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Columna
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El periodismo también es bello

Los suplementos dominicales de los diarios son unas cajas cerradas con muchos factores en contra. Para empezar, como llegan a manos de quienes pagan para recibir otro producto periodístico (el diario propiamente dicho) y no para adquirirlos a ellos, suelen ser recibidos como elemento superfluo/acompañante y regalado. Por eso hay gente que los ningunea. Conozco a buenos lectores de diarios que toda la vida se los han tomado con evidente recelo; cualquier policía mínimamente clásico les arrancaría antes de cinco minutos -y con la ayuda de muy pocos tortazos- la confesión de que el periódico es para leerlo y el dominical simplemente para hojearlo. Sufren, por tanto, ellos y su contenido, una injusticia; otra situación de aquellas en la que los clientes no tienen en absoluto la razón.

CRÓNICAS DE UN TIEMPO/ 25 AÑOS DE PERIODISMO DE AUTOR

Varios autores El País Aguilar. Madrid, 2001 387 páginas. 2.600 pesetas

Esos suplementos con filosofía de cajas cerradas encierran, para el que lo sepa buscar y paladear, publicidad bonita (y a veces interesante), catálogos de novedades variopintas, diversas distracciones, a veces literatura de verdad y, lo que es todavía más difícil, a veces periodismo del bueno. Pero como los dominicales después de leerse no se guardan sino que se tiran, el recuerdo de sus elementos valiosos suele ser injustamente breve.

A la vista de este cuadro, es una buena idea haber desenterrado para Crónicas de un tiempo/25 años de periodismo de autor un buen puñado de trabajos publicados en El País Semanal que merecen el honor de permanecer a mano en las estanterías en forma de libro. El suplemento dominical de este diario siempre ha tenido talento al seleccionar las colaboraciones, de modo que el problema se debe haber producido ahora, al intentar determinar cuáles eran las 25 mejores de un conjunto que, según el director del periódico, Jesús Ceberio, excede de las 5.000. Quizá por eso el resultado es irregular respecto a los géneros -predominan las crónicas de viajes y los retratos a personajes en detrimento de otro tipo de reportajes- y, como sucede con este tipo de selecciones, discutible respecto a los méritos de bastantes escritos que se han quedado fuera. Pero, en cambio, es valioso en sí gracias al excelente nivel de pluma e interés de todos los textos. E incluso cabe decir más. Del mismo modo que creo que en estos momentos algunas de las mejores músicas que se componen hay que ir a escucharlas a los cines, pues son bandas sonoras creadas para acompañar imágenes aunque al final desborden el valor de las películas a las que sirven, también algunas de las mejores páginas del periodismo profesional acaban encontrándose en esos suplementos que se llevan los lectores sin pagar dinero por ellos.

El reportaje es el género más abierto y amplio del periodismo moderno. Sus autores los suelen hacer a gusto porque trabajar en ellos, cuando hay verdadera raza de observador y narrador, es una oportunidad incomparable para dedicar cierto tiempo a conocer un tema y vibrar comprometiéndose con él. Y aunque sean conscientes de que redactan 'literatura de rápida combustión', en lo que es una acertada definición de Sergi Pàmies, saben que tienen a su alcance la compensación de poder fundir técnicas de escribir ficción con la responsabilidad de ser veraces que reclama el periodismo decente. Y saben que cada vez que eso sale bien compensa de todos los sinsabores de esta profesión en decadencia.

Lean, por favor, ahora con la diferencia de soporte que significa un libro respecto a las páginas de una revista, y superando la desventaja de prescindir de las fotografías que las acompañaron triunfalmente en EP[S], cosas tan maravillosas como el doble reportaje que escribió Maruja Torres después de convivir con los blancos y los negros en la Suráfrica del apartheid el año 1988. Y el mejor retrato -ni el más largo, ni el más profundo, ni el más documentado, pero el mejor- que se le ha hecho a Adolfo Suárez (Sol Alameda). Y la fuerza expresiva que les arrancó Manuel Rivas a los pescadores que faenaban en el Gran Sol. Y el contraluz de Warhol fotocopiado por Vicente Molina Foix. Y el acuse de recibo del día a día de la vida de un discapacitado hecho por Juan José Millás. Y la narración curvilínea en que resumió Mario Vargas Llosa una larga conversación con el Rey Juan Carlos. Y lo de los demás autores, hasta 25, que me tienen que perdonar que no les cite por razones de espacio a pesar de que juntaron tan bien como los anteriores las letras, los datos y sus emociones. Textos de momentos diferentes y autores distintos les demostrarán una verdad esencial: el periodismo además de ser necesario también es bello.

Antonio Franco es director de El Periódico de Cataluña

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