(N)eurosis
Por si no se habían enterado, amados lectores, tengo el placer de comunicarles que el Apocalipsis comienza el próximo 1 de enero. Qué digo el Apocalipsis: esto va a ser como el Armagedón, el Ragnarok y el Kali-Yuga juntos. Vamos, peor que las trastadas de los malos en las películas de Schwarzenegger. Y es que durante dos meses vamos a vivir en la esquizofrenia absoluta. Cincuenta y nueve días, mil cuatrocientas dieciséis horas, en los que la ínclita moneda adoptada por don Laureano Figuerola va a coexistir con la nueva unidad de cuenta europea. Contengan la respiración. Esto va a ser un caos de alucina vecina. El que sobreviva a la hecatombe que se nos viene encima tendrá algo que contar a sus nietos.
Seguro que hay truco. Seguro que los euros alemanes valen más que los ibéricos
Y es que han tenido mala gaita nuestros políticos con lo de la dichosa coexistencia entre la peseta y el euro. Tampoco anduvieron nada finos al escoger el nombre de la moneda única. En lugar de elegir uno de raigambre como sestercio o florín van y optan por una horterada de tomo y lomo. En fin, ¿qué le vamos a hacer? Pero es que, además, un euro tenía que valer 166,386 pesetas, ni una milésima más ni una menos. La verdad es que podían haberse afanado un poco. Qué sé yo. Hacerlo coincidir con 150 pesetas, por decir algo. O con 200, que tampoco es tanto pedir. Así no hay quien se aclare. A mí siempre me quedará la sospecha de que me están timando cuando me den el cambio. Porque, como comprenderán, no voy a andar todo el día con la calculadora a cuestas. Todo ello sin hablar de la chatarra que vamos a tener que llevar con tanto céntimo y tanta coma. ¿Quién me va a coser a mí los bolsillos de los pantalones?
Ya que me da que por ahora no vamos a abolir la propiedad privada de los medios de producción, propongo que por lo menos nos dejen volver al trueque. Que un kilo de arroz valga tanto como medio kilo de plátanos o algo así. O que se pueda cambiar EL PAÍS por dos pares de calcetines. Sólo de pensar que me van a pagar XXX euros por artículo, y eso sin contar lo que se lleva Hacienda, es que se me quitan las ganas. Así no se fomenta el arte, señorías. Que uno es bohemio, pero no tanto. No se pueden hacer a la idea de lo oprimido que me siento. Los vascos y demás pueblos carpetovetónicos vamos a perder nuestra identidad numismática. Esto es un ultraje a la Piel de Toro. ¿Dónde están los padres de la patria? ¿Es que no hay nadie que defienda nuestra devaluada moneda? Fíjense en los británicos, cómo pugnan por la libra. En cambio estos politicastros nuestros quieren convertir a la humilde, pero digna peseta, máxima expresión de nuestras hidalgas tradiciones, en un objeto de museo. Y yo proclamo: ¡Insumisión! Los descendientes de los que derrotaron a Carlomagno en Roncesvalles no nos dejaremos subyugar por el Banco Central Europeo. A mí no me quitan la rubia ni aunque venga la Interpol. Y yo que ya le había cogido el gustillo al agujero de las monedas de cinco duros...
Voy a echar de menos a la peseta. Todavía no me lo puedo creer. Desde el 1 de marzo no va a haber más peseteros. ¿Tendremos que llamar eureros a tacaños, roñas, agarrados, avaros y usureros? ¿Y que me dicen de las máquinas tragaperras? ¿Dónde está la gracia si las llamamos tragaeuros? ¿A mí quién me arregla este desaguisado lingüístico? ¿Quién va a reponer las palabras que faltan en el diccionario? ¡Qué inventen ellos!
En medio de esta eurosis colectiva algunos ingenuos se consuelan pensando que podrán ir al extranjero sin tener que cambiar de moneda. Eso será para los que viajen, que para lo que hay que ver, a mí del barrio no hay quien me mueva. Y además, seguro que hay truco. Seguro que los euros alemanes valen más que los ibéricos. Los guiris tienen que sacar algo de todo esto, a mí no me la pegan. ¿O se piensan que somos tontos? Pues seremos tontos, pero honrados. Donde esté la reserva espiritual de Occidente que se quite la Reserva Federal.
Pero al final el Bien triunfará. Leviatán y Behemoth no podrán con la boina. Además, como dicen en mi provinciana provincia, si se hunde el mundo que se hunda, Carpetovetonia siempre p'alante. O, parafraseando a un par de viejos colegas de cuyos nombres nadie quiere acordarse últimamente (y así nos luce el pelo): 'Euróticos de todos los países, ¡uníos!'.
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