra en la densidad de El Raval, con su mezcla de gentes y sus obras clásicas como el monasterio de Sant Pau (siglos XIV y XV), y sus modernas y discutidas remodelaciones como la Rambla del Raval. En esta ruta encontraremos también el aliciente del Año Gaudí, ya que en la calle Nou de la Rambla se sitúa una de sus obras, el Palau Güell. La otra ruta no es menos gaudiniana: subiendo La Rambla se llega a la plaza de Catalunya, y aún más arriba, al Ensanche, plagado de obras modernistas de Gaudí, Puig i Cadafalch y Domènech i Montaner. Especialmente relevantes son las del paseo de Gracia, con especial mención a La Pedrera. El Ensanche, ideado por Ildefons Cerdà en 1850, culmina en la obra más visitada de Gaudí: la Sagrada Familia. Bastante más al norte se encuentra el único destino capaz de hacerle sombra: el gaudiano parque Güell, encaramado sobre una elevada montaña.

Para más verde, no está de más visitar la montaña del Tibidabo o la de Montjuïc. Más céntrico resulta el parque de la Ciudadela, donde se ubica el zoológico. Junto a él, otro de esos barrios a explorar: La Rivera (o Born). A pesar de las protestas vecinales, sus calles (incluyendo Montcada, donde está el Museo Picasso) son de las más transitadas, tanto de día como de noche.

Barcelona es, por sus reducidas dimensiones, una ciudad idónea para descubrirse a pie, sin miedos y dejándose guiar por la intuición.

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