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Reportaje:

El techo de la discordia

Cáritas intenta mantener en Bilbao su centro para toxicómanos 'sin techo' pese al constante boicoteo vecinal

Naiara Galarraga Gortázar

Hace frío. Unos siete grados en la calle, a las diez de la mañana. Uno tras otro, una quincena de sin techo van llegando al local, caldeado por unos potentes radiadores. Casi todos son toxicómanos, alguno está en tratamiento con metadona y alguno más, en camino de desintoxicarse. Caminan encogidos bajo varias capas de ropa. Llegan siempre con una bolsa bajo el brazo en la que guardan sus escasas pertenencias, de la que casi nunca se separan. Prácticamente los únicos lugares donde le quitan el ojo a la bolsa es al entrar en el local de la Comisión Ciudadana Antisida de Vizcaya o en el centro Hontza (búho). Son probablemente los únicos sitios de Bilbao donde se relajan en confianza, tras intercambiar sus jeringuillas usadas por otras nuevas.

Primera hora de la mañana. Una decena de personas, más hombres que mujeres, jóvenes y maduros, descansan en el caldeado local de la comisión antisida. Cuatro varones charlan en torno a una mesa ante un café con leche. Otros dormitan en dos sofás. 'La gente está muy confundida porque aquí nos ayudan, nos podemos duchar... y de meternos [drogas], nada'. Los estupefacientes y las broncas están vetadas en Hontza y aquí: 50 metros cuadrados donde estos desarraigados pueden además lavar la ropa, afeitarse, comer fruta, unas galletas o simplemente estar por estar, bajo techo y sin preocuparse de que les quiten sus cosas. 'El vecindario de aquí ha sido más inteligente, esto lleva un tiempo abierto y los vecinos han podido ver que entramos de aquella manera y salimos como nuevos'. Manu -precisa que está en proceso de engancharse 'a la vida'- se refiere a la normalidad que ha acompañado a los nuevos servicios, diurnos, que la comisión antisida ofrece desde el pasado lunes.

Su oferta es la misma que, por las noches, da desde ese mismo día Hontza entre constantes protestas vecinales. Una veintena de sin techo los han usado entre el lunes y el jueves. La comisión antisida sufrió un fuerte rechazo vecinal en sus inicios, en 1986. Lo mismo ocurrió con sendas casas de acogida para enfermos terminales de sida creadas por aquella época en Bilbao y San Sebastián. Las protestas se fueron mitigando con el tiempo.

Todos los implicados en la polémica, desde el Ayuntamiento bilbaíno, que subvenciona el servicio, hasta Cáritas, que lo gestiona, comprenden que haya ciertas reticencias a Hontza, pero creen firmemente que, como recomendó el Ararteko, es un recurso necesario para estas personas que viven al margen de las redes sociosanitarias. Han aceptado que en un año se traslade a una iglesia cercana, que la entrada de usuarios se limite a una hora entre las diez y las once de la noche y que salgan acompañados.

Los vecinos de Hontza no tienen, sin embargo, intención de poner fin a las continuas protestas ante lo que consideran una injusta imposición. Las concentraciones nocturnas con las que esta semana han intentado boicotear, sin éxito, la reapertura del centro son la continuación de unas movilizaciones que empezaron el pasado mes de julio, cuando Cáritas abrió el centro de cobijo nocturno para toxicómanos sin techo.

Llevan como un centenar entre cortes de tráfico, manifestaciones y concentraciones. A. ha participado en casi todas. Va a las nocturnas frente al local, a las marchas de cada viernes y a las protestas dominicales. Está agotada, pero se niega en redondo a que el barrio en el que vive desde hace 18 años se convierta en un nido de trapicheo. A. cree, como centenares de sus vecinos, que las instituciones pretenden trasladar a La Peña los problemas asociados al tráfico y consumo de drogas que han carcomido el cercano barrio de Bilbao La Vieja, origen de algunos vecinos e inmerso ahora a un ambicioso plan de rehabilitación. Insiste A. en que su barrio no tiene 'ese problema, ni inseguridad', por lo que no necesitan ese centro, que, según la consejería de Asuntos Sociales, reducirá la conflictividad social. Ni tampoco precisan 'más información, estamos saturados'.

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Gaizka, que tiene 34 años y en realidad no se llama así, ha pasado varias noches en Hontza. Opina sobre la actitud de los vecinos: 'Les entiendo y no les entiendo... pero nos han puesto un centro de acogida y nosotros no lo queremos estropear'.

La coordinadora de este proyecto de Cáritas, Lutxi Iza, uno de los blancos predilectos de los insultos del vecindario, corrobora que los usuarios son conscientes de la necesidad de no alterar la vida del barrio para seguir disfrutando de este techo, que en Año Nuevo de 2003 se mudará a una iglesia cercana al Casco Viejo.

La asociación de comerciantes de dicha zona anunció esta semana que tampoco quiere el centro y propuso trasladarlo a Basurto. Los vecinos de este último barrio también han hecho público su rechazo. Nadie quiere presentarse voluntario ante los carteles hechos por los vecinos actuales de Hontza: 'Se busca barrio solidario'.

Con policías y voluntarios

Gaizka siempre llega a Hontza acompañado por voluntarios -ahora lo hacen en coches- y sale, como el resto, con trabajadores del centro. Pepe (nombre ficticio) fue hace días con otro sin techo. Al pasar entre los vecinos allí concentrados recibieron varios golpes. La noche siguiente iban solos, pero decidieron que 'ni hablar' al ver 'el percal'. Allí se encontraban de nuevo los vecinos. El viernes tenía intención de regresar, 'pero acompañado'. Pese al hostigamiento vecinal una veintena de toxicómanos sin arraigo social o familiar han sido atendidos en Hontza durante la pasada semana. Eso sí, bajo fuerte protección de ertzainas antidisturbios, policías municipales y voluntarios. Una decena de voluntarios ejerce cada noche de escudos de los usuarios ante el hostigamiento de más de un centenar de vecinos. Tampoco los educadores y enfermeras pueden entrar con normalidad. Han recibido una marea de insultos, les han intimidado y han sufrido empujones y alguna patada. Ni ahora ni en julio ha habido incidentes dentro del centro. A sus 47 años, Ibon, que tampoco se llama así, explica que acude a Hontza porque le 'tratan bien y con respeto'. La coordinadora del proyecto explica que el objetivo del centro es dar a estos toxicómanos que duermen tirados al raso 'una vida digna a la que todos tenemos derecho'. Manu, Ibon, Gaizka y Pepe regresarán a la comisión y a Hontza en busca de cobijo.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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