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Buigas y el 'estilo Castafiore'

Es muy probable que el refinado Esteve Monegal -escultor noucentista y propietario de Myrurgia-, al presentar su Maderas de Oriente en la Exposición Internacional de Barcelona de 1929, desconociera que aquel lindo botellín escalonado de perfume y su elegante polvera de cartón en azul y blanco lunar, con el tiempo pasarían a ser el emblema del malogrado y escasísimo art déco catalán. Pues a diferencia de Madrid y de otras capitales donde proliferaba el déco de calidad, aquí apenas existía, asfixiado por el oleaje corregidor y prepotente del noucentisme y de todas sus posteriores secuelas que cada vez serían más reaccionarias, culminando precisamente en la citada exposición de 1929, que en un principio habían coordinado Cambó y su amigo Pich i Pon, cuando éste era alcalde de Barcelona, antes de la proclamación de la dictadura de Primo de Rivera. Ya por el año 1915, en plena euforia económica de Cataluña gracias al desastre de la Gran Guerra, se proyectaba celebrar una gran exposición sobre las industrias eléctricas. La idea de Pich i Pon era bastante interesada y se remontaba a 1913. Pich precisamente tenía negocios en la electricidad, así como pronto también los tendría Cambó, pero en su caso situados en la Argentina en donde se hizo de oro.

El proyecto de 1915 de la exposición era de Puig i Cadafalch y estaba cargado de referencias clasicistas y a la vez castizas en un estilo que se alejaba bastante del peculiar modernismo de sus primeros años. Pero aun así, Puig le daría el toque de genialidad que casi nunca perderían sus obras, además de un aura secesionista lejanamente vienesa que otorgaba elegancia y tímida actualidad al conjunto. Pues no hay que olvidar que este arquitecto, además de su reconocida faceta historicista, fue a la vez uno de los introductores de las corrientes centroeuropeas del momento que significaban la evolución lógica del modernismo decadente y mórbido hacia la modernidad despejada. Tanto el suntuoso art déco, como el opuesto y ultramoderno estilo internacional tendrían sus orígenes en la Viena de principios del siglo XX. Para este algo desangelado Año Puig i Cadafalch que ya termina, el malogrado Ignasi de Solà-Morales preparaba una exposición, que sin él no ha prosperado, sobre las curiosas propuestas de Puig en Montjuïc.

La dictadura de Primo de Rivera, gestada desde la misma Barcelona burguesa, dio al traste con la finalización del proyecto inicial, que fue sustituido por el hijo de Domènech i Montaner, si bien ya se habían construido la avenida central y la gran escalinata con las cuatro columnas jónicas gigantes que simbolizaban la Cataluña megalómana de la Lliga de Cambó i del mismo Puig, y los dos pabellones laterales -dedicados a los entonces reyes de España- conceptualmente muy modernos y estéticamente muy retrógrados. Pero, ya sin el impulso eufórico de sus promotores, la continuación de las obras de la Exposición desmereció de la idea primera, a pesar de que se mantuvo la trama urbanística y aún la escenográfica, con sus avenidas y el Palau Nacional a lo alto. Es cierto que la dictadura favoreció a los arquitectos más fieles al monumentalismo -como Cendoya, Domènech Roura, Catà, Nevot...- pero en Montjuïc trabajaron casi todos, con un resultado bastante gris y mediocre.

Por otro lado, la arquitectura catalana andaba por aquellos años veinte de mal en peor, barridos con descaro desde hacía más de una década los viejos maestros modernistas, ya pasados de moda, -como Gaudí, Domènech y el propio Puig, por citar sólo algunos- y forzosamente desviados del buen camino sus seguidores -como Masó, Pericas, Balcells o Raspall- en pos del supuesto y eterno buen gusto burgués que no llegaba, en el mejor de los casos, mucho más allá del tipismo coqueto de S'Agaró, y en el peor, de un lado el estilo español, rancio y pesado, que proponía Folch i Torres, y por el otro el estilo Ritz, que tanto cuajó entre la burguesía barcelonesa, de la mano de modernistas reconvertidos como Sagnier o Ferrés i Puig. Cerraba el abanico estilístico de la época, el clasicismo inglés y el italianizante -que fue el más típicamente noucentista- tan aburridos como correctos y que tendrían tanta predicación alargándose hasta los años cincuenta.

Quedaban las insólitas excepciones como los almacenes Jorba, en Manresa, uno de los edificios déco más espectaculares de Cataluña, o la curiosísima Casa de las plumas -esquina Muntaner y Consell de Cent- en pleno gai-example barcelonés, y quizá algo de Masó, Pericas, los hermanos Puig Gairalt, y realizaciones puntuales de Folguera, Mestres i Fossas, Raventós y algunos otros, pero en general el art déco brilló por su ausencia.

La renovación, ya mucho más radical y revolucionaria, no llegaría hasta el mismo año 1929 con la exposición que se organizó en las Galeries Dalmau sobre arquitectura de vanguardia con los proyectos de Sert, Churruca, Illescas, Rodríguez Arias y sus amigos que formarían el GATPAC. Todo esto coincidía precisamente con la apoteosis del estilo Beaux Arts de la Exposición Internacional que habría hecho las delicias de la mismísima Castafiore del Tintín de Hergé. El hecho de que Alemania presentara su espléndido pabellón de Lilly Reich y Mies van der Rohe añadía un contraste desgarrado al patético evento barcelonés -si dejamos el Pavelló dels Artistes Reunits, el palacio de la Metalurgia, la estrafalaria fuente de Jujol, algunos puestos comerciales y el estupendo trabajo de jardinería de Forestier/Rubió-. Una sola cosa salvó la arquitectura catalana de la Exposición del ridículo más espantoso: su insólita y despampanante iluminación decorativa dirigida por Carlos Buigas y sus colaboradores, que transformaba lo pesado en liviano, lo macarrónico en elegante y hasta irónicamente majestuoso. Todo lo que no pudieron hacer años y años de recalcitrante Escuela de Arquitectura, de toneladas de cemento y de falsa historia, de pesadas estatuas y ornamentos de imitación, se consiguió con lo más etéreo del mundo: la luz, el agua y el aire. Fue toda una lección, la supremacía del art déco fugaz que brilló con la iridescencia eterna de la genialidad.

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Josep Casamartina es historiador del arte.

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