Con España a cuestas
De la mano del profesor José Carlos Mainer, que se responsabiliza del prólogo y de las notas finales, llega desde la eficaz y entusiasta Fundación Max Aub, que mantiene encendida en Segorbe (Castellón) el brasero de la obra, vida y papeles de este escritor español -se es de donde se hace el bachillerato: son sus palabras, y él lo hizo en Valencia- nacido en París, de padre alemán, de madre francesa, de origen judío, este libro inédito hasta ahora, Cuerpos presentes, colección de necrológicas, homenajes y evocaciones de gente, políticos e intelectuales, de su siglo que él conoció.
Un libro éste, que está atravesado -como toda su obra, diversa y plural- por el exilio, esa cicatriz indeleble, y unas páginas, las más, que van andadas, como dice el propio Max Aub, con España a cuestas: 'A don Miguel le dolía adentro; a nosotros, en los hombros, fardo'. España, sí, fardo, pero también faro, y su luz guió su pluma, toda la vida, desde el otro lado del mar océano, desde la orilla del exilio. El libro hasta ahora había permanecido inédito, en una carpeta depositada, como tantas otras maravillas, en la fundación, listo para ser compuesto y publicado. Max Aub, tal vez, lo tenía preparado para darlo, de su mano y a sus expensas (hay lamentos de su escasa fortuna editorial aquí, y en sus diarios). En este conjunto de necrológicas (un buen puñado), homenajes y evocaciones asoman tenuemente pero de forma constante el propio Max Aub; por muchos de esos retratos, esas necrológicas de amigos (y compañeros de infortunio, muchos de ellos), se deja él mismo jirones de su vida en las alambradas que apresan las de los demás.
CUERPOS PRESENTES
Max Aub Fundación Max Aub Segorbe (Castellón), 2001 329 páginas. 15 euros
A la mayoría los conoció, lo reconoce; a Juan Ramón Jiménez, no, no quiso conocerlo, aunque su retrato es de fotomatón de muchos quilates. Hay recuerdos y simpatías, camaraderías compartidas y, en ocasiones, humor: ese humor del que hizo gala en tantas y tantas páginas que escribió, en sus Crímenes ejemplares, por ejemplo: véase su retrato de Esteban Salazar Chapela, 'feo sin atenuantes', 'feo lo eras, con ganas'. Max Aub fue hombre bueno y generoso, y con esos materiales da forma a sus retratos, a sus evocaciones. A veces echa mano de la espada, a primera sangre, un rasguño en la mejilla para la otra España, un López Rubio, que le rehúye en Cannes ('se fue huyendo: un adiós; medio vuelto de espaldas'), o un Edgar Neville, con quien simpatiza, y recuerda de antes de la guerra, de cuando aquel aire (cultural) que se respiraba y que le embriaga, evocándolo, en el fotomatón de Juan Ramón Jiménez. Hay, la excepción, algún retrato que es como mordisco en la yugular, como el que le propina a Indalecio Prieto, 'hipopótamo dañino de la República', él, Max Aub, socialista también, pero de otra fratría.
Donde está el mejor Max Aub es en aquellas páginas de amistad y camaradería, las de José Gaos, compañero valenciano de bachilleres, lecturas y ensoñaciones ('desde que le recuerdo quisimos escribir'). Y está, él mismo, en una de sus humoradas, a las que tan aficionado era, de cuerpo presente en esa ¿necrológica o evocación, si no homenaje? que se llama Max Aub, y que es farol poco conocido, cuya luz sirve para recorrer de buena tinta buena parte de su vida, aquélla, y que recuerda otra humorada, la de ese poeta de ficción, Max Aub, que aparece en su célebre Antología traducida, ese puñado de poetas cuya voz y vida se inventó, ese Max Aub del que se dice allí: 'Lo único que consta es que escribió muchas películas mexicanas carentes de interés. Nadie le conoce'. Lo primero es cierto, lo segundo, no. Y libros como éste surgidos de la fundación de Segorbe ayudan a quitar hierbajos de la cuneta de la carretera que nos está llevando ya, para junio de 2003, a su centenario.
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